Loading...

Montpensier o la agitada vida de un conspirador

Durante más de veinte años, Antonio de Orleans, duque de Montpensier, soñó con el trono español e intrigó sin descanso para obtenerlo. Su vida es la historia de una frustración.

Retrato de Antonio de Orleans, duque de Montpensier (1824-1890).

Antonio de Orleans duque Montpensier

Orleans es el nombre de una de las más hermosas ciudades de Francia. El mismo con que se intituló una de las ramas de la familia real francesa, la de los Orleans, que en varias ocasiones disputaron el poder a los Borbones, la línea principal.

Estos enfrentamientos, llenos de intrigas y traiciones, han salpicado tanto la historia de Francia como la de España. Así, por ejemplo, Felipe de Orleans, que acabaría siendo regente de Francia, intentó hacerse con el trono de su sobrino Felipe V tras los desastres sufridos por las tropas de este en Almenara y Zaragoza en el transcurso de la guerra de Sucesión. Otro Felipe de Orleans, conocido como Felipe Igualdad en los años de la Revolución Francesa, votó la muerte en la guillotina de su primo, el Borbón Luis XVI.

Antonio de Orleans, duque de Montpensier, conspiró también para hacerse con el trono ocupado por los Borbones españoles. Era hijo de Luis Felipe de Orleans, proclamado rey de Francia tras la Revolución de 1830. En ella, los parisinos se rebelaron contra las ordenanzas de tinte absolutista promulgadas por el Borbón Carlos X y se lanzaron a las barricadas, al tiempo que los estudiantes izaban la revolucionaria bandera tricolor en las torres de la catedral de Notre-Dame.

En solo tres días cayó la restaurada monarquía borbónica. Con el apoyo del influyente banquero Jacques Laffitte y la habilidad del marqués de Lafayette, que invitó a Luis Felipe a salir al balcón del Palais Bourbon empuñando la tricolor, este fue aclamado como rey por la muchedumbre. Así fue como el padre de Montpensier se convirtió en “el rey de las barricadas”. El apelativo, al menos en un primer momento, no molestó a Luis Felipe.

Hacia el trono español

Antonio, el menor de los cinco hijos de Luis Felipe y María Amelia de Nápoles, había nacido en Neuilly el 31 de julio de 1824. Su esmerada educación incluyó una estricta formación militar, en la que protagonizó una carrera meteórica. En parte por ser hijo del rey, y en parte por su participación en la guerra de Argelia, en la que los franceses iniciaron la ocupación de este territorio africano.

Luis Felipe planificó cuidadosamente los matrimonios de sus hijos, y pretendía que Montpensier contrajera matrimonio con Isabel de Borbón, la reina de España, proclamada mayor de edad en 1843. La idea no gustó a Gran Bretaña, y Luis Felipe hubo de olvidarse de ella, pero vetó a su vez la posibilidad de que un Sajonia-Coburgo (familia política de la reina Victoria de Inglaterra) aspirase a la mano de la soberana española.

Los ministros de Exteriores francés y británico, François Guizot y lord Aberdeen, acordaron que Isabel II no se desposara ni con un Orleans ni con un Sajonia-Coburgo, lo que redujo de forma dramática sus posibilidades matrimoniales.

Corría el rumor de que Isabel II era víctima de una enfermedad hereditaria que la llevaría al sepulcro en poco tiempo.

Las intrigas cortesanas vivieron meses dorados en Madrid, donde se ajustaban las bodas de la joven reina y de su hermana, la infanta Luisa Fernanda. Corrió el rumor de que Isabel II era víctima de una enfermedad hereditaria de origen herpético que la llevaría al sepulcro en poco tiempo. Así se lo comunicó a Luis Felipe su embajador en España, el conde de Bresson, que negoció el matrimonio del duque de Montpensier con la hija menor de Fernando VII.

Este enlace fue, pues, concebido como un primer paso para escalar al trono de España. La entrada de Montpensier en Madrid fue espectacular, vestido de mariscal de campo (aunque acababa de cumplir 22 años) y luciendo en su pecho la Legión de Honor. La infanta española quedó impresionada.

Por otro lado, se concertó el matrimonio de Isabel II con su primo Francisco de Asís de Borbón, un joven cuya orientación homosexual era vox populi, como ponen de manifiesto los motes y las coplas de la época.

