La discreta llegada de los cátaros a España huyendo de la Inquisición

Edad Media

Los seguidores del catarismo empezaron a llegar antes de que estallara la cruzada contra ellos en Occitania, pero a partir de ese momento las sendas pirenaicas se llenaron de ‘bons homes’

Expulsión de los cátaros de Carcasona

Expulsión de los cátaros de Carcasona. 

Terceros

Los acontecimientos no les dejaron alternativa. El resultado de la denominada cruzada albigense en el siglo XIII empujó a los cátaros a abandonar el sur de Francia. Unos se establecieron en el norte de Italia. Algunos más cruzaron los Pirineos. Otros, más adelante, acabarían en los Balcanes. En la península se afincaron básicamente en la Corona de Aragón, que en ese momento reunía el condado de Barcelona (buena parte de la actual Catalunya) y el reino de Aragón.

Sin embargo, tampoco la nueva patria brindó a los emigrados una protección adecuada. La Inquisición, recién creada, se interpuso en su camino. Junto con diversos factores, el Santo Oficio erradicó la herejía cátara en la península. Los cátaros terminaron eliminados o confundidos discretamente con la población local.

Difusión solapada

La proyección del catarismo en España fue un fenómeno oscuro. Sin embargo, hay constancia de que ya a mediados del siglo XII había cátaros en la Corona de Aragón que habían llegado a través de los Pirineos. Este tránsito hacia el sur fue simultáneo al apogeo del catarismo en el Languedoc, la región hoy francesa que en la época pertenecía al opulento condado de Toulouse.

La forma que adoptó ese traslado no pudo ser más discreta. Llegó a la península con los carros, los caballos y el ganado que conducían los pastores galos por las sendas de montaña. La trashumancia fue un magnífico disfraz para ocultar un credo que no tardaría en ser combatido. No es casual que la industria de la lana en Catalunya se remonte a esta época. A los cátaros se los llamaba a menudo tejedores, por dedicarse muchos de ellos a actividades textiles.

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Expulsión de los cátaros de Carcasona

También colaboraron en la difusión del catarismo en la península otra clase de mercaderes, los buhoneros. El oficio permitía deambular con libertad por los caminos, de burgo en burgo, simplemente con la excusa de estar llevando productos de un lado a otro. Los buhoneros comerciaban con baratijas, entre ellas vajilla o, más interesante de cara a posibles represiones, cuchillos.

Tras la violenta cruzada auspiciada por Roma en el sur de Francia, los cátaros que huyendo de ella llegaron a Aragón contaron con la connivencia de los señores feudales. Estos rechazaban públicamente a los herejes, pero en la práctica les permitían quedarse e incluso los ayudaban en el proceso de inmigración por diversos motivos.

Detalle de ‘Auto de Fe presidido por Santo Domingo de Guzmán’, de Pedro Berruguete, c. 1495. A la izqda. de la imagen, un cuadrillero de la Santa Hermandad

Detalle de ‘Auto de fe presidido por santo Domingo de Guzmán’, de Pedro Berruguete, c. 1495. 

Dominio público

Los nobles pirenaicos gobernaban comarcas no del todo consolidadas, y en ocasiones les convenía atacar las jurisdicciones de la Iglesia. Lo hacían con expediciones armadas o, también un recurso útil, debilitando la obediencia de la población a los prelados de Roma. Los cátaros desplazados constituían un refuerzo en este sentido.

El apoyo nobiliario

Al margen de este expansionismo, muchos nobles de Aragón, Girona, el Rosellón o la Provenza estaban vinculados por parentesco o por lazos vasalláticos con los cátaros. Fue el caso del vizconde Arnau de Castellbò, el señor de una localidad septentrional de Catalunya donde el catarismo prendió con fuerza en los momentos en que Carcasona, Albi o Montségur, al norte de los Pirineos, eran pasto de las agresivas campañas procatólicas. No fueron pocos los nobles de Aragón que abrieron de par en par las puertas de sus fortalezas para dar cobijo a los proscritos vencidos.

Uno de los ejemplos más extremos del apoyo que recibieron los cátaros por parte de la aristocracia peninsular fue el representado por el propio rey de la Corona aragonesa, Pere II el Catòlic. Pese a ser conocido con ese sobrenombre de “Católico”, peleó por los herejes en la batalla de Muret.

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Miniatura sobre la batalla de Muret. 

Terceros

Lo que le impulsó a hacerlo fue la misma razón práctica que llevó a otros aristócratas de zonas fronterizas a enfrentarse con las huestes pontificias lideradas por Simon de Montfort. El monarca buscaba detener la presión ejercida por su homólogo de París. El rico Mediodía francés era un botín suculento tanto para el rey ibérico como para los Capetos y sus aliados del norte galo. Estos ganaron la partida, en detrimento de los nobles occitanos y catalano-aragoneses y, desde luego, para desgracia de los cátaros.

Tolerancia y represión

La derrota de Muret aceleró el flujo migratorio de los herejes hacia la península. Allí encontraron un segundo defensor en la figura del hijo y sucesor de Pere II. Este, Jaume I el Conqueridor, era un hombre tolerante. Observando que el condado de Toulouse no tardaría en ser absorbido por Francia, canalizó sus aspiraciones imperialistas en otra dirección. Se olvidó de los Pirineos ambicionados por su padre y concentró sus ejércitos en ocupar territorios situados más al sur: Mallorca y Valencia.

