El mítico imperio de Babilonia, una potencia en el sur de Mesopotamia
Antigüedad
Aún es posible contemplar las ruinas de ciudades antiguas como Ur y, sobre todo, Babilonia, que aunque no estén bien conservadas permiten adivinar la grandiosidad y belleza que alcanzó el imperio que las englobaba
Babilonia, de Hammurabi a Ciro el Grande
En una fecha indeterminada pero muy arcaica, los sumerios, que venían del este, protagonizaron una importante oleada inmigratoria y se instalaron al sur de la antigua Mesopotamia, donde se asimilaron rápidamente con la población autóctona. Entre los logros de los sumerios destaca la invención de la escritura cuneiforme (en forma de cuña), así como la creación de un sistema de pesos y medidas por parte de notables matemáticos. También tenían amplios conocimientos de astrología y astronomía, y eran grandes arquitectos.
Esta cultura pionera se vio interrumpida en 2330 a. C. por la invasión de los semitas procedentes del norte. Su rey Sargón I, conquistó un notable imperio. Otros pueblos como los guti y los elamitas irrumpieron en Sumer; pero todos fueron absorbidos o expulsados hasta que los nómadas amorritas consiguieron el poder y eligieron Babilonia, en la ribera del Éufrates, como la nueva capital, dando por finalizada la civilización sumeria que tanto había de influir en la formación de otras sociedades. Ya en 1700 a. C. se constituyeron dos imperios en Mesopotamia. Asiria, al norte; y Babilonia, que dominaría el sur.
De Hammurabi a Nabucodonosor
Los momentos estelares de la civilización babilónica podrían centrarse en los reinados de estos dos monarcas. Hammurabi (1728-1686 a. C.), perteneciente a la primera dinastía babilónica, transformó la entonces pequeña ciudad en la capital del Imperio. Fue un rey conquistador y engrandeció sus dominios, que se extendían desde el golfo Pérsico hasta la actual Turquía, y desde la cordillera de Zagros, en el este, hasta el Khabur, en Siria; pero por encima de todo ha pasado a la historia como el gran legislador de la civilización mesopotámica con su célebre código.
Por su parte, Nabucodonosor II (605-562 a. C.) impulsó un nuevo imperio tras la toma de Jerusalén, la destrucción de su templo y la deportación de los judíos a Babilonia. Extraordinario organizador, creó una burocracia eficaz y modernizó el comercio y la economía. Infatigable constructor, llenó de monumentos las ciudades de su imperio y convirtió la capital, Babilonia, en la metrópoli más grande y atractiva del mundo oriental.
¿Cómo era Babilonia?
Cuando el rey persa Ciro, en 539 a. C., contempló Babilonia desde la orilla derecha del Éufrates, quedó deslumbrado ante el panorama que ofrecía la ciudad. En su momento de máximo esplendor, el rey Nabucodonosor II levantó su palacio de verano al norte de la ciudad, ante una llanura salpicada de palmerales y jardines. Como Venecia o Brujas, estaba surcada por canales que comunicaban todo el núcleo urbano. Se accedía a la ciudad atravesando ocho puertas gigantes, dedicadas a diferentes divinidades, de entre las que destacaba la puerta de Ishtar (reconstruida hoy en el Museo de Pérgamo, en Berlín), por su belleza y magnífica decoración.
Babilonia se hallaba dominada por una obra gigantesca, el zigurat, o templo de pisos. El propio rey Ciro quedó estupefacto al descubrir aquel templo de las siete luces, de los siete días de la semana, de los siete colores de los cuerpos siderales. Luego llegaría el sueño frustrado de Alejandro Magno, su declive y el recuerdo de aquel mítico lugar enterrado en la arena del tiempo.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 398 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.