¿Qué fue la Guerra de los Treinta Años?

Hace cuatro siglos estallaba la guerra de los Treinta Años, un conflicto que devastó Europa. A su fin, un nuevo mundo había emergido: el poderío español decaía; Francia se encumbraba.

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En la batalla de Nördlingen las tropas del Imperio y la monarquía española aplastaron a los suecos.

Qué fue la Guerra de los Treinta Años Nordlingen

Si Sarajevo fue la chispa que incendió el continente en 1914, una revolución en Praga tuvo el mismo efecto en 1618. Fue la denominada “defenestración”, porque los descontentos arrojaron por una ventana a los representantes del emperador Fernando II. Este, decidido a imponer una política centralizadora y católica, se ganó la animadversión de sus vasallos protestantes. Cuando suspendió la Dieta (el Parlamento) de Bohemia, uno de sus reinos, el descontento condujo inmediatamente a la rebelión. Los sublevados nombraron como nuevo monarca a Federico V del Palatinado.

¿Conflicto religioso?

La dinastía Habsburgo retomó con prontitud el control de la situación. Su ejército obtuvo una gran victoria en la batalla de la Montaña Blanca. Parecía haber llegado el momento de que el emperador ajustara cuentas con los luteranos. Les intentó obligar, en 1629, a devolver a la Iglesia católica todas las propiedades que le habían sido confiscadas en las últimas décadas.

Los monarcas europeos reclutaban soldados de otras religiones sin hacer un problema de ello.

Felipe IV de España no aprobó la medida, al interpretar que ese camino conducía a un nuevo enfrentamiento religioso. Este detalle muestra que la fe no fue siempre el factor decisivo en la contienda, a menudo explicada como un enfrentamiento entre los estados del norte, protestantes, y los del sur, católicos. En realidad, como señala Peter H. Wilson en La guerra de los Treinta Años (Desperta Ferro, 2018), los contemporáneos acostumbraban a hablar de tropas imperiales, bávaras, suecas o bohemias. Las etiquetas de “católicos” y “protestantes” se introdujeron en el siglo XIX para simplificar los hechos.

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La batalla de la Montaña Blanca.

TERCEROS

La realidad era compleja. Las fronteras confesionales no siempre coincidían con los bandos políticos. El pragmatismo saltaba a menudo por encima de la adscripción a una confesión determinada. De ahí que los monarcas reclutaran soldados de otras religiones sin hacer un problema de ello. Existían, además, razones geoestratégicas que determinaban el comportamiento de las grandes potencias.

Tirando de terceros

Este tipo de motivos explica que Francia, un país católico, luchara contra dos potencias de su misma fe, España y el Sacro Imperio Germánico. El cardenal Richelieu, favorito de Luis XIII, dirigió su estrategia a imponerse a estas dos Coronas, gobernadas por sus respectivas ramas de la familia Habsburgo. Se trataba de evitar, a cualquier precio, que la monarquía gala se viera estrangulada por vecinos demasiado poderosos. Justo en ese momento, España, bajo la dirección del conde-duque de Olivares, se hallaba inmersa en un intento de mantener su hegemonía en Europa, tras los años grises del reinado de Felipe III.

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Retrato del cardenal Richelieu.

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Pero, en ese momento, París no tenía suficiente poder para buscar una confrontación abierta con sus enemigos. Por eso escogió financiar a terceros países que sí estaban dispuestos a entrar en batalla. Su primer aliado fue Dinamarca. Después, la Suecia de Gustavo Adolfo II, un soberano que alcanzó importantes triunfos por sus innovadoras tácticas. La muerte le sorprendió en la batalla de Lützen en 1632. Dos años después, las tropas del Imperio y de la monarquía española aplastaban a los suecos en Nördlingen.

La Paz de Westfalia puso fin al conflicto en el que intervinieron el Sacro Imperio, España, Francia, Suecia y Holanda.

La nueva gran potencia

Richelieu vio el momento de ir a la guerra abierta. En un principio, los resultados le fueron adversos. El cardenal-infante Fernando se aproximó peligrosamente a París. Tal vez hubiera ocupado la capital del Sena de contar con los recursos adecuados. Pero España, al tener que atender demasiados frentes, no estaba en condiciones de imponerse. En 1640, su imperio pareció a punto de estallar cuando se desencadenaron las rebeliones de Cataluña y Portugal. Este último territorio recuperaría la independencia que había perdido sesenta años antes, tras la ocupación de Felipe II.

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La firma de la Paz de Westfalia.

TERCEROS

En 1648 se alcanzó la Paz de Westfalia, a través de los Tratados de Osnabrück y Münster, en los que intervinieron el Sacro Imperio, España, Francia, Suecia y Holanda. La guerra acabó en Alemania, y en los Países Bajos se puso fin a ocho décadas de conflicto entre las Provincias Unidas y la monarquía hispánica. Sin embargo, España y Francia prosiguieron su lucha. El cese de las hostilidades en su caso no se firmó hasta once años después, en el Tratado de los Pirineos. La hegemonía hispana sobre Europa había llegado a su fin. Era el momento de un joven monarca con grandes ambiciones, Luis XIV, el “Rey Sol”.

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