Apolo: historia y mitología del dios griego que se pasaba de guapo
Antigüedad
La virtual perfección de Apolo, el dios griego de la luz y la belleza, no le ahorró trabas. De hecho, podemos decir que le provocó más de un disgusto
Mitología griega: la historia de los dioses olímpicos
Los griegos lo llamaban Febo, el resplandeciente. Un nombre muy apropiado para Apolo: además de dios de la luz solar y la música (inventó la flauta y tocaba la lira que le regaló Hermes), tenía los dones de predecir el futuro y curar y representaba el orden y la armonía del mundo. También era el más apuesto de los olímpicos, por lo que personificaba la juventud y el vigor propio de esa edad.
En cuanto a su helenidad, los expertos no se ponen de acuerdo. Para unos es el dios más griego del Olimpo, mientras que para otros su culto en Asia Menor era anterior. Hijo de Zeus y la titanesa Latona, los mitos difieren en dónde vino al mundo. Como sucedía con otros dioses, se atribuían el honor muchos lugares, desde Licia a la isla de Delos, la más mencionada.
Un bebé de cuidado
En todo caso, lo más interesante no es dónde, sino cómo, pues la historia tiene malvada, y no es otra que Hera. Esta vez no hizo de las suyas por sus proverbiales celos; la movía la sangre, un impulso más poderoso.
La Pitón profetizaba a través de una grieta en una roca, el sagrado oráculo de Delfos, así que, tras matarla, Apolo la sustituyó
Sabía que si Latona tenía un varón, los derechos legítimos de su hijo Ares se verían amenazados, así que le hizo la vida imposible. Pero todo fue en balde. Para mayor desesperación de Hera, Latona dio a luz no a uno, sino a dos hijos, Artemisa y Apolo.
El niño, además, salió valiente. Cuando apenas tenía cuatro días, fue a Delfos a enfrentarse con la serpiente que había aterrorizado a su madre durante el acecho al que la sometió Hera. La Pitón profetizaba a través de una grieta en una roca, el sagrado oráculo de Delfos, así que, tras matarla, el dios la sustituyó.
El precio del éxito
Apolo coleccionó amantes mortales de ambos sexos. Ninguno de sus colegas olímpicos le gana, con la excepción, claro está, del seductor más incorregible de todos, su padre. Pero cuando alguien es tan guapo, tan “apolíneo”, resulta inevitable que se lo acabe creyendo y se lleve u ocasione más de un disgusto.
Tan pesado fue con Dafne que la ninfa se convirtió en laurel para evitar su abrazo. A Coronis se la cargó por casarse con otro estando embarazada de él, aunque antes salvó al niño, el dios de la medicina Asclepio. A Casandra le regaló el don divino de la profecía para después neutralizarlo porque la joven le rechazó, con lo cual nadie en Troya la creyó cuando avisó de la calamidad que se les avecinaba.
Y aunque el bello Jacinto le correspondió, el dios del viento Céfiro, celoso de la pareja, sopló cuando Apolo lanzaba un disco, que giró y golpeó mortalmente a Jacinto. Dolido, Apolo lo convirtió en flor. Este mito y el de Dafne le valieron ser también el dios de las plantas.
Este artículo se publicó en el número 509 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.