Retrato de la reina Isabel II de España con su marido, Francisco de Asís y Borbón.

TERCEROS

La doble boda se celebró en Madrid a finales de 1846. Antonio y su esposa se instalaron en París, pero la situación en Francia se complicó para ellos. Solo tres jornadas –como las que lo encumbraron en 1830– bastaron para destronar a Luis Felipe en 1848. Fue a raíz del golpe militar de Luis Napoleón Bonaparte, sobrino del primer Napoleón. Los Orleans huyeron a toda prisa de Francia, y los Montpensier, tras una breve estancia en Londres, donde su presencia no era grata, decidieron fijar su residencia en España.

La mortal enfermedad que teóricamente aquejaba a Isabel II no se materializó. Al contrario, la reina parecía gozar de una espléndida salud. Montpensier se sintió engañado, y comenzó a intrigar contra ella en las revueltas aguas de la política decimonónica española, hasta tal punto que su presencia en Madrid se volvió incómoda.

Para complicar las cosas, reclamó la herencia de su esposa, que alcanzaba la considerable suma de 57 millones de reales. Este interés se explicaba por su delicada situación económica tras el destronamiento de su padre. La herencia abría un frente de discordias familiares que se sumaba a los cada vez más frecuentes desencuentros políticos que tenía con su cuñada.

Ante la situación creada y los recelos de Ramón María Narváez, presidente del gobierno, por los movimientos de Montpensier, se decidió alejarlo de la corte. Los Montpensier fijaron su residencia en Aranjuez, pero el Real Sitio seguía estando muy cerca, por lo que se les invitó a instalarse en un lugar más alejado.

En pocas semanas Antonio de Orleans y la infanta Luisa Fernanda se aposentaron en Sevilla, aunque estuvieron tentados de hacerlo en Granada. Montpensier se interesó por el palacio que Carlos V había mandado construir en el recinto de la Alhambra y trató de comprarlo al Estado, pero no tuvo éxito.

El “retiro” sevillano

En Sevilla adquirió el palacio de San Telmo, antigua escuela naval, que acomodó como residencia. La grandiosidad del edificio, su ubicación a orillas del Guadalquivir y la extensión de sus jardines cuadraban con los deseos del Orleans.

Isabel II padeció una grave enfermedad de tipo pulmonar que alentó las esperanzas de Montpensier.

Desde el primer momento, estableció una corte paralela en la que acogió a los descontentos con la política isabelina. En sus salones se celebraban lujosos bailes y veladas literarias a las que asistían reconocidos escritores (fueron asiduas de San Telmo Gertrudis Gómez de Avellaneda y Cecilia Böhl de Faber, que popularizó el seudónimo de Fernán Caballero) y artistas como Valeriano Bécquer, hermano del poeta.

En 1849, Isabel II padeció una grave enfermedad de tipo pulmonar que alentó las esperanzas de Montpensier, haciéndole pensar que los informes facilitados a Luis Felipe por su embajador años atrás no estaban tan desencaminados.

Sin embargo, la reina superó la enfermedad y, al cabo de pocos meses, anunció que esperaba un heredero. Las ilusiones de Antonio de Orleans saltaron por los aires. A pesar de la muerte del recién nacido, nuevos embarazos de la soberana, en medio de toda clase de rumores sobre las paternidades, se sucedieron en los años siguientes.

Palacio de San Telmo en Sevilla.

TERCEROS

Las relaciones con la reina mejoraron en apariencia. Los Montpensier visitaban con frecuencia la corte y viajaban a Madrid con motivo de los alumbramientos regios. El Orleans y su esposa vivían como un acomodado matrimonio burgués y llenaban su casa de hijos, aunque la muerte causó estragos entre su prole.

Algunas referencias nos presentan al duque muy desaliñado en el vestir, pendiente de sus propiedades en Sevilla, Castilleja de la Cuesta o Sanlúcar de Barrameda, y muy puntilloso en cuestiones de administración. Esto último causaba sorpresa en un país en el que la aristocracia se caracterizaba por el derroche y por dejar en manos ajenas el cuidado de su hacienda.

