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Los husitas, ¿herejes o rebeldes?

En la Bohemia del siglo XV, los husitas se alzaron contra la autoridad de la Iglesia y contra la del propio rey. ¿Fue la manifestación de un movimiento herético, estrictamente religioso, o el brote de una auténtica revolución social?

Jan Hus. Fotografía por Jan Vilímek. České album.

Jan Hus Concilio Constanza

El 5 de junio de 1415, el Concilio de Cons­tanza, convocado para solventar el cisma de Occidente, abrió una causa aparte para abordar la figura de Jan Hus. El 18, Hus era condenado a la hoguera. Había llegado a Constanza con una protección expresa del rey Segismundo, a la cabeza del Sacro Imperio Romano, pero al cabo de 25 días fue encerrado en una mazmorra del castillo de Gottlieben, expuesto al frío y encadenado. Cualquiera diría que su condena estaba impuesta de antemano. Llevaba un sermón preparado que instaba al concilio a poner fin a los abusos de la Iglesia, pero no tuvo ocasión de leerlo.

Solo le dieron la palabra para que se retractase, y para aquello, prefirió callar. Jan Hus se había convertido en la cabeza visible del movimiento reformista bohemio, cuya tradición se remontaba al reinado de Carlos IV, en el siglo anterior. Rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio, Carlos IV fue un monarca piadoso que apoyó esta voluntad de reforma e hizo de Praga una de sus principales capitales.

Partidario de la renovación y el perfeccionamiento de la Iglesia, ordenó levantar una universidad a imagen y semejanza de la de París, famosa por su Facultad de Teología, y dotó a los reformistas de un instrumento esencial para sus prédicas, la iglesia de Belén. Junto a esta reforma patrocinada por el emperador hubo una corriente reformista más próxima a la religiosidad popular, que floreció en las parroquias. Sus predicadores, que empleaban a menudo el checo en sus sermones en lugar del alemán, atacaban la compraventa de dones espirituales y los vicios de la clerecía, y animaba a recuperar la pobreza y los valores de la Iglesia primitiva.

Jan Hus se alimentó de las ideas reformistas extendidas en la Universidad de Praga desde los tiempos del piadoso emperador Carlos IV.

En este contexto emergería Jan Hus, que se alimentó de las ideas reformistas en la Universidad de Praga, donde estaba extendida la influencia del ya fallecido John Wycliffe, pensador británico tachado de herético. Aunque Hus tomó prestadas algunas de sus propuestas, rechazó las más polémicas, como su negación de la transubstanciación (la conversión del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo en la eucaristía). Curiosamente, mientras el teólogo de Oxford había muerto de forma natural, Hus, mucho más comedido en su heterodoxia, caería pasto de las llamas en Constanza (eso sí, el concilio ordenó exhumar los restos de Wycliffe y quemarlos).

Ganarse a la academia

La Universidad de Praga era a principios del siglo XV el gran centro cultural de la parte oriental del Sacro Imperio. Estaba organizada en cuatro naciones: la bávara, la sajona, la polaca y la bohemia. Las tres primeras eran alemanas o germanizadas, y la cuarta era checa, aunque la proporción fuese de tres integrantes a uno a favor de esta última.

En 1403, el arzobispo de Praga, preocupado por la difusión de los supuestos de Wycliffe, pidió a uno de los teólogos alemanes en la universidad que buscara en el pensamiento del británico ideas contrarias a la fe. De tal estudio nacieron 45 proposiciones heréticas. Las tres naciones germánicas las condenaron, mientras que la checa, representada por Hus, optó por defender las ideas de Wycliffe. Desde entonces, Hus quedó vinculado al teólogo inglés, y la reforma bohemia, a un incipiente nacionalismo antialemán, que quedaría subrayado seis años después mediante el Decreto de Kutná Hora.

En él, el rey Wenceslao IV (hijo de Carlos IV) modificó los estatutos de la universidad. Cambió el reparto de los sufragios de las naciones, dando a los checos tres de los cuatro votos posibles. Con aquella maniobra, el monarca de Bohemia, que aspiraba al trono del Sacro Imperio, se aseguraba el apoyo de una institución que bajo mayoría germana había rechazado sus iniciativas. Jan Hus fue nombrado rector, y decenas de maestros alemanes abandonaron la universidad, guardando un manifiesto rencor a los reformistas checos, sobre quienes verterían constantes acusaciones de herejía.

