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Murat, el dandi que traicionó a Napoleón

Mariscal de Francia y rey de Nápoles de la mano de su cuñado, Napoleón, Joachim Murat fue, en toda ocasión, el mayor fan de su propia imagen.

Retrato del marsical Joachim Murat.

La vida de Murat

Se tiene por dandi a todo hombre no solo esmerado en el cuidado de su persona, sino que busca también en su forma de vestir una excusa para singularizarse. El término nació en capitales como París y Londres a finales del siglo XVIII.

Resulta paradójico que aquella Europa sumida en la espiral revolucionaria diera cabida en sus salones a auténticas fashion victims. Pero más inaudito aún parece que un aguerrido soldado de caballería como Joachim Murat, duque de Berg y rey de Nápoles, cayera en brazos del dandismo.

Sin embargo, así fue. El que fuera uno de los mariscales de Napoleón y cuñado suyo, tras contraer matrimonio con su hermana Carolina, estuvo siempre atento a su indumentaria. Su entorno debía ser un conjunto refinado y estético, y su persona –al menos en cuanto a apariencia–, un modelo a seguir por todo aquel que quisiera llamarse caballero.

Retrato ecuestre de Joachim Murat.

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Los caminos de la Revolución

Como tantos otros mariscales del Imperio, Murat (1767-1815) fue un hombre hecho a sí mismo. El hijo del dueño de una posada de Labastide-Fortunière, una pequeña población de la región del Lot que después se conocería como Labastide-Murat, luchó a lo largo de toda su vida por olvidar sus humildes orígenes y sentirse uno más de los aristócratas de viejo o nuevo cuño que circulaban por la corte napoleónica. De ahí que cuidara de su imagen hasta límites obsesivos, esperando con ello revestirse de solera y alcurnia. Por otra parte, era muy ambicioso.

El estallido de la Revolución Francesa abrió a Joachim Murat nuevos caminos por los que ascender socialmente.

El estallido de la Revolución Francesa le abrió nuevos caminos por los que medrar. Se alistó en el Ejército, donde consiguió ascender rápidamente por innegables méritos propios. Los mismos que llamaron la atención de Napoleón, quien quiso que le acompañara durante la campaña de Egipto. Se inició así una larga relación que, a la larga, acabaría por romperse.

Napoleón ante la esfinge durante la campaña de Egipto.

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Les unía la ambición, unas excepcionales condiciones para la milicia y una clara vocación hacia el triunfo. Siguiendo la estela de Bonaparte, Murat consiguió no solo galones militares, sino prestigio, títulos nobiliarios e incluso una corona. Los hombres admiraban su valor y las mujeres caían rendidas ante sus encantos. Así pues, la relación con Napoleón no podía desembocar en nada que no fuera una lucha de egos.

Cuñado de Bonaparte

Murat contaba, además, con la pareja idónea para culminar su ascenso social. En 1800, contrajo matrimonio con Carolina Bonaparte, la menor y más ambiciosa de las hermanas del Gran Corso.

Carolina Bonaparte, la esposa de Joachim Murat.

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No lo tuvieron fácil para llegar al altar. Napoleón no creyó que un seductor nato como Murat, quien alardeaba de haber mantenido numerosas aventuras y del que se rumoreaba que había vivido un corto romance con Josefina Beauharnais, fuera el marido idóneo para su hermana pequeña. Finalmente, en 1800, dada la insistencia de la pareja, otorgó su consentimiento.

Napoleón no quería que su hermana pequeña se casase con el seductor y ambicioso Murat.

Ciertamente, Carolina y Murat tenían voluntades muy similares: eran amantes de las artes y de la vida social y, rehenes de la vanidad, gustaban de la ostentación, del lujo y de destacar en los ambientes más sofisticados de la high society napoleónica. Ambos vieron colmadas sus aspiraciones cuando fueron coronados reyes de Nápoles en 1808. Dos años antes, Napoleón les había concedido el título de Grandes Duques de Berg y de Cléveris, así como la responsabilidad del gobierno del ducado.