En realidad, las relaciones con Isabel II no eran fluidas. La tensión se puso de manifiesto cuando el gobierno rechazó las pretensiones de Montpensier de participar en la guerra de África contra el sultanato de Marruecos, dando contenido al grado de capitán general que su cuñada le había concedido como regalo de bodas.

Contra la reina

Antonio de Orleans no cesó ya en sus manejos para derrocarla. Se aprovechó de la torpe actuación de la soberana (ligada al sector más conservador del partido moderado) en los asuntos públicos, que le había granjeado la censura de la mayor parte de la clase política.

Los militares de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell, que a su muerte se agruparon en torno a la figura de Francisco Serrano, se convirtieron en una seria amenaza para Isabel II. También los sectores más progresistas del liberalismo, que contaban con referencias militares muy importantes, como el general Prim, héroe de la guerra de África.

La muerte del presidente Narváez, el más firme apoyo con que contaba Isabel II, en la primavera de 1868 marcó el principio del fin de su reinado. Desde comienzos de aquel año estaba en marcha una conspiración de altos vuelos para destronarla, y uno de sus centros era el palacio de San Telmo, donde se celebraban reuniones a las que asistían militares y políticos.

El gobierno de González Bravo tomó la decisión de expulsar de España a Montpensier y a Luisa Fernanda.

Allí acudió el general Fernando Fernández de Córdoba, comisionado por Serrano, para concretar detalles del levantamiento contra Isabel II. El propio Fernández de Córdoba dice en sus memorias que la infanta Luisa Fernanda guardó un elocuente silencio cuando él comentó: “Si el trono queda vacante por virtud de la pendiente en que caminan los sucesos, nosotros, impulsados por un alto sentimiento de patriotismo, venimos a ofrecer a la hermana de la reina el esfuerzo de nuestras voluntades para ocuparlo”.

En mayo, los Montpensier asistieron en Madrid a la boda de su sobrina, la infanta Isabel, con el conde de Girgenti. Se guardaron las apariencias y también las distancias. Las noticias de la conspiración estaban tan extendidas que se vivió una anécdota muy reveladora del ambiente que se respiraba en la capital. Los Montpensier estaban en el teatro cuando les dieron aviso de que el secretario del duque había sufrido un ataque al corazón. Abandonaron a toda prisa el palco, y el teatro se vació antes de que la representación concluyese. Los asistentes pensaron que la revolución había comenzado.

El nuevo gobierno, presidido por Luis González Bravo, tomó la decisión de expulsar de España a Montpensier y a Luisa Fernanda ante unas escandalosas declaraciones del duque a su regreso a Sevilla. Había manifestado que la corte era un lugar tan inmundo que no se explicaba cómo había personas que la apoyasen.

Si pretendía el destierro, lo había conseguido. El 9 de julio, el general Lassala se presentó en San Telmo para entregar a los duques un escrito. Se afirmaba en él que el gobierno tenía noticia de que se intentaba subvertir el orden político vigente y de que se tomaba “el nombre de VV. AA. como enseña de propósitos revolucionarios y términos de maquinaciones que la autoridad tiene el deber sagrado de impedir”. Así pues, seguía la nota, “el Consejo de Ministros ha decidido resolver que VV. AA. salgan de la península en el plazo más breve posible”. El día 16, Montpensier y su esposa embarcaban en el Villa de Madrid con destino a Lisboa.

La última jugada

En la capital portuguesa se encontraban cuando se inició en la bahía de Cádiz la Revolución de Septiembre al grito de “¡Abajo los Borbones!”. Montpensier creyó llegado su momento, pero no había contado con que el rechazo de Juan Prim, uno de los pocos generales que no controlaba, se extendía en realidad a toda la dinastía.

A partir de ese momento libró una dura batalla política contra el prestigioso militar salpicada de numerosos episodios sombríos.

Antonio de Orleans, que había conspirado contra su cuñada y apoyado financieramente la revolución con una importante suma, se sentía traicionado. Cuando Prim planteó la monarquía como forma de Estado e inició la búsqueda de un candidato al trono, Montpensier albergó esperanzas.

Conspiró de nuevo y movió hilos para hacerse con la Corona, pero se encontró con la férrea oposición de Prim.

