La Revolución de los Claveles
Una sublevación militar en el vecino Portugal acababa con cuarenta años de dictadura. El pueblo refrendó el golpe sin dudarlo. Este mes se cumplen 45 años de la creación del Movimiento de las Fuerzas Armadas que desembocaría en la revolución.
Apenas doce horas fueron suficientes para derribar la dictadura más longeva de Europa occidental y liquidar el último imperio colonial que quedaba en el mundo. El régimen implantado por António de Oliveira Salazar, que durante más de cuatro decenios había mantenido a Portugal anclado a su pasado, se hundió casi sin resistencia en la madrugada del 25 de abril de 1974. Aquel día comenzó una nueva etapa. No sin dificultades, se abría el camino a la democracia, que los portugueses habían disfrutado solo en breves y agitados paréntesis de su vida política.
El salazarismo
La dictadura había puesto fin, en los años veinte, al período convulso en que derivó la caída de la monarquía y la proclamación de la república, que quince años después no se había estabilizado. El régimen de corte autoritario que empezó a despuntar en 1926 seguía las corrientes totalitarias emergentes en Italia y Alemania. Era el fruto de la experiencia del profesor Oliveira Salazar como ministro de Hacienda, quien, además de las drásticas medidas de austeridad de su dura gestión económica, iba sentando las bases de un sistema personalista.
Aquella política se presentó como la refundación del Estado. De hecho, bajo el lema “Dios, Patria y Familia”, se lo llamó “Estado Novo”, aunque esta denominación acabó enseguida eclipsada por la de “salazarismo”. Oliveira Salazar, un hombre sobrio, enigmático, ultraconservador e implacable en su fobia a la libertad, se inició en el gobierno en aquel 1926 como ministro y hombre fuerte, y pasó a presidirlo seis años después. Permaneció en el poder hasta 1968, cuando un derrame cerebral le incapacitó para continuar.
La OTAN, a la que pertenecía Portugal, hacía la vista gorda ante la falta de libertades del régimen de Salazar.
Durante ese lapso, el sistema mantuvo una apariencia democrática, con una Constitución a la medida, un presidente de la República con funciones solo representativas, elegido siguiendo la voluntad de Salazar, y un Parlamento corporativo que se limitaba a sancionar las leyes. Tras la cortina se daba pábulo a la censura de prensa, el control del sistema judicial y la prohibición de partidos y manifestaciones.
Lo más sorprendente del salazarismo es que conseguía compatibilizar un sistema dictatorial inflexible con la pertenencia a la OTAN, cuyos miembros –empezando por Estados Unidos– hacían la vista gorda ante tan evidente ausencia de libertades, de garantías democráticas y de respeto a los derechos humanos.
En 1968, ante la incapacidad del dictador, el presidente de la República, el almirante Américo Thomaz, encargó la jefatura del ejecutivo al también profesor, este de Derecho, Marcelo Caetano. El nuevo jefe del gobierno, además de contar con prestigio, ofrecía una imagen más tolerante y abierta a reformas, algo que los ortodoxos del régimen criticaban. El país afrontaba problemas económicos y sociales que habían agravado el descontento popular.
El empecinamiento del régimen por conservar el imperio colonial (integrado aún por cinco territorios africanos, la plaza asiática de Macao y el este de la isla de Timor, en Oceanía) se estaba volviendo suicida. En varias colonias habían surgido movimientos armados de liberación que, con la ayuda de los países comunistas y de los no alineados, mantenían en jaque a las tropas portuguesas desde hacía años. La movilización de centenares de miles de soldados, el servicio militar de cuatro años y los gastos en desplazamientos y armamento empeoraban la situación económica del país.
La llegada al poder de Marcelo Caetano abrió expectativas de profundización democrática que no se cumplieron.
Portugal se resentía, además, por el aislamiento internacional al que el colonialismo lo había sentenciado. Las condenas en la ONU eran constantes, y apenas las dictaduras capitalistas mantenían abiertas sus embajadas en Lisboa.
La llegada al poder de Marcelo Caetano abrió expectativas, si no de cambio de régimen, sí de profundización en las estructuras democráticas que, en teoría, existían. Su negativa a que la policía entrase en la Universidad de Lisboa cuando era rector le había alejado del entorno de Salazar, y su designación para sucederle causó sorpresa. Era un hombre inteligente, dialogante y tranquilo. Pero algunas de estas cualidades las abandonó cuando se vio rodeado de colaboradores convencidos de que, si el régimen se liberalizaba, tendría los días contados.
