Era el precio de la revolución industrial en Gran Bretaña. Las ciudades victorianas, impersonales, insalubres e inhumanamente competitivas, crecían con mayor rapidez que la capacidad de los municipios para resolver los problemas físicos y sociales de una urbanización descontrolada. Alrededor del año 1851, se alzaban casas en todo espacio disponible, y la mayoría de las calles carecían de pavimento y alcantarillado, por lo que las condiciones de vida en los barrios más pobres y densamente poblados eran lamentables.
Lo cierto es que la vida de muchos obreros solo devenía soportable envuelta en los vapores del alcohol. Como apuntaba el historiador E. J. Hobsbawm, la sociabilidad masculina era inseparable del consumo de bebidas alcohólicas, y según documentó el también historiador Donald Read, los niveles de su consumo eran altísimos. Se especula con que, en esa época, en torno a una cuarta parte del sueldo de la clase obrera de Londres se invertía en bebida. Así fue como se consolidó la “cultura del pub” como centro de reunión y ocio.
Conciencia de clase y autoeducación
La adquisición de conocimientos mediante el autodidactismo contó con un número creciente de obreros a medida que avanzaba el siglo XIX, en paralelo al crecimiento de la conciencia de clase. Para la mayor parte de los trabajadores británicos, la palabra libro era sinónimo de revista, una equivalencia conceptual que da idea de la pobreza de referentes culturales del proletariado.
Durante el siglo XIX nos encontramos ante una intensa actividad educativa de tipo informal claramente politizada. Son ejemplos destacados los denominados Hampden Clubs y los Protestantes Políticos, el movimiento cooperativo y el movimiento socialista de Robert Owen. Por el contrario, las escuelas dominicales metodistas hacían gala de una férrea instrucción en los valores religiosos y en una estricta moral.
Por otra parte, la militancia en las tareas educativas de corte progresista y revolucionario a cargo de ciertos libreros socialmente sensibilizados es un hecho sobradamente documentado. Llegada la noche, sus librerías se transformaban en centros de lectura donde no se toleraba conducta vulgar alguna y se procedía a leer en voz alta la prensa y textos morales y políticos, con el fin de fomentar la crítica concienciada contra el sistema imperante. También se impartían conocimientos de gramática, aritmética y cultura general. La búsqueda del conocimiento como forma de liberación era el punto clave.
La realidad escolar
La educación impartida en los pupitres se limitaba, en el mejor de los casos, a una precaria alfabetización, expectativas de conocimiento de las cuatro reglas y nociones de los textos bíblicos. Además, estaba totalmente en manos de las instituciones de caridad y de las respectivas Iglesias (la anglicana, la no conformista y la católica), religiosamente competitivas entre sí.
Esta competitividad trascendía el alumnado y, en no pocas ocasiones, se manifestaba de forma violenta. Las clases pobres acudían mayoritariamente a dos asociaciones rivales: por un lado, en la órbita de la Iglesia anglicana, las denominadas Escuelas Nacionales; por otro, las Escuelas Británicas, mediatizadas por la Iglesia no conformista.
A este panorama hay que añadir que la obligatoriedad de la instrucción primaria no se desarrolla hasta la entrada en vigor de las leyes promulgadas los años 1876 y 1880. Y por lo que refiere a la gratuidad, esta solo se institucionaliza en 1891, aunque ya con anterioridad las familias sin medios quedaban exentas de pago.
El conocimiento es poder
Como se dice que apuntó el pensador Francis Bacon en el siglo XVI, “el conocimiento es poder”, y no cabe duda de que el grueso de la clase trabajadora y, en mayor medida, el vasto contingente de obreros no especializados, difícilmente podían participar de tal poder.
El acceso a los niveles medios y superiores de la enseñanza permanecía vetado de facto a las clases populares, pero también hay que tener en cuenta la precariedad de los estudios básicos. Las formas alternativas de enseñanza devenían tanto más necesarias cuanto mayores eran las ansias de transformación social. Así, la adquisición de conocimientos culturales se traducía en una forma de poder individual y social frente a los excesos de una sociedad industrial que se presentaba tan civilmente salvaje.
Este artículo se publicó en La Vanguardia el 21 de julio del 2020Este texto se basa en un artículo publicado en el número 388 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.