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Espías nazis en América

Pese al mito que le rodea, el espionaje nazi en Estados Unidos no fue brillante. Sus redes fueron cayendo una tras otra y, ya en guerra, los intentos de sabotaje no tuvieron éxito.

Desfile en Nueva York, en 1939, de la German American Bund, asociación estadounidense favorable a la Alemania nazi.

espías nazis EEUU German American Bund

El ataque japonés a Pearl Harbor, realizado por sorpresa el 7 de diciembre de 1941, marcó la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Y por partida doble. Dos días después de que el presidente Roosevelt declarara la guerra a Japón, Hitler hacía otro tanto con Estados Unidos. Aunque el Pacto Tripartito suscrito con Italia y Japón no obligaba a Alemania a ese gesto de apoyo, Hitler tenía razones para solidarizarse.

Enfrascado en la campaña rusa, el líder alemán pensó que Japón podía contribuir a la derrota de Gran Bretaña y, al mismo tiempo, mantener ocupado a Estados Unidos, que a fin de cuentas prestaba ayuda a británicos y soviéticos. Muchos miembros de los altos círculos del Tercer Reich consideraron que la decisión era precipitada. No se les escapaba que, aun cuando los norteamericanos no representaran un peligro militar inminente, la capacidad de su industria podía resultar decisiva en una contienda de larga duración.

Momento del ataque japonés a Pearl Harbor.

TERCEROS

Pero pocos se atrevieron a advertir al Führer. Cuando lo hacían, sus temores eran rechazados con el argumento de que una sociedad como la estadounidense, racialmente mezclada y mediatizada por los judíos, era decadente por naturaleza. Semejante respuesta enmascaraba un total desconocimiento de la realidad del país, al que Hitler tan solo se había aproximado a través del cine y los relatos de Karl May, un escritor de novelas de aventuras que describía una sociedad llena de indios y vaqueros.

En todo caso, sí había en Alemania quien había tenido en cuenta la amenaza estadounidense. Como cualquier otro servicio de inteligencia, el Abwehr, el organismo militar alemán de espionaje y contraespionaje, tenía agentes en Norteamérica a principios de los años treinta. Solían ser agregados militares de la embajada alemana y algunos agentes dormidos, es decir, personas que desarrollaban sus actividades cotidianas durante años a la espera de que se les encomendara una misión.

A la vista de la escasa eficacia del contraespionaje americano, la operación no planteaba demasiadas dificultades.

No eran muchos, y tampoco llevaban a cabo otras acciones que las tradicionales de información. En los esquemas del alto mando alemán, Estados Unidos no aparecía como un enemigo potencial. Esta postura cambiaría tras el nombramiento de Wilhelm Canaris como jefe del Abwehr en 1935. Al futuro almirante le interesaban las innovaciones tecnológicas en materia aeronáutica y la capacidad de la industria estadounidense, por lo que decidió ampliar su red de agentes en el país.

A la vista de la escasa eficacia del contraespionaje americano, la operación no planteaba demasiadas dificultades. Estados Unidos carecía de un servicio de inteligencia único. Las funciones de seguridad eran llevadas a la vez y sin coordinar por el FBI, el Ejército y la Armada, que además chocaban con el entramado policial de los estados de la Unión, siempre celosos de sus competencias.

Canaris contaba con la amplia colonia de origen alemán, de la que surgieron organizaciones de cariz nacionalsocialista como la German American Bund. Pero la negativa a colaborar de muchos alemanes, fieles a su país de acogida, le obligó a captar a quienes se hallaban a caballo entre ambos estados. El capitán de corbeta Erich Pfeiffer se encargó de entrevistar a posibles candidatos que llegaban a los puertos alemanes.

Un miembro del Abwehr en el departamento de comunicaciones. Foto: Bundesarchiv Bild.

TERCEROS

Reclutados por mil motivos (patrióticos, ideológicos, económicos o aventureros), los futuros agentes eran enviados a las escuelas del Abwehr, donde recibían formación en criptografía y fotografía. Después regresaban a sus lugares de origen y, amparados en sus ocupaciones habituales, llevaban a cabo su nueva labor. Debían obtener información sobre las bases de las Fuerzas Armadas, sus astilleros y arsenales y los nuevos modelos de armamento.

Las redes del Abwehr

Los agentes llegaban a Estados Unidos por el puerto de Nueva York. Además de concentrar la mayor parte de las líneas marítimas procedentes de Europa, la ciudad albergaba a medio millón de habitantes de origen alemán, en su mayor parte en el distrito de Yorkville, en Manhattan. Esa bolsa germana ofrecía una importante cobertura y apoyo emocional a los agentes.