Sin embargo, el idilio de Praga no duraría demasiado. En 1412, una comitiva del papa Juan XXIII (más tarde considerado antipapa) llegó a la ciudad para vender indulgencias con las que sufragar la guerra de Roma contra Nápoles. Wenceslao, a quien el pontífice había prometido una parte del botín, apoyó decididamente la medida. No así sus aliados reformistas. Desde el púlpito de la capilla de Belén, Jan Hus atacó ferozmente aquel mercadeo de dones divinos, y su censura fue tan vehemente que algunos de sus feligreses trataron de boicotear la venta de indulgencias. Hubo tres detenidos, que fueron ejecutados. La causa registraba así sus primeros mártires. A mediados de aquel año, Hus fue excomulgado y se vio obligado a abandonar Praga, refugiándose en el sur de Bohemia.

Durante doce años pronunció cerca de tres mil sermones, todos ellos en lengua checa, y ninguno fue complaciente con la Iglesia.

Sus prédicas se hicieron más incisivas y sus ideas se radicalizaron, aunque nunca llegó a traspasar ciertas barreras. De su obra De Eclessia, escrita durante esta época, saldrían buena parte de las acusaciones vertidas sobre él en Constanza, sobre todo en lo relativo a su concepto de la estructura eclesial. Hus negaba que el papa fuese la piedra angular de la Iglesia; para él, su única cabeza era Cristo. En cualquier caso, su obra carecía de una gran originalidad o profundidad de pensamiento, y siempre fue más predicador, moralista y agitador que teólogo.

Sus sermones en la capilla de Belén congregaban a más de tres millares de feligreses, el 10% de la población de Praga. Hus, consciente de su elocuencia, anotaba indicaciones que se adelantaban a la reacción del auditorio (“Y entonces, cuando la audiencia reaccione, hablar contra la idolatría”). Durante doce años pronunció cerca de tres mil sermones, todos ellos en lengua checa, y ninguno fue complaciente con la Iglesia. Hereje o no, se había convertido en una formidable molestia.

De Hus al husismo

Acusado de una larga lista de herejías, Hus pidió en Constanza que refutaran sus argumentos desde las Sagradas Escrituras, aunque esto era tanto como negar la autoridad del concilio y, más aún, el magisterio de la Iglesia. El 6 de julio de 1415 fue conducido a las afueras de la ciudad y amarrado a un poste con una cadena oxidada. Bajo sus pies prendieron los primeros haces de leña. Una comitiva del concilio le preguntó de nuevo si se retractaba, pero él rehusó: “La intención principal de mis predicaciones, de mis escritos y de todos mis actos fue la de arrancar a las gentes del pecado, y hoy quiero morir en paz en esa verdad que he enseñado”.

El Concilio de Constanza alimentó un movimiento que iba a desafiar la autoridad de Roma y del Sacro Imperio durante más de quince años.

El 2 de septiembre, como líder del Sacro Imperio, Segismundo recibió una carta de protesta en la que se declaraba que Hus había sido condenado con perfidia. La misiva llevaba el sello de 452 nobles de Bohemia y Moravia (territorio en la esfera del anterior), una reprobación sin precedentes a una decisión conciliar. La mezcla de nacionalismo y reforma había cuajado en aquella área, y la condena a Hus había avivado un orgullo nacional latente. Constanza alimentó un movimiento que iba a desafiar la autoridad de Roma y del Sacro Imperio durante más de quince años.

Tras la muerte de Hus, el movimiento reformista de Praga se trasladó de la capilla de Belén a la iglesia de Nuestra Señora de las Nieves, donde predicaba un joven e impetuoso discípulo suyo llamado Jan de Zeliv. Este recurría reiteradamente al Apocalipsis de san Juan en sus sermones, anunciando la llegada del Anticristo y apremiando a los partidarios de Hus a tomar la espada y mancharla con la sangre de sus enemigos. El 30 de julio de 1419, sus seguidores se congregaron ante Zeliv armados con palos y espadas, y él mismo, al terminar su sermón, dirigió aquellas hordas al ayuntamiento. El sacerdote y los suyos desalojaron a los funcionarios lanzándolos por las ventanas. Aquella defenestración fue el comienzo de la revolución husita.