Un ducado debió de parecerle insuficiente. Por eso, tras tomar la península ibérica al frente de las tropas imperiales, convencido de que su labor merecía una justa recompensa, se postuló ante Napoleón como rey de España. Sus deseos se vieron frustrados por la decisión del emperador de sentar en el trono a su hermano José, por entonces rey de Nápoles.

Joachim Murat vestido como rey de Nápoles.

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No obstante, su ambición, a la par que su vanidad, quedó compensada: en una hábil maniobra de intercambio, el 15 de julio de 1808, Murat ocupó el trono napolitano con el nombre de Joachim I Napoléon.

Murat, ahora rey de Nápoles, no dudó en traicionar a Bonaparte para mantener su corona cuando la estrella del Corso comenzó a declinar.

Fuese por codicia, por su exquisito gusto o por su decidida inclinación por la ostentación, dirigió el expolio artístico del patrimonio de la Corona de España. Hurtó cuadros y esculturas, así como las piezas del joyero real que Carlos IV y familia no habían podido llevar consigo a Bayona. Un auténtico tesoro que, una vez en París, fue a parar a manos de su esposa Carolina y de la propia Josefina.

Rey a cualquier precio

Nápoles resultó un destino idóneo para el matrimonio Murat. La belleza del entorno, con su patrimonio cultural y artístico resultó el marco perfecto para un sibarita como él. La política la dejó, dadas sus frecuentes ausencias por sus deberes militares, en manos de su esposa. No contaba con que, sometida al criterio de su hermano, Carolina iba a ejercer una política de acercamiento a Francia, que él, decidido a evitar toda injerencia del emperador en su reino, nunca compartió.

Las discrepancias con Napoleón fueron cada vez mayores, y alcanzaron tintes dramáticos cuando, tras la batalla de Borodino, en 1812, Murat abandonó el cuartel de invierno de Vilna y regresó a la capital de su recién creado reino. El rey de Nápoles no estaba dispuesto a perder el estatus conseguido, de ahí que no dudara en traicionar a Bonaparte cuando su estrella comenzó a declinar.

La batalla de Borodino en 1812.

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Viendo en peligro su trono, se sumió en una serie de intrigas políticas que fueron el principio del fin de su hasta entonces rutilante biografía. De nada le valió intentar, con el orgullo maltrecho pero la ambición intacta, un último acercamiento a Bonaparte durante el espejismo del gobierno de los Cien Días.

Aun garantizándole el respeto a su vida y a sus bienes en consideración a Carolina y sus hijos, Napoleón, ofendido por su deslealtad, le desposeyó de todos sus cargos, y el nombre de Murat desapareció de la nómina de mariscales del reino. Jamás volvieron a verse.

Tras la derrota de Waterloo, Murat intentó recuperar el trono napolitano, pero acabó siendo arrestado, encarcelado y, finalmente, ejecutado.

No obstante, tras la derrota del Corso en Waterloo, Murat creyó en la posibilidad de recuperar su reino napolitano. No sospechaba que sus antiguos súbditos, fieles a la dinastía Borbón, siempre le habían visto como un usurpador. Intentó hacerse con el trono buscando la complicidad de los austríacos, pero acabó siendo arrestado, encarcelado en el castillo de Pizzo y, finalmente, condenado a muerte.

La ejecución de Murat en Nápoles.

TERCEROS

El día de su ejecución, se presentó ante el pelotón de fusilamiento vistiendo el uniforme de mariscal de Francia, rechazando el asiento que sus ejecutores le ofrecían y negándose a que le vendaran los ojos, asegurando haber desafiado a la muerte en demasiadas ocasiones como para tenerle miedo. Digno e incluso arrogante, tras besar un camafeo con la efigie de su esposa, pidió a sus verdugos: “Sauvez ma face, visez à mon coeur... Feu!” (“Respetad mi rostro, apuntad a mi corazón... ¡Fuego!”).

Tal vez la dignidad con la que se enfrentó a la muerte salvó la memoria de un hombre que no había dudado en traicionar a aquel a quien debía posición, honores y familia. Su nombre permanece inscrito junto al de todos los mariscales napoleónicos en el Arco del Triunfo de París. De saberlo, tanto el soldado como el dandi que cohabitaron en Murat habrían dado por bueno el calvario de sus últimos años.

Este texto se basa en un artículo publicado en el número 590 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.