Pese a la imagen del espía duro y solitario que ha popularizado la ficción, no era fácil llevar una doble vida. Hubo quien actuó por su cuenta, como Emil Koedel. Auxiliado por su hija adoptiva, envió información desde 1936 hasta su detención en octubre de 1944. Pero no era lo habitual. La estructura en Estados Unidos estaba formada por redes de una veintena de agentes que, siguiendo las normas del espionaje, se organizaban a su vez en pequeñas células.

Uno de los correos fue pillado con un paquete de planos y fotografías de los últimos modelos de aeronaves.

Antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la mayor fue la Lonkowski­-Griebl (llamada así por los nombres de sus jefes), que operaba en los estados del este. Desde 1927, Wilhelm Lonkowski vivía en Hoboken (Nueva Jersey) con la falsa identidad de William Schneider, un respetable ingeniero aeronáutico que compaginaba su trabajo en la Ireland Aicraft Corporation con el de corresponsal para una revista de aviación. La tapadera era perfecta: podía visitar libremente las principales industrias del sector sin levantar sospechas.

Obtuvo información de primera mano y la envió a Alemania. Hasta que uno de sus correos fue pillado in fraganti con un paquete de planos y fotografías de los últimos modelos de aeronaves. Lonkowski fue advertido a tiempo y logró huir a Alemania, pero ya no pudo regresar a Estados Unidos. La organización quedó en manos de Ignatz Theodor Griebl, un ginecólogo asentado en Manhattan y responsable hasta entonces de los correos que llevaban el material al Reich.

En aquellos tiempos no había otra manera de transmitir la información, sobre todo si el material era voluminoso. Los correos solían ser individuos fiables que trabajaban de forma desinteresada. Ocupaban puestos de escasa relevancia en las compañías navieras que cubrían las rutas intercontinentales, sobre todo la alemana Norddeutscher Lloyd Line. Griebl, un nacionalsocialista convencido que había ofrecido sus servicios al mismísimo Goebbels, desarrolló con eficacia su labor.

El presidente Roosevelt en un acto celebrado pocos días después de la firma de la ley Cash and Carry.

TERCEROS

Pero le sucedió lo mismo que a su predecesor. El arresto en 1938 de Günther Rumisch, antiguo sargento del ejército norteamericano, condujo a la detención de otros tres agentes de un total de 18. Fue el final de la red Lonkowski-­Griebl.

Escenario de guerra

A raíz del estallido de la Segunda Guerra Mundial, la opinión pública y el gobierno de Estados Unidos fueron abandonando su aislacionismo militante y acabaron mostrando abiertamente su apoyo a los aliados. El país seguía siendo neutral, pero disposiciones tan favorables a Gran Bretaña y Francia como la ley Cash and Carry, que permitía a los aliados comprar tantas armas norteamericanas como pudieran pagar, dejaban bien claro de qué lado estaba.

Este flujo comercial conllevó algunos cambios en el modo de operar del Abwehr. A sus tareas habituales se sumaba ahora la de averiguar las rutas y la composición de los convoyes aliados, así como el material que transportaban. El desbaratamiento de la red Lonkowski-­Griebl había puesto de manifiesto que Estados Unidos era víctima del espionaje alemán. Y ahora que Alemania estaba en guerra, los servicios de seguridad estadounidenses siguieron con más atención los movimientos de los ciudadanos alemanes.

Para los envíos se utilizaron, entre otros, los buques neutrales con destino a la península ibérica.

El tráfico naval entre los dos países se hallaba paralizado, y los barcos de otras banderas que recalaban en puertos alemanes pasaban a ser sospechosos para los británicos, que incluso les perseguían. Al Abwehr no le quedó más remedio que incorporar en sus redes a personas de otras nacionalidades y recurrir a otras vías para hacer llegar la información a Alemania.

El servicio de inteligencia equipó a sus agentes con emisoras de onda corta, mientras que para los envíos se utilizaron los buques neutrales con destino a la península ibérica y los clíper de la aerolínea Pan­ Am que unían Nueva York con América del Sur y Lisboa. A partir de 1940 se añadió México, donde empezaron a operar nuevas redes.