Una movilización paulatina

La mecha de la revolución prendió en cientos de pueblos y ciudades, pero el husismo no constituyó nunca una corriente homogénea, ni tampoco había sido inmediata. Durante los años posteriores a la muerte de Hus fue un sentimiento subyacente, sin un líder o un nexo capaces de vertebrarlo. Decenas de predicadores recorrieron Bohemia construyendo ese vínculo entre las comunidades sensibles al movimiento y, poco a poco, los husitas de las distintas regiones pudieron reunirse. En aquellos encuentros, los párrocos oficiaban celebraciones donde los fieles comulgaban bajo las dos especies (el pan y el vino), tratando de recuperar el espíritu de las iglesias primitivas, lo que hizo del cáliz un símbolo. Algunos predicadores cayeron en retóricas mile­naristas, convertidas en un ideal para los pobres, que no veían con malos ojos la destrucción del mundo existente y la instauración de una nueva era.

Tábor se fundó como una comunidad sin clases sociales ni propiedad privada, donde los jefes militares, los funcionarios e incluso los sacerdotes eran elegidos por la voluntad popular.

En la Bohemia meridional, un noble arruinado llamado Nicolás de Dresde consiguió reunir a cerca de cuarenta mil personas, que, organizadas en un temible ejército, tomaron la ciudad de Sezimovo Ustí y expulsaron de ella a la nobleza y el clero. Al norte de aquel emplazamiento, estos husitas fundaron una ciudad que representaba aquel orden nuevo que habría de venir. Tábor se erigió como una comunidad sin clases sociales ni propiedad privada, donde los jefes militares, los funcionarios e incluso los sacerdotes eran elegidos por la voluntad popular, toda una utopía milenarista que algunos autores interpretan como un rudimentario ensayo del colectivismo comunista.

En la primavera de 1420 llegó a Tábor Jan Zizka de Trocnov, otro noble en decadencia del sur de Bohemia. Zizka había organizado las primeras tropas husitas que se enfrentaron a la nobleza católica en Pilsen. Por su gran experiencia en combate, fue escogido hetman, jefe militar, y como tal condujo a las fuerzas taboritas a su primera gran victoria en Mladá Vozice.

Zizka el Tuerto

Meses antes, a la muerte de Wenceslao IV en agosto de 1419, Segismundo, hermanastro suyo, había reclamado sus derechos dinásticos sobre el trono de Bohemia, lanzando un ultimátum a los sublevados de Praga para que se rindiesen.

La capital Bohemia era, tras la defenestración, una mezcla ingobernable de tendencias e intereses. Había husitas moderados, los llamados calicistas, o utraquistas, que se conformaban con obtener la comunión bajo ambas especies y estaban ávidos por negociar la paz. Había husitas radicales, que abogaban por reducir la misa a la comunicación y terminar con el culto a los santos. Había husitas de la nobleza, que querían restringir la autoridad real y apear a los germanos de los cargos principales. Había husitas burgueses, enriquecidos, pero sin margen de ascenso social por culpa del inmovilismo estamental. Y había husitas pobres que aspiraban a tumbar los pilares del feudalismo y preparar sobre sus escombros la llegada del Cristo milenario.

Lo que los rebeldes no habrían conseguido nunca por sí mismos lo consiguió Segismundo al sitiar Praga: la unión de todos ellos. Apremiado por tomar posesión de su reino, el Soberano convocó, con la ayuda del papa Martín V, una cruzada que agrupó a más de cien mil caballeros. Tábor acudió al rescate, y, bajo el mando de Zizka, los husitas de ambas ciudades derrotaron a los cruzados. De aquella primera unión surgieron los Cuatro Artículos de Praga, un programa de mínimos trazado por los husitas moderados que se convirtió en la hoja de ruta del movimiento. Demandaba, en resumen, la libre predicación en checo, la comunión bajo las dos especies, el castigo civil de los pecados públicos y la desaparición de la propiedad eclesiástica.

Ante la amenaza exterior, las facciones husitas se hermanaban, y el genio militar de Jan Zizka bastaba para contener a los cruzados.

Frustrado por la derrota, Segismundo volvió a la carga, pero Zizka se impuso de nuevo en la batalla de Vysehrad, en Praga, a finales de 1420. El rey convocó dos cruzadas más en los años sucesivos, y en ambas se estrelló ante sus fieros rivales.

La revolución husita atravesó dos fases bien diferenciadas: una primera de supremacía radical, que terminó con la muerte de Zeliv, traicionado por los utraquistas y asesinado en 1422; y otra de predominio moderado, que llegó a 1437, hasta la derrota de los últimos husitas. En tiempos de paz, el equilibrio entre los rebeldes era poco menos que una acrobacia. Sin embargo, ante la amenaza exterior, ambas facciones se hermanaban, y el genio militar de Jan Zizka bastaba para contener a los cruzados.