El perfil militar
A diferencia de lo que ocurría en España, sometida a una dictadura similar, los militares nunca habían sido la espina dorsal del Estado Novo. Este aparecía como una dictadura, sí, pero de corte básicamente civil. Sin embargo, salvo en contadas ocasiones en que mostraron rechazo hacia algunas medidas que les afectaban, siempre se habían mantenido dóciles. Ello les proporcionaba prebendas y recompensas variadas, incluida la presidencia de la República y algunas carteras ministeriales.
Algunos jóvenes militares llegaron a la conclusión de que las guerras coloniales en que estaban empeñados carecían de sentido.
En la década de los setenta, las guerras que se libraban en las colonias, sobre todo en Guinea-Bissau, Angola y Mozambique, parecían tenerles demasiado ocupados para dedicar tiempo a la política. La actitud cambió cuando algunos conflictos profesionales (como un nuevo reglamento de ascensos que favorecía la promoción de los alféreces universitarios en perjuicio de los oficiales de carrera) generaron malestar.
Pronto se sumaron críticas sobre la irracionalidad de las misiones que tenían encomendadas en las colonias. En contacto con los enemigos, escuchando sus emisiones, interrogando a los prisioneros y empapándose de la propaganda revolucionaria de que se incautaban, algunos de aquellos jóvenes militares llegaron a la conclusión de que las guerras en que estaban empeñados carecían de sentido. Consideraron que los enemigos tenían más razón en su lucha por la independencia que ellos en la defensa del colonialismo, y que el gobierno que les enviaba a aniquilarlos era injusto y despiadado.
La conciencia social también fue sustituyendo a las tesis nacionalistas y conservadoras del salazarismo. La profesión militar había dejado de ser patrimonio de la aristocracia, y el grueso de los nuevos oficiales, procedentes en su mayor parte del pueblo llano, conservaba el recuerdo de la pobreza en los barrios obreros y el medio rural. No olvidaban cómo sus familiares y amigos se veían obligados a emigrar clandestinamente para sobrevivir. Portugal era una prisión que solo ofrecía a las generaciones jóvenes guerra, miseria, miedo y represión.
Incubando la conjura
Cuando varios oficiales impregnados de esas nuevas ideas regresaron a la metrópoli y comenzaron a compartir sus reflexiones con otros compañeros, las inquietudes se fueron extendiendo por los cuarteles. Surgió así una organización ilegal, el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA), de tendencia izquierdista.
Decenas de oficiales, reunidos en secreto, evolucionaron del rechazo político a la conspiración para poner fin a la dictadura.
Por esas fechas, en 1973, uno de los generales más prestigiosos del Ejército, António de Spínola, exgobernador de Guinea-Bissau, publicó un libro que, dado su rango, la censura no se atrevió a prohibir. En Portugal y el futuro, Spínola se planteaba la difícil salida que existía para la crisis integral del país. Respaldados por las preocupaciones de un superior tan destacado, decenas de oficiales, con el mayor Vasco Lourenço y el capitán Otelo Saraiva de Carvalho a la cabeza, comenzaron a reunirse en secreto.
El objetivo era abordar los problemas profesionales del colectivo, pero su rechazo político evolucionó hacia una conspiración, inicialmente centrada en una demostración de fuerza que pusiera fin a la dictadura. No era fácil, la idea tropezaba con múltiples riesgos y dificultades. No obstante, la decisión pronto pasó a ser firme.
En abril de 1974, el proyecto táctico en marcha aún adolecía de lagunas e imprecisiones, pero la ejecución tuvo que precipitarse ante filtraciones que ya habían propiciado el alejamiento de sus destinos de algunos implicados. Un mes antes, además, otros oficiales que compartían las ideas de los cabecillas de la conspiración, aunque no su compromiso, habían intentado sublevarse en Caldas da Rainha e iniciar una marcha sobre la capital. Pero enseguida fueron detenidos por fuerzas leales al gobierno.
Tierra de fraternidad
Aquello confirmó a los conjurados que la desazón estaba extendida, pero también que el régimen actuaría sin contemplaciones. Por lo demás, sus previsiones organizativas se cumplieron. Para coordinar el golpe y movilizar a las masas, optaron por una curiosa iniciativa. Aprovecharon la afición popular por las baladas tradicionales y el malestar general por la represión de las canciones protesta, en la vanguardia de una expresión de resistencia especialmente extendida entre la juventud.
La balada E Depois do Adeus , de Paulo de Carvalho, emitida a las once menos cinco de la noche del 24 de abril, confirmó a las unidades confabuladas que los planes se iniciaban y que el operativo, que contemplaba sacar las tropas a las calles, arrancaba. El comienzo oficial del golpe lo marcaría, hora y media más tarde, otra canción perseguida, , tema que, desafiando la censura, sonó en las ondas de Rádio Renascença, la emisora del episcopado.
La canción Grândola, Vila Morena, que ensalzaba la fraternidad, había sido prohibida y las radios estaban avisadas de que debían abstenerse de emitirlo.