Un infiltrado determinante

La principal red de espionaje estaba a cargo del mayor Nikolaus Ritter, responsable de la sección aérea del Abwehr en Hamburgo. Fue enviado a Nueva York para esclarecer un envío anónimo de parte de los planos de un visor de bombardeo desarrollado por Carl T. Norden. Una vez allí estableció contacto con Hermann Lang, un proyectista que le suministró el material suficiente para reconstruir el visor y que como único premio fue recibido por Goering en persona.

El mayor Nikolaus Ritter. Bundesarchiv Bild.

TERCEROS

Ritter se encargó de establecer un nuevo equipo especializado en temas aeronáuticos. Poco después se incorporó a este el que sería uno de sus principales agentes, Frederick J. Duquesne. Sudafricano de origen bóer, Duquesne ya colaboró con los alemanes en tareas parecidas durante la Primera Guerra Mundial. Utilizaba como fuente de información y tapadera a la atractiva y bien relacionada modelo Lilly Barbara Stein.

La nueva red no tardó en extenderse por casi todo Estados Unidos y actuó de forma paralela a otra establecida por Kurt Frederick Ludwig. Ritter contactó también con William Georg Debowski, que trabajaba como mecánico con el nombre falso de William G. Sebold. Una vez reclutado, fue enviado a Alemania para su instrucción. De regreso a principios de 1940 abrió una oficina en Nueva York, donde recogía los informes que podían transmitirse por radio o enviarse por carta recurriendo a la tinta invisible o la microfotografía.

Pero lo que ni Ritter ni el Abwehr sabían era que Sebold trabajaba como doble agente para el FBI ya antes de su viaje a Alemania. Esta vez, los servicios de contraespionaje norteamericanos fueron pacientes. Mediante un equipo de filmación escondido tras un espejo, grabaron a todos los agentes que pasaban por la oficina de Sebold para entregarle informes.

Tras un año de seguimiento, la red fue desmantelada el 29 de mayo de 1941 con la detención de 33 agentes. Fue uno de los mayores golpes que sufrió el Abwehr. Y llegó en el peor momento, cuando intentaba mantenerse al margen de la centralización de los servicios de seguridad alemanes en uno solo: el Servicio Central de Seguridad del Reich, o RSHA, creado por Himmler.

William Donovan, director de la OSS.

TERCEROS

Con la entrada de Estados Unidos en la guerra, los agentes alemanes vieron cada vez más limitada su libertad de movimientos. Aunque, a diferencia de los ciudadanos de origen japonés, los alemanes no fueron internados en campos de concentración, seguían siendo sospechosos, y, como tales, eran investigados. Los servicios de inteligencia norteamericanos habían dado un salto de gigante tras la creación de la OSS (Office of Strategic Services), antecesora de la CIA.

Su director, William Donovan, coordinó con su homólogo del FBI, John Edgar Hoover, el papel que ambos organismos debían desempeñar en la lucha contra el Eje. Pero también la posición alemana cambió. Además de las labores de información, se asumió la ejecución de sabotajes. Mientras los submarinos alemanes hundían petroleros y buques de carga frente a las costas estadounidenses, los agentes del Abwehr planificaban operaciones contra los centros neurálgicos del país.

Cadena de fracasos

En junio de 1942 debía desarrollarse la Operación Pastorius. Dos grupos de agentes trasladados en submarinos desembarcaron, uno en Long Island y otro en Florida, con recursos suficientes para permanecer más de dos años en el país. Su objetivo era la destrucción de las centrales hidroeléctricas de la isla Magra y la exclusa principal del río Ohio. Pero la deserción de uno de sus responsables, George J. Dasch, dio al traste con la operación.

El cine estadounidense magnificó el peligro que los agentes alemanes representaban para el país.

Posteriormente se llevaron a cabo otras operaciones parecidas, pero también acabaron en fracaso. Una de las más notorias fue la protagonizada a finales de 1944 por el estadounidense William C. Colepaugh y el alemán Erich Gimpel. Fueron enviados por el RSHA, que asumió las funciones del Abwehr tras la detención de Canaris, acusado de participar en el complot del 20 de julio de 1944 para asesinar a Hitler.

Hasta el final de la contienda, el FBI arrestó a unos 4.000 sospechosos de espionaje, de los que solo 94 fueron condenados. En general, la actuación del Abwehr en Estados Unidos arrojó unos resultados mediocres. Ni las informaciones obtenidas ni los sabotajes fueron realmente importantes. Otra cosa es que los medios de comunicación, sobre todo el cine, magnificaran el peligro que los agentes alemanes representaban para el país. Era una forma de evitar que la población civil, lejos del fragor del combate, se relajara.

Este artículo se publicó en el número 483 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .