El 31 de enero de 1843, Juan Crisóstomo Nieto, juez de Chachapoyas, ciudad del norte de Perú, acudió al valle del río Utcubamba para mediar en un conflicto de deslinde de tierras. Caminando por el terreno, los habitantes locales le dirigieron a un lugar en el que se levantaba una gran fortaleza engullida por la maleza. El magistrado acababa de descubrirle a Occidente Kuélap, la máxima expresión arquitectónica de la cultura preincaica de los chachapoyas.
Kuélap llevaba abandonado por entonces cerca de dos siglos. La fortaleza, de 600 m de largo y 400 de ancho, se despliega sobre una plataforma artificial, rodeada por murallas de piedra caliza de 20 m de altura, y su interior está repartido en dos niveles. Su interior todavía entraña tesoros y conocimientos sobre este pueblo prehispánico.
Capital en las alturas
Kuélap fue la capital política de los chachapoyas. Desde ella, hogar de la élite dirigente, que ejercía un control político altamente centralizado, se domina todo un valle, en el que el pueblo llano trabajaba los campos y la proveía de recursos.
Para construir esta fortaleza amurallada, fechada entre los siglos X y XII, se emplearon el triple de piedras que en la Gran Pirámide.
Llegaron a vivir unas tres mil personas en su interior y siete mil a su alrededor: una pequeña representación de los cuatrocientos mil habitantes de esta civilización, que pobló las actuales regiones de San Martín y de Amazonas, espacio limitado por las dos fronteras naturales que forman los ríos Huallaga y Marañón.
El origen de esta cultura es aún desconocido. Se sabe que eran buenos agricultores y comerciantes, que podrían haber surgido en torno a los siglos VIII o IX y que estaban organizados en curacazgos, una especie de jefaturas en las que el curaca, líder político y administrativo, gobernaba cada entidad.
Pero los chachapoyas, término cuyo significado, al parecer, sería “gente de las nubes”, plantean todavía innumerables enigmas a los especialistas. Esta fortaleza amurallada, en cuya construcción, fechada entre los siglos X y XII, se empleó el triple de piedras que en la de la Gran Pirámide, da testimonio de la vida y costumbres de este lugar.
En su seno, más de cuatrocientas edificaciones convivían en una mezcla de funciones domésticas, religiosas, residenciales y de producción artesanal. Es a partir de esos vestigios como se ha podido investigar a los chachapoyas, a pesar de que apenas se ha estudiado la cuarta parte de Kuélap.
Un siglo de averiguaciones
Aunque el italiano Antonio Raimondi el primer europeo en visitar Kuélap, en 1870, fue Adolph Bandelier quien, veintitrés años después, dibujó el primer croquis del sitio y publicó, en 1907, un informe etnográfico, histórico y arqueológico de la fortaleza.
Numerosos autores concluyen que Kuélap tuvo un papel eminentemente religioso, ya que no se han descubierto armas de combate ni esqueletos con signos de violencia.
De hecho, en la muralla que rodea la ciudadela existen tres puntos de acceso en forma de embudo, de 3 m en el exterior y 70 cm en el interior, característica que obligaba a los invasores a hacer entrar a sus hombres de uno en uno.
Sin embargo, ese carácter puramente defensivo ha sido cuestionado. Numerosos autores concluyen que Kuélap tuvo un papel eminentemente religioso, ya que no se han descubierto armas de combate ni esqueletos con signos de violencia.
El francés Louis Langlois llegó a la ciudadela en 1933, enviado por su gobierno, y elaboró un artículo en el que describía la arquitectura de Kuélap. Langlois subrayó el carácter aislado de la cultura chachapoyas, pese a sus relaciones comerciales, y el reflejo de este aislamiento en el peculiar estilo arquitectónico de casas circulares. Unas pautas arquitectónicas que se verían influidas por los incas al expandir estos sus dominios.
Parece probable que en la segunda mitad del siglo XV Túpac Inca Yupanqui invadiera los territorios chachapoyas, con la consiguiente imposición de algunos rasgos culturales. Esto se comprobaría en las cinco casas rectangulares incaicas de Kuélap.
Trágico final
Los trabajos arqueológicos sucesivos han permitido obtener importantes conocimientos, respecto de las pautas religiosas y culturales de los chachapoyas y ampliar lo recopilado sobre sus relaciones comerciales con el exterior, ritos funerarios, el sistema de creencias o su trabajo agrícola, así como el sistema de drenaje de aguas.
Los investigadores suponen que Kuélap desapareció debido a que las élites prefirieron quemar la fortaleza a dejarla caer en manos de los españoles.
Además, las decenas de cuerpos hallados entre los años 2007 y 2008 respaldaron la tesis de un final violento de Kuélap, cuando las élites habrían preferido quemar la fortaleza antes que caer rendidas ante las exigencias del incipiente poder colonial español.
Por su parte, los cuerpos encontrados en 2010 en las cavidades de los muros y el interior de las viviendas sirvieron para conocer mejor los rituales funerarios de la población. A diferencia de los incas, los chachapoyas no sacrificaban humanos, y enterraban a sus muertos en el interior de las casas, debido a la creencia de que protegían a los vivos.
El retraso en el estudio de Kuélap respecto a otras culturas prehispánicas de Perú es evidente. Mientras la bibliografía sobre ellas es profusa, los chachapoyas nunca recibieron la misma atención.
El difícil acceso a su capital y la generalizada identificación de Perú con el Imperio inca han sido dos de los factores responsables de esa insuficiencia. Paradójicamente, ese mismo alejamiento de Kuélap ha contribuido también a su preservación. Que pueda contemplarse y estudiarse hoy es gracias, entre otras cosas, a la maleza que la ha engullido durante siglos.
Este texto se basa en un artículo publicado en el número 581 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.