Grândola es una pequeña ciudad del Alentejo donde una buena parte de la población ocultaba mal su rechazo al salazarismo y sus simpatías hacia el clandestino Partido Comunista, dirigido desde el exilio por Álvaro Cunhal. La canción ensalzaba la fraternidad entre la gente y la autoridad que allí ejercía el pueblo. Su autor e intérprete, José Afonso, "Zeca", era admirado tanto por la calidad de sus melodías como por los mensajes de protesta incluidos en sus letras.
El tema había sido prohibido y las radios estaban avisadas de que debían abstenerse de emitirlo. Por eso fue el elegido como señal de que ya no había marcha atrás. Su programación en la emisora católica, además de servir de aviso para el estallido de la sublevación, se convirtió en el primer indicio de que la desobediencia civil también echaba a andar. El periodista Adelino Gomes, que presentaba el programa, asumió el riesgo de saltarse la censura y tener que pagarlo con la prisión si la sublevación fracasaba.
Del golpe a los claveles
Los sublevados habían establecido el puesto de mando en el cuartel de Pontinha. Desde allí, el recién ascendido a mayor Otelo Saraiva de Carvalho, que sustituía en el liderazgo a Vasco Lourenço (trasladado compulsivamente a las Azores en las vísperas), dirigió las operaciones.
Aunque los planes estaban prendidos con alfileres, todo evolucionó conforme a lo previsto. Cuando las noticias del golpe llegaron al gobierno, se dieron órdenes a unidades consideradas de confianza para que salieran a sofocarlo, pero con escasos resultados. Algunas llegaron a movilizarse y enseguida desistieron.
Tras unos momentos de gran tensión, el jefe de la unidad leal al gobierno mandó dar media vuelta y unirse a los sublevados.
La llegada a Lisboa de una columna de blindados de la Escuela Práctica de Caballería de Santarém, regentada por el capitán Fernando Salgueiro Maia, convenció a los altos mandos de que aquello iba en serio y de que cualquier intento por frenarlo acabaría costando muchas vidas. A media mañana, las fuerzas encargadas de reprimir el golpe se encontraron frente a frente con una compañía sublevada. Tras unos momentos de gran tensión, el jefe de la unidad leal al gobierno, en lugar de ordenar disparar contra los sublevados, mandó dar media vuelta y unirse a ellos.
Durante las primeras horas, los sublevados hicieron llamamientos a los ciudadanos para que permaneciesen en sus domicilios. Pero la gente, desafiando las recomendaciones, se lanzó en masa a las calles. Rápidamente se vieron invadidas por una multitud pacífica, pero dispuesta a asumir los riesgos con tal de librarse de una dictadura que llevaban décadas soportando estoicamente.
Lisboa se convirtió en una fiesta animada, primero por la curiosidad y pronto por una alegría desbordada, para la que no se recordaban precedentes. Al encontrarse con una compañía de infantería, una mujer que llevaba un manojo de claveles bajo el brazo se contagió del entusiasmo general y comenzó a regalar flores a los soldados. Algunos las colocaron en las solapas, pero otros taponaron con ellas las bocachas de los fusiles como muestra de su deseo de paz. Floristas y amas de casa sacaron sus claveles a la calle. En pocas horas se convirtieron en la imagen de la fiesta, en el símbolo de una revolución que liquidaba una larga etapa de represión, tristeza y oscurantismo.
Un triunfo rápido
Ante la gravedad de la situación, Caetano se refugió en el cuartel de la Guardia Nacional Republicana, el cuerpo de policía militarizada que mantenía una tradición más disciplinada. Allí permaneció varias horas, recibiendo noticias y manteniendo conversaciones con miembros del gobierno y altos mandos de las Fuerzas Armadas. La recomendación de algunos era resistir. Pero el jefe del ejecutivo recuperó su actitud moderada y rechazó la idea, así como la sugerencia de pedir ayuda militar a España para reprimir la rebelión.
A media tarde encargó al funcionario del Ministerio de Información Pedro Feytor Pinto que se pusiera en contacto con los golpistas, les transmitiese su voluntad de rendirse y les pidiera que designaran a alguien para transferirle formalmente el poder. Se rendía, pero no quería, dijo, que con su abandono el poder quedase tirado en la calle.
Ante las dudas de los sublevados, que no tenían contemplado ese escenario, Caetano sugirió transferirlo a Spínola, pero este, cuando fue informado, puso como condición que los golpistas estuvieran de acuerdo. Spínola no era, a pesar del respeto que les merecía, la persona que más confianza inspiraba a los artífices del golpe, ya imbuidos de un espíritu revolucionario que pronto se empezaría a revelar.
La rebelión había triunfado. Solo la odiada policía política mostró una actitud suicida de resistencia.
