Mayo del 68: la última revolución francesa
¿Qué pasó en París hace medio siglo? Una revuelta estudiantil convergió con huelgas obreras hasta poner aparentemente en peligro al propio gobierno de la República Francesa.
Hace cincuenta años, la imaginación tomó el poder en París. O, al menos, eso es lo que pretendían los estudiantes que protagonizaron la última gran revuelta de Europa occidental. La juventud francesa, hija de la prosperidad económica, se alzaba contra el mundo conformista de sus padres, sin otro horizonte que la sociedad de consumo. Por un momento, el presidente De Gaulle pareció a punto de ser derrocado.
Los jóvenes de 1968 se movilizaron en todo el mundo, pero en Francia su protesta se amplificó, al coincidir con una impresionante oleada huelguística por parte de los obreros, la mayor de la historia del país, superior incluso a la de 1936 bajo el Frente Popular.
Los protagonistas de los hechos coinciden en que nadie esperaba que el país se colocara al borde de la revolución. Los historiadores, en cambio, detectan los antecedentes de una explosión tan formidable de malestar social. Ludivine Bantigny, por ejemplo, reparó en que el año anterior había alcanzado un nivel de protestas laborales inusualmente elevado.
Aunque parezca contradictorio, tienen razón tanto los que dicen que “se veía venir” como los que ponen el énfasis en el carácter sorpresivo de la rebelión.
Agitación en la universidad
El descontento juvenil tenía que ver con el hacinamiento en las universidades, donde, a partir de 1945, los estudiantes habían pasado de 125.000 a 600.000. Para absorber este incremento, en muchos casos se habían construido edificios de hormigón que no brillaban por su habitabilidad.
Entretanto, la juventud se había convertido en un sector de población con personalidad diferenciada, que se manifestaba a través de elementos como el vestuario o la música. Había que contar, además, con un contexto internacional cada vez más efervescente. En Francia, como en otros países, se suceden las manifestaciones contra la intervención de Estados Unidos en Vietnam.
Camino a la revolución
Pese a los indicios de alarma, el país comenzó 1968 con optimismo. En su mensaje de año nuevo, De Gaulle citó un verso de Paul Verlaine sobre la vida “simple y tranquila”. Le Monde, poco después, publicó un artículo con un diagnóstico famoso: Francia se aburría. Se acostumbra a citar esta frase, pero no tanto el análisis del autor, el periodista Pierre Vilansson-Ponté, acerca de las desigualdades sociales.
¿Cuándo empezó a descontrolarse la situación? En febrero, diversas ciudades presenciaron protestas contra un proyecto de reglamento universitario: los chicos tendrían prohibido el acceso a los edificios de las chicas. Desde el punto de vista de las autoridades, se trataba de “proteger” a las menores de 21 años, límite en el que entonces estaba fijada la mayoría de edad.
El 22 de marzo de 1968, en el Campus de Nanterre, una universidad inaugurada poco antes para descongestionar la de París, los estudiantes ocuparon varios de sus edificios en solidaridad con los detenidos el día anterior, durante el asalto de las oficinas de American Express, en París, como protesta por el conflicto vietnamita.
El decano, Pierre Grappin, quiso expedientar a los participantes. Estos le calificaron de “fascista”, aunque era un antiguo miembro de la Resistencia contra los nazis. Ante la imposibilidad de mantener el orden, las autoridades ordenaron el cierre de las aulas el 2 de mayo. La Universidad de La Sorbona no tardó en ser clausurada también.
¡A las barricadas!
Un ministro propuso combatir la subversión con escuchas telefónicas y registros domiciliarios, pero De Gaulle no le dio mayor importancia al asunto. Su respuesta evidencia que no se tomaba en serio a los estudiantes: “¿A esos niños, esos bromistas?”.
En realidad, aquellos “bromistas” se enfrentaron a pedradas con la policía y la obligaron a retroceder. París, como en las grandes revoluciones del siglo XIX, se llenó de barricadas. La policía las hizo desmantelar en la noche del 10 al 11 de mayo, a la vez que practicaba numerosas detenciones.
Los arrestos fueron breves, pero, en aquellos momentos de confusión, circularon todo de rumores. Incluso se extendió la noticia falsa de que doce manifestantes habían muerto. Fue una suerte que el prefecto de policía, Maurice Grimaud, diera instrucciones a sus hombres para que no golpearan a los detenidos. Les dijo que no era cuestión de obtener la victoria en las calles al precio de la reputación.
Grimaud consiguió evitar una represión tan despiadada como la que habían sufrido los manifestantes argelinos, que poco antes habían reclamado la independencia de su país. Muchos fueron asesinados. A los estudiantes parisinos no se les podía tratar de la misma forma. Ellos eran franceses.
Cosas de burgueses
La izquierda tradicional manifestó enseguida su hostilidad hacia los rebeldes. Para el poderoso Partido Comunista (PCF), había que evitar caer en la tentación insurreccional. Los universitarios solo eran hijos de burgueses que jugaban a la revolución. Por más radicalismo que exhibieran, tarde o temprano regresarían a su clase social, a ejercer como sector dirigente del sistema capitalista.
En la práctica, más allá de sus intenciones, decía el PCF, los universitarios se comportaban como aliados objetivos de la burguesía. Porque su actuación proporcionaba al gobierno gaullista un pretexto para hacer intervenir al Ejército e implantar medidas autoritarias.
Se dio así la paradoja de que el PCF funcionó como un partido de orden, con lo que solo consiguió desacreditarse ante los sectores más radicales. Su viraje del 12 de mayo, al ponerse del lado de los estudiantes, fue tardío e insuficiente.
