La sangrienta guerra entre Irán e Irak
Durante ocho largos años, Irak e Irán se enfrentaron en una guerra que terminó en tablas y que dejó más de doscientos mil muertos en cada bando.
La mayoría de los países tenían la impresión de que la nueva República Islámica de Irán, primera en el mundo de su tipo, pronto iba a colapsar. El imperio del sah había caído fruto de una revolución encabezada por el carismático ayatolá Jomeini , que se adueñó del poder. Aparentemente, el nuevo régimen no podía controlar el descontento en las calles (las huelgas y reivindicaciones de los trabajadores eran frecuentes), y cada vez más voces en el ejército lamentaban la pérdida de protagonismo de las Fuerzas Armadas. Luego vino la crisis de los rehenes de la embajada de Estados Unidos en Teherán, y la tensión internacional aumentó hasta un nivel alarmante. En ese contexto, Sadam Husein, el dictador del vecino Irak, vio su oportunidad de aprovecharse de la debilidad del sistema de su eterno rival.
Afán revanchista
Irak e Irán mantenían una vieja disputa por la soberanía de unas pequeñas islas en el golfo Pérsico y de una franja de 200 km2 en el sudoeste iraní. En 1971, el contencioso se había agravado al ocupar el ejército del sah, muy superior al de Sadam, dos de aquellas islas. Cuatro años después, los dos gobiernos firmaron un acuerdo que ponía fin al conflicto. Irak no estaba conforme con lo rubricado, pero no había tenido margen de maniobra, dada la presión ejercida por los muchos apoyos internacionales con que contaba el sah.
Sadam Husein esperaba el momento de resarcirse de la afrenta. Este llegó el 22 de septiembre de 1980, en plena convulsión de la revolución iraní y con las fuerzas armadas del país desconcertadas ante el relevo de muchos de sus mandos y el cese de los suministros de armas y repuestos norteamericanos.
El conflicto entre Irán e Irak fue una larga guerra de desgaste.
Aprovechando el argumento de un incidente en el estrecho de Shatt al-Arab, al que nadie, excepto Bagdad, concedía importancia, seis divisiones iraquíes, precedidas de un intenso ataque aéreo, invadieron Irán por su frontera sur y lograron importantes avances en el interior de su territorio. La respuesta iraní no se hizo esperar. Lejos de reflejar sus disensiones y problemas, los militares respondieron con indudable patriotismo y consiguieron hacer retroceder a los iraquíes en pocas semanas. Los combates se mantuvieron con altibajos a lo largo de ocho años sin que se vislumbrase un resultado determinante.
Buscando aliados
Las grandes potencias y los países próximos se declararon neutrales, aunque algunos, como Francia, Arabia Saudí y Estados Unidos, ayudaron en secreto a Irak con material. Más tarde se supo que la administración Reagan también había facilitado suministros a las fuerzas armadas de Jomeini, a cambio de ayuda para liberar rehenes en Líbano y, al mismo tiempo, para derivar armas de forma encubierta a la Contra nicaragüense, que combatía al gobierno sandinista. Este último asunto se convertiría en un escándalo político que conmovió Washington hasta los cimientos de la Casa Blanca. Fue lo que iba a conocerse con el nombre de Irangate.
El final de la contienda, que acabaría en tablas, llegó después de arduas negociaciones en Ginebra propiciadas por la ONU. El acuerdo de cese de las hostilidades se aceptó el 20 de julio de 1988. Habían pasado ocho años. El conflicto entre Irán e Irak fue una larga guerra de desgaste para los dos países. Se saldó con el triste y dramático resultado de 200.000 muertos en cada bando, entre ellos muchos civiles, y unas pérdidas económicas incalculables.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 501 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com .