La Corona británica consiguió ocultar durante siglos la conocida hoy como Contra Armada, expedición comandada por Francis Drake y John Norris cuyo objetivo era acabar con la superioridad de la monarquía hispánica. Tras el fracaso de la armada española –bautizada “Invencible” con fines propagandísticos por lord Burghley, asesor de la reina Isabel I–, Inglaterra preparó una imponente fuerza de represalia con más naves y soldados que su antecesora. Pretendía aprovechar la debilidad de la flota española, con buena parte de su escuadra dañada tras el revés sufrido en aguas inglesas.
Décadas de desencuentros
La guerra angloespañola (1585-1604) enfrentó a Isabel I de Inglaterra con la España de Felipe II. El conflicto se inició con victorias inglesas como la de Cádiz en 1587 o la de la Gran Armada al año siguiente. No obstante, diversos éxitos españoles, el varapalo recibido por la Contra Armada isabelina y la mejora en la protección de la flota de Indias desembocaron en el debilitamiento de Inglaterra y la consecuente firma, en Londres, de un tratado de paz favorable a España en 1604.
Motivos políticos, religiosos y económicos fueron los desencadenantes del conflicto. El creciente poder de la monarquía hispánica estaba en expansión en América, al tiempo que en Europa contaba con importantes apoyos. Inglaterra lo interpretaba como una amenaza, y no dudaba en respaldar a los enemigos de España.
En los Países Bajos, las Provincias Unidas luchaban por su independencia de la Corona española con ayuda militar inglesa. En 1585, con la firma del Tratado de Nonsuch, se oficializaba la alianza militar angloholandesa frente a España. Asimismo, en Portugal, anexionado a la Corona española en 1580, el prior de Crato don Antonio, pretendiente al trono luso, contaba con el favor de Inglaterra.
Por otra parte, las desavenencias entre el protestantismo inglés y el catolicismo español eran evidentes. Isabel I de Inglaterra, hija de Enrique VIII y Ana Bolena, su segunda esposa, fue excomulgada en 1570 por el papa Pío V. Catorce años más tarde, Felipe II y la Santa Liga de París firmaron el Tratado de Joinville con el fin de combatir el protestantismo.
En lo concerniente a la economía, los ataques de los corsarios ingleses contra los territorios españoles en las Indias y su flota, que retornaba a la metrópoli cargada de riquezas, eran continuos. Alentados abiertamente por la monarca inglesa, John Hawkins, Francis Drake, Thomas Cavendish o Walter Raleigh fueron algunos de sus protagonistas. En 1585, Drake, que sería nombrado sir por la reina, saquea Vigo y Santiago de Cabo Verde y, aunque sin éxito, lo intenta en La Palma.
Cruza el Atlántico y captura Santo Domingo, Cartagena de Indias y San Agustín (La Florida), por cuya devolución exige un cuantioso rescate a las autoridades españolas. Poco después, en 1587, la ejecución de María Estuardo, reina de Escocia, causa una gran conmoción entre los católicos. Felipe II recibe autorización del papa Sixto V para deponer a la reina de Inglaterra y, finalmente, ordena armar una gran flota con la misión de invadir Inglaterra.
La Gran Armada
Los preparativos de la formidable operación sufrieron contratiempos de todo tipo. La reunión de tropas en Lisboa con flotas procedentes de distintos lugares del Imperio se hizo interminable. En palabras del investigador Luis Gorrochategui: “Muchos hombres tuvieron que esperar meses embarcados. La espera produjo brotes epidémicos, esto generó retrasos que conllevaron problemas de abastecimiento”.
Además, don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz, prestigioso marino designado por el rey para ponerse al frente de la empresa, falleció en febrero de 1588. Fue Alonso Pérez de Guzmán el Bueno, duque de Medina Sidonia, quien, con escaso entusiasmo, le sustituyó.
