El 24 de julio de 1684, una expedición encabezada por René-Robert Cavelier de La Salle, explorador del Misisipi y de Luisiana, partió de Francia rumbo al golfo de México. El grupo lo formaban cuatrocientos hombres, repartidos en cuatro embarcaciones, entre ellas, una pequeña fragata llamada La Belle. Su misión era establecer una colonia en la desembocadura del Misisipi. Una vez allí, se crearían varias rutas comerciales por Nueva Francia (este del actual Canadá) y se establecería una base desde donde atacar las minas de plata de Nueva España (en el sur del actual Estados Unidos). Hacía ocho meses que Luis XIV había declarado la guerra a Carlos II invadiendo Luxemburgo.
Sin embargo, el viaje no transcurrió como se esperaba. Corsarios españoles capturaron uno de los barcos en las Indias Occidentales (Antillas y Bahamas). Una segunda nave encalló y se hundió. Y una tercera, un buque de guerra, se amotinó y regresó a Francia. Pero eso no fue lo peor.
Un fallo mortal
A causa de varios errores de navegación, La Salle sobrepasó el delta del Misisipi. Cuando se dio cuenta de su error, hizo escala en la bahía de Matagorda, en lo que hoy es Texas. A bordo de la única embarcación que le quedaba, La Belle, siguió buscado la desembocadura del río. Pero fue en vano. El explorador sabía que se había pasado de largo, pero ignoraba que se hallaba a más de seiscientos kilómetros al oeste de su objetivo.
En febrero de 1685, tras una violenta tormenta, La Belle naufragó. A pesar de ello, y de tener a la tripulación diezmada y en contra, La Salle continúo buscando el río por tierra. Hasta que, en 1687, sus propios hombres le asesinaron durante un motín.
Ese mismo año, expedicionarios españoles también arribaron a la bahía de Matagorda. Carlos II había sido avisado de la expedición de La Salle y de sus intenciones beligerantes. Durante la exploración de la zona encontraron los restos hundidos de la fragata. Rescataron varios cañones, el ancla y los mástiles, que utilizaron para fabricar remos.
El fracaso de La Salle sirvió para que España tomara conciencia del peligro que suponían para sus intereses coloniales los planes expansionistas de los franceses. De ahí que, a partir de ese momento, aumentara de forma considerable su presencia en la región.
Sorteando las dificultades
La Belle permaneció olvidada durante más de trescientos años, hasta que, en los años setenta del siglo pasado, investigadores tejanos empezaron a reunir información sobre los naufragios de la expedición de La Salle. En 1978 se inició oficialmente la búsqueda de los navíos. Se realizó una prospección magnética y se determinó que, muy probablemente, uno de los pecios detectados correspondía a La Belle.
Por problemas de financiación hubo que esperar hasta 1995 para poder continuar con la investigación. Tras una nueva exploración, que aportó datos mucho más precisos, gracias a la utilización de un GPS diferencial, la Comisión Histórica de Texas, agencia estatal para la preservación de la historia de este estado, organizó una operación de buceo para encontrar los restos del barco hundido. Pronto hallaron un cañón de bronce profusamente decorado.
Al examinarlo, los arqueólogos observaron que llevaba grabado el escudo del Rey Sol. No era una prueba concluyente, pero sí una evidencia muy clara de que esa podría ser la fragata que estaban buscando. La prueba definitiva se encontró semanas más tarde. Tras recuperar otros dos cañones, los investigadores cotejaron sus números de serie en los registros de un archivo francés. Las cifras coincidían: eran las piezas de artillería cargadas en La Belle en 1684.
¿De Texas o de Francia?
Las pesquisas de descubridores y reclamantes para ser los legítimos propietarios de La Belle
Tras anunciarse el hallazgo de La Belle, el gobierno francés presentó una demanda en la que reclamaba la propiedad de la fragata y todo su contenido. Según la legislación vigente, los buques hundidos, independientemente de dónde se descubren, son propiedad de su país de origen. Si La Belle naufragó enarbolando la bandera francesa, pertenecía a Francia.
Los investigadores norteamericanos adujeron que el barco fue un regalo de Luis XIV a La Salle. Pero carecían de pruebas que lo demostrasen. El gobierno francés tampoco las tenía, pero las consiguió. Aportó dos documentos según los cuales la nave no fue regalada, sino cedida.
En 2003 se llegó a un acuerdo. La Belle fue cedida a la Comisión Histórica de Texas por su dueño: el Museo Nacional de la Marina de París.
La relevancia histórica del descubrimiento, uno de los más importantes en territorio estadounidense, proporcionó el impulso necesario, financiero y académico, para llevar a cabo las labores de excavación. La mala visibilidad de las aguas de la bahía, demasiado oscuras para el trabajo de los buceadores, obligó a los arqueólogos a buscar una alternativa.
Y lo hicieron a lo grande. Decidieron que la mejor solución era construir una ataguía (un cerco para atajar el paso del agua) alrededor del barco. Dicho y hecho. Una vez finalizadas las obras del espectacular dique, formado por muros dobles de acero, se vació de agua su interior. La Belle emergió después de varios siglos enterrada.
El casco, al haber permanecido bajo el barro, se conservaba casi intacto. Lo primero que hizo el equipo de arqueólogos fue explorar su interior. En la bodega encontraron gran cantidad de armas, herramientas, suministros y numerosas mercancías para comerciar: cerámica, adornos de bronce, peines de madera y miles de cuentas de vidrio.
Los vestigios proporcionaron una valiosa información sobre la clase de suministros necesarios para llevar a cabo una misión colonizadora a finales del siglo XVII. Los investigadores también localizaron el esqueleto de un varón de mediana edad. Su análisis reveló que formaba parte de la tripulación y que sufría artritis. Los restos se enterraron en el cementerio estatal de Texas.
Ni una gota de agua
Una vez que el casco quedó completamente vacío, se procedió a desarmar la embarcación. Cada tablón recuperado se clasificó, se escaneó y se sometió a un tratamiento de conservación. La madera, muy debilitada por la erosión y la corrosión del agua marina, se trató con glicol de polietileno, útil para eliminar la humedad. El proceso de secado continuó con un lento y costoso tratamiento de liofilización.
Todas las piezas se introdujeron en la cámara de un liofilizador gigantesco, construido por la Universidad de Texas en una base aérea. Allí se congelaron a una temperatura de hasta 60 oC bajo cero. A continuación, se extrajo todo el aire hasta alcanzar el vacío. Luego, durante varios meses, se dio calor para que el agua congelada se evaporara. Se intentaba evitar así que los restos pudieran contraerse o deformarse durante el proceso.
Finalizada esta fase, el casco se reensambló por completo dentro del mismo liofilizador y se volvió a secar. En total, se tardaría un decenio en recuperar y conservar la fragata.
En 2014, el barco entero se estuvo montando en el Bullock Texas State History Museum, en una reconstrucción que se realizó de forma abierta para que los visitantes pudiesen observar el progresivo ensamblaje. El proceso culminó al año siguiente. Desde entonces, la fragata y los artefactos hallados en ella son la atracción estrella de la institución.
Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 564 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.