A las afueras de Melilla, en un barranco en las estribaciones del monte Gurugú, los rifeños han tendido una trampa a las tropas españolas. Hay 153 muertos y 599 heridos. La matanza del barranco del Lobo es el primer tropiezo de la guerra de Marruecos. Cuando las noticias llegan a Barcelona, estalla la ira popular.
La Semana Trágica de la ciudad condal fue la primera crisis provocada por la guerra colonial de Marruecos, que duraría hasta 1927. La guerra de Marruecos quebró el sistema político de la Restauración y forjó la carrera de muchos de los militares que auparían al poder al general Franco . Fue, además, un pozo de corrupción sin fondo.
Nostalgia del Imperio
La larga guerra de Marruecos comienza por la defensa de unos intereses privados confundidos con los públicos y por la debilidad del propio reino marroquí. El reino de Marruecos estaba en manos de un sultán débil, incapaz de imponer su autoridad en el norte del país, una tierra agreste, pobre y tribal. Si todavía no había perdido el poder era porque Francia, Alemania y Gran Bretaña mantenían una lucha económica y diplomática feroz para ser la potencia hegemónica en Marruecos. En noviembre de 1911, presionada por Gran Bretaña, Francia cede a España el norte del país.
No existía un Protectorado español, sino una “zona de influencia española”, donde la autoridad civil y religiosa era el sultán, que gobernaba a través de un delegado: el jalifa. En la práctica, España inició la conquista militar del territorio. Marruecos era demasiado tentador para un ejército poco competente e hipertrofiado de oficiales mal pagados. Además, el Protectorado ofrecía la posibilidad de superar la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, colonias arrebatadas por Estados Unidos en una guerra tan breve y desigual como humillante.
En Cuba habían combatido Sanjurjo, Gómez-Jordana y Queipo de Llano; en Filipinas, Millán Astray. Otros oficiales que forjarán su carrera en África habían nacido en Cuba, como Mola, Castro Girona o Berenguer. Para ellos, Marruecos era la oportunidad de recuperar el prestigio perdido en el Desastre del 98.
Además, después de 1909, el presidente liberal Canalejas aprobó dos medidas decisivas para la evolución de la guerra en Marruecos: la creación de los Regulares, fuerza de choque de tropas nativas, mercenarios bajo el mando de oficiales españoles; y el restablecimiento del sistema de ascensos por méritos de guerra, abolido tras un uso excesivo en Cuba y Filipinas. Ambas iniciativas promoverían a un grupo de oficiales reaccionarios y militaristas, conservadores y antiparlamentarios, con una ambición sin límites: los africanistas.
Méritos de guerra
El jalifa era, nominalmente, la máxima autoridad del Protectorado español. A cambio de ocho millones y medio de pesetas (casi como el sueldo de Alfonso XIII) no hacía nada. El poder lo ejercía el alto comisario, un cargo que quedó en manos de los militares que, desde el principio, quisieron actuar sin interferencias. Esa autonomía deseada y lograda daría al Ejército un poder casi ilimitado en el Protectorado.
La guerra de Marruecos dividió a los militares en dos bandos irreconciliables. Los ascensos por méritos de guerra tuvieron la culpa. Los africanistas tenían muchísimas probabilidades de ascender y mejorar sus condiciones mientras que los militares destinados a la península no podían optar a esos ascensos. Finalmente, en 1918, el gobierno acabó con la concesión de ascensos por méritos de guerra.
Entonces, Marruecos dejó de ofrecer la posibilidad de una carrera fulgurante, pero siguió siendo un destino muy tentador. Durante años, los militares destinados a Marruecos actuaron con impunidad, robando hasta la comida y el equipo de los soldados a los que debían mandar y proteger, y demostrando cómo la corrupción impedía al Ejército cumplir su única misión: combatir.
El tinglado de Marruecos
Desde los sargentos hasta el comandante, todos cobran sobresueldos. Civiles y militares inflaban las cuentas, falseaban el número de los rifeños contratados y se repartían el dinero que cobraban de más en función de su grado. En la guerra de Marruecos muchos encontraron la oportunidad de llenarse los bolsillos. Lo demuestra el escándalo del millón de Larache.
Con Ceuta y Melilla, Larache era una de las tres comandancias militares del Protectorado. Tenía un presupuesto de 15 millones anuales, que entre 1918 y 1922 sus mandos saquearon sistemática e impunemente. Obligaban a los proveedores a firmar recibos en blanco, daban pesos falsos a los cuerpos de tropa o les pagaban para que dieran por recibidas unas mercancías nunca entregadas. Robaban de la avena y la paja destinada a los caballos, de la leña para cocinar, de la gasolina... Un desfalco de centenares de miles de pesetas al mes que se repartían entre los mandos: 60.000 pesetas el intendente jefe, 40.000 los demás jefes, 30.000 los capitanes y así sucesivamente.
El escándalo se destapó cuando uno de los capitanes, Manuel Jordán Pérez, quiso quedarse con un millón y pico a cambio de no desvelar el fraude. Ausente durante unos meses de la Comandancia, Jordán había descubierto que sus compañeros se habían repartido “su parte”. El chantaje no funcionó, y Jordán fue detenido en septiembre de 1922.
No era difícil ver el rastro de la corrupción. Algunos oficiales gastaban fortunas en casinos, timbas y prostíbulos. Otros compraban casas en Melilla o en la península. Había incluso auténticos prestamistas con uniforme. Muchos oficiales, incapaces de pagar sus deudas de juego, se suicidaron.
Por su parte, Melilla, alejada de la ofensiva contra el cabecilla de los rebeldes rifeños Abd el-Krim, era, según Eduardo Ortega y Gasset, hermano del filósofo, “una ciudad de recreo y placeres”.
Ese era el clima de corrupción que se vivía antes de la mayor derrota militar del ejército español en el siglo XX. El desastre de Annual, en 1921, dejó más de ocho mil muertos y demostró la nefasta estrategia del incompetente ejército español en el conflicto colonial. El fin del sistema político de la Restauración estaba cerca. El 13 de septiembre de 1923, el general Miguel Primo de Rivera se sublevó y con el apoyo de Alfonso XIII instauró una dictadura militar.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 567 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.