La extrema izquierda, en cambio, se convirtió en la gran protagonista. Daniel Cohn-Bendit, conocido como “Dani el Rojo”, fue su líder más representativo. Poseedor de un carácter enérgico y seductor, era lo bastante descarado para preguntar al ministro de Juventud sobre las necesidades sexuales de los estudiantes.
El indudable carisma de Cohn-Bendit le permitió imponer en el movimiento asambleario sus ideas sobre la democracia directa y la unidad de las fuerzas subversivas. Escribió un libro, El izquierdismo, remedio a la enfermedad senil del comunismo, cuyo título parodiaba el clásico de Lenin El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo.
Había llegado el momento en que todo podía ponerse en cuestión, como los propios fundamentos de la economía. Se plantearon entonces preguntas sobre quién debía controlar la producción o acerca de si había que eliminar el secreto bancario.
Pero, al contrario que la izquierda tradicional, los nuevos revolucionarios no se limitaban a las demandas políticas o económicas. La suya era una protesta lúdica, con una fuerte presencia de la inquietud por la liberación sexual.
Reacción gubernamental
La rebelión se vio favorecida por una insólita situación de vacío de poder. El primer ministro, Georges Pompidou, se hallaba en Afganistán. El presidente de la República, Charles de Gaulle, visitaba Rumanía. A su regreso de Asia, en un intento de volver a la normalidad, Pompidou cedió ante las reivindicaciones estudiantiles y permitió la reanudación de las clases en La Sorbona. Además, los manifestantes detenidos serían liberados.
Para el historiador Antonio Elorza, las concesiones supusieron un fracaso estratégico, porque cedieron la iniciativa a los rebeldes. En cambio, Richard Vinen, en 1968. El año en que el mundo pudo cambiar (Crítica, 2018), subraya la habilidad del político francés: con la reapertura de la universidad evitó que una manifestación se convirtiera en revuelta, a la vez que daba margen de actuación a los estudiantes. Esperaba que lo utilizaran para desacreditarse, a fuerza de radicalismo, ante la opinión pública. De Gaulle, al conocer el proyecto de su primer ministro, le dijo que Francia también ganaría si tenía éxito. Si perdía… peor para él.
Pareció, en un primer momento, que esta estrategia no conducía a ningún lado. Los estudiantes controlaban un amplio sector del Barrio Latino y, el 15 de mayo, tomaron el teatro del Odeón. Pero carecían de planes para tomar el poder. Sus objetivos, además, no eran los mismos que los del movimiento huelguístico. Mientras ellos luchaban por una alternativa revolucionaria al sistema, los trabajadores deseaban reformas que les permitieran acceder a los beneficios del capitalismo.
La jugada de De Gaulle
Las huelgas, mientras tanto, se prolongaban. No había transportes, se ocupaban fábricas… Entre la opinión pública, la simpatía inicial hacia las protestas dejó paso a un sentimiento de miedo. De Gaulle, a su vuelta al país, había anunciado que no tenía intención de presentar su renuncia.
El 29 de mayo viajó en secreto a Baden-Baden, Alemania, donde Francia poseía una guarnición militar tras la caída del Tercer Reich. Su comandante, el general Massu, era conocido por los métodos brutales que había empleado en la guerra de Argelia contra los independentistas.
Aunque no sabemos con certeza que pasó entre los dos hombres, los historiadores coinciden en que De Gaulle pretendía asegurarse la lealtad del Ejército por si tenía que utilizarlo contra las multitudes. Sabía que no podía confiar en que los reclutas reprimieran a los civiles, pero las tropas profesionales actuarían de otro modo.
Massu, viejo gaullista, le dio garantías de que se pondría de su parte. A cambio, De Gaulle amnistiaría al general Raoul Salan y otros militares implicados en el intento de golpe de Estado de 1961. Salan había fundado la OAS (Organización del Ejército Secreto), un movimiento terrorista para oponerse a la descolonización de Argelia.
Al día siguiente, una gran manifestación progubernamental recorrió los Campos Elíseos, una zona de la capital próxima a la burguesía, al contrario que el Barrio Latino, corazón del movimiento contestario. La concentración marcó un antes y un después. A partir de ese momento, los rebeldes perdieron su predominio.
Como señala el historiador Antonio Elorza, bastaron pocas horas para que la utopía quedara desacreditada y se restableciera el orden. En las fábricas, los obreros volvieron al trabajo. Los escasos intentos de continuar con la movilización sucumbieron ante una represión enérgica. El gobierno ilegalizó muchas organizaciones izquierdistas.
El debate sigue abierto
¿Cómo valorar la repercusión histórica del Mayo francés? Se trató, a primera vista, de un fracaso sin paliativos. Enseguida se convocaron elecciones, con un triunfo aplastante de la derecha gaullista. Sin embargo, a largo plazo se observan efectos duraderos.
Tanto en la universidad como en la sociedad en su conjunto triunfaron unos valores menos autoritarios. La juventud demostró su poder como fuerza propia, a la vez que se afirmaba la autonomía del individuo frente al Estado. Otra cuestión, imposible de dilucidar, es hasta qué punto esas transformaciones se hubieran producido tanto con los hechos de mayo como sin ellos.
A nivel político, el éxito del socialista François Mitterrand, que accedió a la presidencia en 1981, puede interpretarse como una consecuencia de la rebelión que estremeció Francia trece años antes. Cuando quedó claro que la transformación radical de la sociedad no estaba a la vuelta de la esquina, muchos optaron por la vía del posibilismo.