Al fin, la mañana del 30 de mayo zarpa la flota al completo. Tras una escala en La Coruña, la Armada española encara el canal de La Mancha. Pocas jornadas después, frente a las costas de Plymouth, se produce el primer choque con la fuerza inglesa, comandada por Charles Howard y Drake. Tras un considerable intercambio de fuego y con condiciones climatológicas adversas, los ingleses se retiran.
En los primeros días de agosto, naves españolas –con el galeón San Juan al mando del almirante Juan Martínez de Recalde– que cierran la retaguardia se ven rodeadas por navíos ingleses a la altura del cabo de Portland Bill. Los cañones del Revenge de Drake y del San Juan de Recalde no descansaron durante una hora. En medio del estruendo y la espesa humareda aparece la escuadra del almirante guipuzcoano Miguel de Oquendo, que se lanza contra los enemigos. Estos, de nuevo, huyen precipitadamente.
Rumbo a Londres, el 8 de agosto de 1588 tiene lugar el único enfrentamiento que quizá merezca la denominación de batalla naval: el ocurrido en Gravelinas. El duque de Medina Sidonia fondea en aguas francesas, frente a Calais, a la espera de los tercios de Alejandro Farnesio que, procedentes de Flandes, debían embarcar.
La desventaja del sitio, desabrigado y sometido a fuertes vientos, es aprovechada por los ingleses para lanzar un contundente ataque. El balance, tras varias horas de encuentro desigual, fue tan solo de un barco español hundido y dos galeones lusos dañados. Así las cosas, la flota de Felipe II se ve obligada a huir hacia el norte y circunnavegar las islas británicas para regresar a España.
Pescadores de las islas Orcadas avistan cerca de un centenar de barcos flanqueados por los imponentes galeones españoles. La noticia de que se encuentran frente a las costas de Escocia llega a Londres. Se desata la alarma, e Isabel I da instrucciones a su armada para prevenir un eventual ataque.
Tantas jornadas de navegación en condiciones tan duras pasan factura. Los fuertes temporales y las costas afiladas de Escocia e Irlanda provocan 28 naufragios en la flota española, así como un centenar de buques con daños importantes. A pesar de todo, ni un solo barco español fue abordado a lo largo de toda la campaña. Tal como expresa Luis Gorrochategui: “La Gran Armada no fue nunca derrotada. Jamás le negó el combate al inglés. [...] Pero la estrategia anglicana de evitar el enfrentamiento definitivo ha terminado por agotar la capacidad de permanencia de la flota en el teatro de operaciones”.
Respuesta inglesa
Ante este escenario, Isabel I decide aprovechar la debilidad de los españoles y no darles tiempo para reparar sus maltrechas naves. Ordena que se dispongan los preparativos para poner en marcha la Contra Armada. Inglaterra fija tres objetivos: destruir el grueso de la armada de su rival, que se encuentra en reparación en Santander, tomar Lisboa e interceptar la flota de Indias en las Azores para colapsar la conexión con América.
Francis Drake, como almirante, y John Norris, en calidad de general de las tropas de desembarco, son los designados para ponerse al frente de la flota isabelina. A la expedición se suma don Antonio, pretendiente al trono de Portugal, quien ofrece a Londres cinco millones de ducados, si alcanza el poder, y la autorización para que Inglaterra mantenga guarniciones en castillos portugueses.
Así, el 28 de abril de 1589, con un total de 180 barcos y 27.667 hombres (la Gran Armada contó con 137 y 25.696, respectivamente), la fuerza inglesa leva anclas en Plymouth. En lugar de dirigirse a Santander, como se le había ordenado, Drake, con la excusa de vientos desfavorables y el temor a verse cercado por la flota española en el Cantábrico, pone rumbo a La Coruña. Allí, a lo largo de ese año, se había casi concluido la fortaleza de San Antón, en un islote frente a la amurallada ciudad.
