¿Conjuras? Maquiavelo te dice lo que necesitas saber

Cómo evitarlas

Para el pensador y político florentino, no merece la pena ni planear conspiraciones contra los poderosos ni fomentarlas 

Leonor de Toledo, una española en la Florencia de los Medici

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Retrato de Maquiavelo. 

Terceros

Si pensamos en el Renacimiento, inevitablemente aparece ante nosotros la tópica imagen de los Borgia en el momento de ejecutar la muerte –por envenenamiento, faltaría más– de algún desdichado. Las conspiraciones mortales constituían, en aquellos momentos, uno de los grandes peligros para cualquier soberano. Por eso, en El príncipe, Nicolás Maquiavelo (1469-1527) habla de ellas con cierta extensión.

¿Cómo debe reaccionar un mandatario ante aquellos que le disputan su poder? Maquiavelo distingue entre amenazas externas e internas. Si está en paz con sus colegas extranjeros, al monarca solo le queda preocuparse por las posibles conjuras de sus súbditos. Para evitarlas, tiene que actuar de manera que no sea odiado o despreciado.

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Para ganarse el respeto y el temor de sus súbditos, el que manda no ha de actuar siempre de acuerdo con unos parámetros éticos. Es más, las buenas obras, en determinadas circunstancias, pueden resultar contraproducentes y conducirle a la perdición. El príncipe, para sobrevivir, debe procurarse apoyos. Si el pueblo o los grandes aristócratas están corrompidos, no será desde la virtud como se consiga su respaldo. En ese caso, el gobernante se verá forzado a actuar mal.

Maquiavelo advierte a los monarcas que ciertos magnicidios resultan inevitables. Si una persona, lo que hoy denominaríamos un “lobo solitario”, está dispuesta a morir, nada se puede hacer para impedir que acabe con la vida de su objetivo. Estos casos resultan, sin embargo, poco habituales. De ahí que los príncipes no necesiten preocuparse demasiado de esta clase de peligro.

Representación de Maquiavelo, por Cristofano dell'Altissimo.

Representación de Maquiavelo, por Cristofano dell'Altissimo.

Dominio público

En lo que sí deben concentrarse es en no dar razones, con su comportamiento insensato, para que alguien desee su eliminación. De lo contrario, se exponen a resultados catastróficos, porque, como el mismo Maquiavelo recuerda en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, han muerto más príncipes víctimas de una intriga que por las desgracias de la guerra.

¿Qué hacer, entonces, para escapar de la catástrofe? El soberano ha de tratar a la gente de su entorno sin crueldades gratuitas, no tanto por justicia como por su propia seguridad. Si su persona disfruta de un buen nivel de aceptación, el posible conspirador no se atreverá a desafiar el sentimiento popular: “Porque siempre el que conjura cree satisfacer al pueblo con la muerte del príncipe; pero si cree que por el contrario ha de ofenderlo, no se anima a tomar semejante partido, ya que las dificultades con que han de enfrentarse los conjurados son infinitas”.

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Maquiavelo aborda también las conspiraciones desde la óptica de los que las protagonizan. Muchos son los que se involucran en este tipo de proyectos, pocos los que tienen éxito. Eso es así, en su opinión, por la propia esencia de las cosas.

El que trama algo contra el gobernante no puede actuar solo, y por eso debe comunicar sus intenciones a otras personas, en el supuesto de que compartan su disconformidad con el statu quo. Pero, en el instante en que revela sus fines, ya se pone en peligro a sí mismo. Acaba de dar a otros individuos un incentivo para la traición, puesto que, a partir de ese momento, tal vez les salga más a cuenta denunciar el complot que seguir con lo previsto.

Estatua de Maquiavelo en la Galería Uffizi.

Estatua de Maquiavelo en la Galería Uffizi.

Dominio público

Entre una recompensa segura y un beneficio incierto, la elección parece clara, a no ser que hablemos de alguien con una lealtad fuera de lo común hacia sus amigos, o de un enemigo del príncipe muy obstinado.

Maquiavelo, por tanto, da por sentado que la motivación de aquel que interviene en un complot es el beneficio personal. No contempla las razones ideológicas, de gente que desea imponer unos determinados principios. Pesimista declarado, en su mundo no existen idealistas, solo gente que se mueve de acuerdo con los dictados de su egoísmo sin reparar en la moral de los procedimientos.

En el caso de las conjuras, su desaprobación no tiene que ver con escrúpulos de conciencia, sino con la firme convicción de que no sirven para nada. En los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, recomienda a los gobernados que sufran con paciencia a los gobernantes que les ha asignado el destino antes que involucrarse en algo tan imprevisible, y tan peligroso, como una conspiración.

Como florentino, Maquiavelo conocía perfectamente la larga historia de conspiraciones que había vivido su ciudad. En 1478, la familia Pazzi, en conexión con los Salviati, banqueros del papa, protagonizó un plan para asesinar a Lorenzo y Juliano de Medici. Los golpistas necesitaban eliminarlos para colocar, al frente del gobierno, a un sobrino del papa Sixto IV. Juliano murió, cosido a puñaladas, pero su hermano pudo salvarse.

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Retrato de Lorenzo de Médici por Giorgio Vasari. 

DEA / A. DAGLI ORTI / Getty

Cuando los florentinos supieron lo que había sucedido, su reacción furiosa se llevó por delante a los golpistas. Francisco, el jefe de los Pazzi, murió apaleado por la multitud. Su familia iba a verse desprovista de todos sus bienes.

El propio Maquiavelo sabía, por experiencia, lo que significaba verse mezclado en una conjura. En 1513 le acusaron de conspirar contra los Medici, por lo que acabó encarcelado y sometido a torturas. Solo logró recuperar la libertad gracias a la amnistía declarada con ocasión de la coronación del papa León X, perteneciente a esta familia florentina. 

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