Salvador Dalí: un icono del siglo XX
Salvador Dalí no solo fue un excelente pintor, sino que plasmó en sus cuadros su universo particular y se convirtió en un icono de la cultura del siglo XX.
A lo mejor no fue el mejor pintor del siglo XX, pero supo erigirse en uno de sus principales iconos. Creció como artista al lado de dos personajes legendarios como Luis Buñuel y Federico García Lorca, y eligió como musa a la única mujer aceptada en el círculo de los surrealistas. Gala (seudónimo de la rusa Helena Diakonova, 1894-1982) fue amante de tres grandes creadores como Paul Éluard, Max Ernst y Dalí, pero sólo este último supo retenerla a su lado toda una vida, no por la fuerza de la pasión, sino por el poder seductor del genio.
Salvador Dalí (Figueres, 1904-89), individualista hasta la médula, siempre fue a su aire, amenazado por sus fantasmas, enmarcado en sus obsesiones . André Breton le expulsó de la corte surrealista por abominar de Lenin, el comunismo o las revoluciones y abrazar el dólar, el capitalismo y Nueva York. Su padre, el notario Salvador Dalí Cusí, le expulsó del seno familiar y le desheredó por juntarse con una mujer casada y por escribir en un cuadro “a veces por placer escupo en el retrato de mi madre”. Si Breton le llamó Ávida Dollars, un acróstico hecho con las palabras de su nombre, su padre le profetizó que moriría solo y pobre. Seguramente por ello y porque Gala había conocido la miseria tras cruzar una Europa en guerra, ambos quisieron constituirse en la “apoteosis del dólar”, título que puso a uno de sus grandes óleos.
Dalí no solo fue un excelente pintor, sino que plasmó en sus cuadros su mundo subconsciente, algo que maravilló a Sigmund Freud en Londres. Además, supo ser un extraordinario vendedor, un publicista magnífico, el inventor del marketing pictórico. Y no dudó en invadir todos los ámbitos de la creación, diseñando vestidos para grandes marcas, joyas para célebres orfebres, muebles de serie reducida, escaparates para grandes almacenes, etiquetas para champañas, portadas de revistas, decorados para óperas, escenografías para el cine, anuncios publicitarios, libros de lujo o diarios privados.
De la vida un spot
Cuando llegó por primera vez a Nueva York, lo hizo con un enorme pan en la cabeza; cuando conoció a Harpo Marx en Hollywood, le diseñó un arpa con alambradas como cuerdas; cuando ideó el escaparate de los almacenes Bronwit-Teller de Manhattan, decidió romper la luna a bastonazos; cuando fue a París, estrujó con una apisonadora una máquina de coser Singer bajo la Torre Eiffel; cuando acudió al zoológico barcelonés, se introdujo en la jaula del gorila albino con su modelo transexual; cuando fue a los toros en Figueres, intentó que un helicóptero se llevara al último toro en volandas.
El artista procuraba convertir cualquier acto irrelevante en un spot de su persona. Así, cuando Air India hizo una campaña publicitaria con el juego de palabras Delhi-Dalí, pidió como recompensa un elefante en recuerdo de Aníbal, que atravesó el Empordà. A lomos del paquidermo se paseó ante la prensa, pero el problema vino cuando intentó cederlo al ayuntamiento de Figueres, que a su vez pretendió colocarlo en el zoo de Barcelona, que por último lo trasladó al de Valencia, donde el animal murió enloquecido.
Una de sus ocurrencias estuvo a punto de acabar con su vida, pues en una ocasión tuvo la brillante idea de dar una conferencia en el interior de una escafandra de buzo que casi le provoca la muerte por asfixia. Los aspavientos que Dalí hacía a medida que le faltaba el oxígeno fueron acogidos con aplausos, porque los asistentes pensaban que formaban parte del espectáculo daliniano.
El planeta Dalí
Sin embargo, sería injusto reducir Dalí a una máquina de fabricar dólares aceleradamente, a un showman de feria que desconcertaba a los norteamericanos o a un publicitario con ideas de bombero alucinógeno. El artista fue un innovador, un adelantado a su tiempo, que se fascinaba por los avances de la ciencia y los progresos tecnológicos, y esa atracción se reflejaba en su obra, donde en los años cuarenta y cincuenta aparecen referencias a la bomba atómica o al descubrimiento del ADN, y en los sesenta y setenta, imágenes holográficas o visiones estereoscópicas.
Fue, eso sí, un personaje sin sentido de la proporción, con una lengua incontrolada que le hacía decir frases indeseadas. Pero su pincel y su pluma sirvieron para reflejar su talento cuantas veces se lo propuso, aunque entre sus textos y sus cuadros se encuentran obras maestras al lado de creaciones escasamente interesantes.
Sin embargo, Dalí es más que un personaje, es todo un universo. El planeta Dalí gira sobre sus propias obsesiones y presenta un sinfín de enigmas que el espectador sólo alcanza a resolver adentrándose en su vida y en su obra. Finalmente, todo encaja como en un rompecabezas. Un ejemplo de ese mundo daliniano es su teatro-museo de Figueres, donde, aparte de unas cuantas telas magníficas –el botín principal de la herencia está en el Reina Sofía–, el visitante puede descubrir las preocupaciones que guiaron su vida. A nadie debe extrañar que quisiera ser enterrado en el subsuelo del recinto, seguramente para descansar eternamente rodeado de sus juguetes.
Este artículo se publicó en el número 432 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.