A pesar de que los ingleses no tenían ninguna experiencia en organizar grandes campañas navales, La Coruña no pudo impedir el desembarco en el interior de su ría, y la ciudad, asentada en una península, fue sitiada por tierra. Aun así, todos los ataques desde el mar fueron rechazados. La noche del 5 de mayo, los ingleses desembarcan con 1.500 hombres, atacan el muro que preserva el istmo y sorprenden por la espalda a sus defensores.
Los asediados se repliegan hacia la antigua ciudad medieval, y el grueso del ejército inglés penetra en la población. En los días siguientes, los españoles repelen varios ataques con escalas a la muralla, al tiempo que los sitiadores excavan un túnel con intención de volarla.
El por entonces gobernador militar de Galicia, Juan Pacheco Osorio, marqués de Cerralbo, ordena fortalecer el tramo que están minando. La tarea se encomienda a las mujeres, que con tierra y piedra robustecen el muro de manera significativa. Al finalizar el túnel, los invasores se llevan una desagradable y devastadora sorpresa. Gracias al refuerzo realizado por las defensoras, la explosión en la mina no encuentra salida intramuros, y 300 ingleses quedan sepultados. A continuación, se desata una lucha furibunda sobre los escombros, mientras arcabuceros y mosqueteros disparan sin cesar.
Es entonces, tras varias horas de combate, cuando entra en acción, tras dar muerte a un oficial inglés, la heroína de la ciudad, doña María Mayor Fernández de la Cámara y Pita. Muchas mujeres, comandadas y jaleadas por María Pita, que será nombrada Alférez Perpetuo por Felipe II, arremeten con picas y espada, al tiempo que arrojan pesados adoquines sobre los invasores.
Los ingleses, incrédulos, optan por la retirada. Han perdido 1.500 hombres, y los heridos se cuentan por miles. Sin haber conseguido su objetivo, las tropas de Drake se repliegan y zarpan rumbo a Lisboa. Mientras, Norris desembarca el grueso de su ejército a 80 kilómetros al norte de la capital lusa. Tienen previsto atacar la ciudad tanto por vía marítima como terrestre.
Ataque a Lisboa
Lisboa estaba avisada y lista para la llegada de la Contra Armada. Cuando los ingleses se aproximan, se encuentran con una considerable defensa. Alonso de Bazán (hermano del difunto Álvaro) se halla al mando de una poderosa flota, y cerca de seis mil hombres están preparados en tierra. Las tropas de Norris son recibidas por una intensa artillería desde las galeras de Bazán, lo que les ocasiona numerosas bajas. Los enfrentamientos no cesan, pero cada intento de avanzar por parte de los ingleses es atajado con contundencia.
El 31 de mayo se lleva a cabo una exitosa encamisada (asalto nocturno realizado por un comando) que culmina con centenares de víctimas entre el ejército invasor. Tres días más tarde se lanza un ataque simultáneo, en tres frentes, con 1.100 soldados. La acción aplastó el regimiento del coronel Brett, que muere junto a sus oficiales. Norris intenta huir, pero es descubierto por los españoles, que inician su persecución.
En los 20 kilómetros que separan Lisboa de Cascais, los ingleses sufrieron cerca de cinco mil bajas. Drake, acorralado, ordena zarpar sin esperar viento propicio. La flota española le alcanza, y el 20 de junio, frente al cabo Espichel, en la desembocadura del Tajo, la Contra Armada pierde siete barcos y sufre daños en muchos más. Derrotada y dispersa, la armada inglesa regresa finalmente a Inglaterra.
De los 180 buques que habían zarpado volvieron 102. Muchos de sus tripulantes estaban infectados de peste, que propagaban al bajar a tierra, por lo que se les prohibió viajar a Londres bajo pena de muerte. De todos los embarcados, solo 3.722 sobrevivieron para reclamar sus pagas. Distintas fuentes, tanto inglesas como españolas, coinciden en estas sobrecogedoras cifras, que convierten la expedición, cuyas pérdidas duplicaron las de la “Invencible”, en el mayor desastre naval de la historia de Inglaterra
Este artículo se publicó en el número 621 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.