Sin embargo, al conocer la propuesta, Otelo y los compañeros que le rodeaban en el puesto de mando se dejaron llevar por el pragmatismo y accedieron salir de la situación cuanto antes. A las seis menos cuarto, el salazarismo cerraba su triste historia.
La rebelión había triunfado sin víctimas y casi sin oposición violenta. Solo en el acuartelamiento de la PIDE, rodeado de gente enardecida, la odiada policía política mostró una actitud suicida de resistencia. Algunos de sus miembros dispararon ráfagas desde las ventanas sobre los indefensos manifestantes. Aquellos disparos causaron tres víctimas, el contrapunto trágico de una jornada pacífica y, en el resto de su balance, marcada por el entusiasmo.
Aquella misma madrugada los presos políticos fueron puestos en libertad. Mientras tanto, Marcelo Caetano y el presidente, Américo Thomaz , que había sido detenidos en su domicilio, fueron trasladados en un vehículo blindado al aeropuerto y luego en avión a Madeira. Unos días más tarde se les permitió abandonar el país y exiliarse en Brasil. En Portugal comenzaba un proceso convulso.
Problemas viejos y nuevos
Spínola inicialmente albergó pretensiones de mantener las estructuras del régimen derribado con la introducción de apenas algunas reformas. Para ello intentó sustituir la tradición personalista de Salazar y Caetano por un gobierno de concentración bajo la jefatura del jurista Adelino Palma Carlos. El ejecutivo incorporó a los líderes, recién llegados del exilio, del Partido Comunista, Álvaro Cunhal, como ministro sin cartera, y del Partido Socialista, Mário Soares, como ministro de Asuntos Exteriores, además del de un nuevo partido de corte liberal que se estaba creando, el abogado Francisco Sá Carneiro.
La experiencia duró poco. Todavía no habían transcurrido cuatro meses cuando, ante un nuevo intento de golpe, Spínola abandonó el poder y se refugió en la base española de Talavera la Real, en Badajoz. Fue sustituido en la presidencia de la República por el también general Francisco da Costa Gomes, más afín a las ideas revolucionarias del MFA.
Un nuevo golpe de Estado de los sectores moderados del Ejército, con apoyo de socialistas y socialdemócratas, propició la consolidación de la democracia parlamentaria.
En la jefatura del gobierno se sucedieron, en un clima permanente de inestabilidad, cinco gobiernos interinos, encabezados por el almirante José Pinheiro de Azevedo y el coronel Vasco Gonçalves. Este, vinculado al Partido Comunista, fue el principal avalista del proceso revolucionario que convertiría durante dos años a Portugal en miembro de la OTAN con un sistema colectivista estrechamente relacionado con la URSS. La situación se prolongaría hasta finales de 1975, cuando un nuevo golpe de Estado, acaudillado por sectores moderados del Ejército con apoyo de socialistas y socialdemócratas, propició la consolidación de la democracia parlamentaria.
Lo que podría considerarse como lo más positivo de aquella etapa de desequilibrio fue el punto final de las guerras de África. La descolonización llevó a la independencia a Guinea-Bissau, Cabo Verde, Santo Tomé y Príncipe, Angola y Mozambique, bien es verdad que sin imponer garantías democráticas a los nuevos gobiernos. En los cinco casos, el poder fue entregado a movimientos que habían luchado por la independencia bajo la influencia soviética, sin consultar la voluntad del resto de habitantes.
La lectura exterior
Los acontecimientos del 25 de abril y de los meses posteriores coincidieron con los momentos más tensos de la guerra fría. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaron en la sombra el dominio de un país vulnerable de gran importancia estratégica. Moscú contemplaba Portugal como un modelo para otros países de Europa y África, y Washington intentaba evitar que se escapara a su control.
Pero, sin duda alguna, donde la caída del salazarismo causó mayor preocupación fue en España. Franco y sus acólitos debatieron la situación del país vecino y renunciaron a toda tentación de intervenir. Se limitaron a reforzar la seguridad fronteriza y a vigilar más estrechamente los movimientos en los cuarteles, donde empezaba a cobrar fuerza una organización clandestina que guardaba similitudes con el MFA, la Unión Militar Democrática (UMD), cuyos miembros fueron encarcelados.
Mientras el régimen franquista permanecía expectante y disimulaba su inquietud, millares de curiosos de toda España convertían Portugal en destino masivo de turismo político. Al ver lo que ocurría allí, los demócratas españoles comenzaron a soñar con protagonizar un milagro similar en casa. No sucedería exactamente así, pero la Revolución de los Claveles iba a ejercer una importante influencia indirecta en la transición española, que aún tendría que esperar dos años para arrancar.
Este artículo se publicó en el número 553 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.