El hetman husita supo aprovechar el fanatismo religioso de sus hombres para formar un ejército disciplinado y cruel de una eficacia asombrosa. En el plano táctico, innovó al emplear el carro de combate como muro de contención de la caballería. Como harían cuatro siglos después los colonos norteamericanos, Zizka formaba en círculos los carromatos, los armaba con piezas de artillería y los desplegaba por el campo de batalla como fortalezas móviles que obstaculizaban las cargas de la caballería enemiga. El comandante tuerto tenía un talento especial para la disposición táctica, e incluso tras quedar totalmente ciego en el curso de un asedio, siguió ordenado a sus tropas y ganando batallas hasta su muerte en 1424.

Traición y caída

Zizka y sus victorias encontraron un sucesor a su altura en Procopio el Grande, que tuvo su bautismo de fuego en la batalla de Ústí. Fue en 1426, en el marco de la cuarta de las cruzadas que Segismundo lanzó contra los husitas, con idéntico resultado que las anteriores. Durante el mandato de Procopio, los rebeldes se hicieron dueños de la mayor parte de Bohemia y ganaron extensos territorios en Silesia, Moravia, Hungría y lo que hoy es Eslovenia, llegando en 1429 a las mismas puertas de Núremberg.

Roma envió a Bohemia a un nuevo legado, Julián Cesarini para convocar una quinta cruzada, movilizada dos años después, que prácticamente se quedó en el nombre: las fuerzas husitas eran tan abundantes que los cruzados, al ver el polvo que levantaban, emprendieron la huida sin dudarlo. Cesarini, en un ataque de pánico, abandonó en el campo de batalla su ropero, su sombrero cardenalicio y todos sus documentos.

Roma optó por resolver el conflicto husita a través de la negociación en el marco del Concilio de Basilea.

Cinco cruzadas fueron suficientes para Roma, que optó al fin por resolver el conflicto husita a través de la negociación en el marco del Concilio de Basilea, iniciado aquel mismo año de 1431. Cada facción husita envió su propia delegación, y al frente de todos ellos acudió Procopio, recibido como un amigo por el cardenal Cesarini. Procopio puso sobre la mesa los Cuatro Artículos y, tras varios días de discusiones, se acordó continuar las conversaciones en Praga. Los cardenales habían detectado una debilidad en la abigarrada representación checa: su falta de unidad. En adelante, Cesarini negoció solo con los moderados, que resultaron muy receptivos a sus ofrecimientos.

Roma pactó con los utraquistas su vuelta al redil a cambio de una versión muy atemperada de los Artículos de Praga, los Compactata, que les permitían seguir comulgando bajo las dos especies y mantener los bienes arrebatados a la Iglesia en Bohemia, aunque, como contrapartida, debían sostener materialmente al clero. Se cree que el emperador Segismundo ofreció a los husitas algunas adiciones para mejorar el acuerdo, tal vez relacionas con nombramientos a determinados cargos.

En todo caso, puede decirse que el movimiento duró mientras sus grietas permanecieron ocultas. Procopio y los taboritas radicales llevaron la guerra hasta el final y cayeron en 1434, en la batalla de Lipany, ante una coalición de católicos y husitas moderados. Dos años más tarde, diecisiete después de la muerte de su hermano, Segismundo lograba al fin entrar en Praga y ocupar el trono de Bohemia.

De todas las herejías y revueltas sociales del Medievo, la rebelión husita fue la que más lejos llegó y la que mejor se sostuvo en el tiempo. Los husitas conmovieron el viejo orden de Occidente, y el eco de su lucha se escucharía con nitidez en los días de Lutero. Sin embargo, el husismo, más que un movimiento religioso, fue una corriente reformista que canalizó un descontento general expresado en múltiples planos: el religioso, desde luego, pero también el social, el económico y el cultural. Además, tendría importantes repercusiones en el desarrollo de una identidad nacional checa, que de puertas afuera quedaría asociada a él. Un siglo después de la revolución, el humanista español Miguel Servet, refiriéndose a los estereotipos europeos, todavía afirmaba: “Hungría produce ganado; Baviera, cerdos; Franconia, cebollas y nabos; Suabia, prostitutas; Bohemia, herejes”.

Este artículo se publicó en el número 556 de la revista Historia y Vida. Si tienes algo que aportar, escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.