El rey Jaime I el Conquistador, por Jaume Mateu.

El rey Jaume I el Conqueridor, por Jaume Mateu.

Dominio público

Jaume I necesitaba repoblar estas zonas e hizo la vista gorda cuando numerosas familias cátaras o descendientes de cátaros se instalaron en los nuevos espacios. Empezó así un proceso de fusión con los habitantes previos que acabó borrando su identidad. Este es uno de los factores que hacen difícil la detección de su huella en España.

A pesar de la flexibilidad de Jaume I, o tal vez por eso mismo, surgió en la época, a mediados del siglo XIII, otro motor de la desaparición de los cátaros en la península. Se trató de la Inquisición, que en esas fechas obtuvo licencia para actuar en la Corona de Aragón. Al principio, la actividad del Santo Oficio, mal organizado, apenas tuvo consecuencias. Sin embargo, al cabo de diez años, los herejes, y los cátaros en primer lugar, comenzaron a caer como moscas.

De Catalunya a León

A esas alturas, los principales focos de los cátaros estaban en Catalunya, pero también había seguidores del dualismo en otras latitudes, algunas próximas, como Val d’Aran, y otras más lejanas. En el reino de Navarra, ciudades como Pamplona, Estella y Jaca contenían barrios enteros de cátaros. Incluso existían pequeñas comunidades de ellos en el remoto reino castellanoleonés. Habían llegado hasta allí aprovechando el camuflaje que les brindaban las nutridas columnas de peregrinos que recorrían el Camino de Santiago.

Todos estos centros de catarismo fueron desarticulados por la Inquisición con mayor o menor fortuna. Especialmente en la segunda mitad del siglo XIII, cuando el Santo Oficio, mejor estructurado, multiplicó los procesos locales y colaboró en las persecuciones emprendidas por los nuevos señores del sur de Francia, representantes directos de la Corona.

Se hicieron célebres personajes como el hermano Ferrer, un dominico catalán despiadado con los cátaros de Perpiñán. La corte de Nuño Sanz, conde del Rosellón y proalbigense, terminó desmantelada, y sus integrantes acabaron en la cárcel o en la hoguera. Al mismo tiempo, fueron entregados a la Inquisición cátaros peninsulares residentes en el Mediodía francés, como el cónsul y prestamista Pedro García, afincado en Toulouse.

Los cátaros de Andorra lo tuvieron mejor gracias a lo inaccesible de algunos reductos del país. Pero los de Francia y la Corona de Aragón, no demasiados tras estas campañas sanguinarias, huyeron en masa a Italia. Cuando también allí llegó el largo brazo de la Inquisición, hubo una nueva diáspora hacia Albania y Bosnia. Un puñado trazaron un arriesgado bucle de regreso a sus orígenes occitanos.

Los últimos cátaros

En el Languedoc floreció, encabezado por el buhonero Pierre Autier, un tardío colectivo cátaro formado por apenas una docena de personas que consiguió eludir a las autoridades y crecer hasta sumar un millar. En 1310, alguien dio el soplo y el cuerpo del buhonero terminó ardiendo en el centro de Toulouse.

Placa dedicada al cátaro Guillaume Bélibaste en Sant Mateu, Castellón

Placa dedicada al cátaro Guillaume Bélibaste en Sant Mateu, Castellón

Llapissera / CC BY-SA 4.0

Surgió un relevo inesperado en la dirigencia del catarismo occidental. Fue en la persona de un pastor llamado Guillaume Bélibaste. Había matado a palos a un hombre durante una pelea y, huyendo de la justicia, se topó en las montañas del sur de Francia con los supervivientes del grupo de Autier. Estos le iniciaron en los secretos de su credo. Avanzó hasta ser elegido jefe de la comunidad.

Bélibaste la guio por diferentes localidades de la Corona de Aragón, utilizando el alias de Pierre Penchenier. Así logró pasar inadvertido en Flix y Lleida y luego en Tortosa. Finalmente se asentó varios años en la ciudad de Morella, en Castellón. No lejos de allí, la aldea de Sant Mateu servía de punto de encuentro a los feligreses que acudían a verlo. Pero el catarismo tenía las horas contadas.

La traición final

Entre los fieles que se acercaban al líder espiritual llegó un día un tal Arnaud Sicre. Procedía de una conocida familia de cátaros y su madre había muerto en la hoguera, por lo que fue admitido en el círculo. Era un infiltrado de la Inquisición francesa. Ansioso por recobrar la fortuna incautada a sus parientes, Sicre había prometido entregar al ministro cátaro a la institución.

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Rogó al anciano que lo acompañara a Francia para administrar los últimos sacramentos a una moribunda. Bélibaste aceptó. De camino a los Pirineos, durmieron en Tírvia y allí, de madrugada, unos soldados apresaron al pastor.

Guillaume Bélibaste acabó quemado vivo en el patio del castillo de Villerouge-Termenès. Fue en 1321. Nunca más, que se sepa, hubo una Iglesia cátara en Occidente. La comunidad valenciana de Sant Mateu se dispersó. Algunos de sus miembros murieron encadenados en las cárceles, otros consiguieron escapar y borraron totalmente su rastro para la historia. Desde entonces no ha habido más noticias de la herejía en la península ibérica.

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 468 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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