Su influencia era grande entre un buen número de generales, y ejerció mucha presión desde las numerosas cabeceras de prensa que subvencionaba con generosidad. Conspiró de nuevo y movió los hilos que le permitían sus ya ingentes recursos materiales para hacerse con la Corona, pero se encontró con la férrea oposición de Prim.

En el enfrentamiento político por el trono a lo largo de 1869 y 1870, Montpensier contó con partidarios y detractores. Entre los últimos destaca el infante don Enrique de Borbón, primo y cuñado de la reina. Este le insultó públicamente y se negó a retractarse, por lo que el duque le retó a un duelo a muerte. Montpensier salió vencedor, pero el asunto perjudicó sus aspiraciones.

En la votación realizada por las Cortes en noviembre de 1870 para la elección de rey, solo obtuvo 27 votos, frente a los 191 reunidos por Amadeo de Saboya, el candidato apoyado por Prim.

La derrota institucional no frenó su ambición. En las semanas siguientes a la elección de Amadeo, en Madrid hervían las intrigas y se hablaba sin reparo de la trama para matar a Prim. En los círculos políticos se especulaba con que el italiano renunciaría a la Corona de España si el general Prim era asesinado. El atentado que costó a este la vida tuvo lugar en la madrileña calle del Turco a finales de diciembre.

Numerosos indicios apuntaron a la implicación del duque de Montpensier en el magnicidio. Sin embargo, Amadeo no renunció, y cuando en 1873 abdicó de sus derechos al trono, los republicanos vieron llegada su hora y proclamaron la efímera I República.

Atentado contra la vida del general Juan Prim, La ilustración española y americana, 1871.

TERCEROS

La vía de los descendientes

Algunos años más tarde, las ansias de poder de Montpensier encontraron un nuevo camino cuando el hijo de Isabel II subió al trono. Alfonso XII se enamoró perdidamente de su prima María de las Mercedes de Orleans, una de las hijas del duque, con la que contrajo matrimonio en 1878.

Desde su nueva posición como suegro del rey, trató de influir en las altas esferas de la política española, como revela la correspondencia con su hija. El rechazo de Antonio Cánovas del Castillo, presidente del gobierno, y del propio Alfonso XII cercenó sus pretensiones, que recibieron el golpe definitivo ante la inesperada muerte de María de las Mercedes pocos meses después de la boda. La joven reina había abierto un portillo a las relaciones entre Isabel II y su cuñado. Su muerte no supuso el fin de aquellas. El duque intentó un nuevo enlace de Alfonso con una de sus hijas, pero no fue posible.

Sí lo fue, en cambio, la boda entre otro de sus hijos, Antonio de Orleans, y la infanta Eulalia, hija menor de Isabel II, que se casaron en 1886 sin que a la novia le entusiasmara la idea. Culminó en la primera separación matrimonial de un miembro de la familia real española. Sin embargo, Eulalia siempre contó con el apoyo de su suegro.

Sus últimos años los pasó alejado de la política, dedicado a la administración de su inmensa fortuna y a una vida familiar.

Montpensier la introdujo en los más selectos círculos sociales de Europa. Poco a poco, la infanta modificó el tenebroso concepto que tenía del duque. Lo retrató en sus memorias de forma vívida: “Una aguda nariz de puro corte borbónico y sus claros ojos, cerrada la barba, aún rubia, me ofreció un gratísimo aspecto, que pronto disipó la penosa impresión que de él tenía desde mi niñez”. Y añade que llegó a tener “un afecto profundo” por él, “hombre espiritual, conversador, exquisito, mundano y compasivo”.

Atrás habían quedado los tiempos de las luchas por el trono y las conspiraciones. Montpensier estaba más interesado por los acontecimientos de la política francesa. Al morir sin descendencia Enrique Carlos de Borbón, nieto de Carlos X, desaparecía la rama directa de los Capetos. Ello abría, incluso desde una perspectiva de los monárquicos legitimistas, las puertas del trono de Francia a los Orleans en la persona de Luis Felipe de Orleans, casado con una hija de Montpensier.

Sus últimos años los pasó alejado de la política, que para él había sido en buena medida conspiración, dedicado a la administración de su inmensa fortuna y a una vida familiar. Murió en Sanlúcar de Barrameda en 1890, a los 65 años. Fue enterrado en el Panteón de Infantes del monasterio de El Escorial.

Este artículo se publicó en el número 540 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.