Cómo superó la humanidad la anterior crisis climática
Medio ambiente
La Pequeña Edad del Hielo asoló Europa en los siglos XVII y XVIII pero causó transformaciones económicas y culturales que han llegado hasta hoy
A finales del siglo XVI, el clima había enloquecido. El frío, las inundaciones, las malas cosechas y la guerra asolaban lo que hoy es Holanda. “Dios nos ha abandonado”, escribió en 1572, en uno de los escasos diarios que relatan aquel desastre, el monje Wouter Jacobszoon. El mundo se encontraba en la Pequeña Edad del Hielo que, según algunas estimaciones actuales, había empezado ya 200 años antes y que viviría su momento más intenso entre finales del siglo XVII y principios del siguiente. Aquella crisis climática provocó una transformación social, económica, política y cultural tan profunda que sus consecuencias han llegado hasta la actualidad.
En un mundo como el actual, amenazado por las distorsiones del clima fruto de la actividad humana, los científicos miran hacia aquella época porque creen que en ella puede haber algunas claves para entender lo que está sucediendo y cómo afrontarlo. “Lo primero que nos enseña aquella anomalía climática es que la humanidad fue resiliente y se adaptó”, afirma Mariano Barriendos, profesor del departamento de historia y arqueología de la Universitat de Barcelona e investigador de la historia del clima.
La investigación sobre la Pequeña Edad del Hielo es relativamente reciente. Científicos del norte de Europa empezaron a estudiarla hace sólo unas décadas y constataron descensos de temperaturas generalizados. En lo relativo al sur del continente, Marc Oliva, geógrafo de la Universitat de Barcelona, lideró un equipo, en el que estaba también Barriendos, que estudió seis siglos de evolución del clima en la Península Ibérica . Según sus conclusiones, igual que sucedió en el resto del continente, aquí se produjo “un descenso térmico en torno a dos grados respecto a las temperaturas actuales durante la fase más intensa”.
Las temperaturas disminuyeron en toda Europa dos grados, pero en el caso de la Península Ibérica el impacto mayor provino de las frecuentes inundaciones seguidas de largas sequías
Es el llamado Mínimo de Maunder, que empezó en la segunda mitad de siglo XVII y que se debió posiblemente a un descenso de la radiación solar. Pero mientras en Europa la característica fundamental de este desbarajuste climático fue el frío, en la Península se manifestó con inundaciones y largas sequías.
Los problemas, sin embargo, habían arrancado mucho antes. Estudios como el de Oliva sitúan el inicio de las anomalías en el siglo XIV y sus últimos coletazos, a mediados del XIX. Los efectos de estas alteraciones, pues, ya se habrían dejado notar antes de la gran epidemia de peste que se llevó por delante a decenas de millones de europeos en torno a 1350. Una población debilitada por el hambre, fruto de las malas cosechas anteriores, ofreció muy poca resistencia a una plaga tan dañina.
Durante los siglos siguientes, los fenómenos climatológicos siguieron empeorando: inviernos más largos, veranos más cortos y frescos, e inundaciones y sequías alternándose. Las primeras reacciones fueron, típicamente medievales, según Philipp Blom, autor de El motín de la naturaleza (Anagrama), que acaba de ser publicado en castellano. La Iglesia transmitió que la responsabilidad de esos cambios climáticos no residía en la naturaleza, sino en los fieles cuyos pecados estaban ahora siendo castigados. De ahí que las penitencias, flagelaciones y procesiones conocieran a partir de entonces un incremento sin precedentes.
La primera reacción de la Iglesia y los estamentos dominantes ante el desbarajuste del clima fue echar al culpa a los pecados de la población
Barriendos cree que puede establecerse un paralelismo entre los actos rogatorios y la gravedad de las anomalías climatológicas. La correlación es tan exacta que, desde su punto de vista, la falta de registros meteorológicos se puede compensar por la existencia de los datos de los archivos religiosos. Este historiador ha dedicado dos décadas de trabajo a contabilizar unas 15.000 inundaciones en todo el período de la Pequeña Edad de Hielo.
Respecto a la reacción de la que habla Blom, Barriendos cree que no fue inocente: “En fases de malas cosechas continuadas y en que, pese a ello, la presión fiscal se mantenía, el riesgo de revuelta era muy alto. La manera de prevenirla fue una operación en que las clases dominantes intentaron, a través de la religión, eludir la responsabilidad y hacerla recaer en los fieles, culpabilizarlos por la falta de lluvia. Se trataba de mantener intacta la estructura social”.
Esa operación no terminaba ahí. Hoy los historiadores establecen también una correlación entre los desastres climatológicos y la caza de brujas , en especial entre 1590 y 1650, etapa en que se estima que murieron ejecutadas 55.000 personas en toda Europa, la inmensa mayoría mujeres. Aunque muchas de las ejecuciones estuvieron vinculadas a conflictos religiosos, muchas otras tuvieron lugar después de catástrofes meteorológicas como granizos e inundaciones. Era, una vez más, la manera de concentrar en unas pocas personas la responsabilidad del desastre ambiental, la pobreza y el hambre
Pero, a pesar de los actos religiosos, las penitencias y ejecuciones, el frío seguía barriendo el continente. En Londres, el Támesis se helaba mucho más a menudo de lo normal, y en el Mediterráneo, las aguas se congelaban en el puerto de Marsella. Las cosechas no mejoraban y las penalidades se acumulaban. ¿No sería que la razón de todas aquellas calamidades residía en otros factores? Algunos empezaron a hacerse esa pregunta y a pensar que si el problema no lo resolvía Dios, tendrían que encargarse de él las personas.
Pasada la primera y larga etapa de shock, nuevos actores sociales buscaron soluciones distintas, el pensamiento científico moderno empezó a tomar forma y, en consecuencia, aparecieron nuevas tecnologías y nuevos cultivos. “La humanidad respondió a los cambios en las condiciones climáticas durante un largo proceso de ensayo y error, que terminó por producir una gran transformación estructural de la agricultura”, con nuevas especies y una producción no ya destinada a la subsistencia sino para vender en los mercados, y no sólo los locales, explica Blom a La Vanguardia.
Pasada la primera etapa de shock, la sociedad occidental reaccionó: nuevos cultivos y nuevos avances científicos causaron cambios sociales y abrieron la puerta a la Ilustración
Estaba naciendo una nueva economía y, con ella, nuevas ideas y clases sociales ascendentes. En los poco más de cien años entre 1570 y finales del siglo XVII la economía europea había cambiado para siempre, el mundo medieval había desaparecido y la omnipresencia opresiva de la religión empezó, muy lentamente, a desvanecerse.
“Cuando el clima cambia, todo cambia”, afirma Blom en una advertencia que se puede aplicar a lo que está sucediendo en la actualidad. “El gran cambio social del siglo XVII y XVIII –señala- se produce por la existencia de unas sociedades más basadas en la economía de mercado, con clases medias urbanas e instruidas, que necesitan reflejar sus intereses”. Sus argumentos fundamentales son la igualdad y la libertad, que antes se consideraban heréticos e inmorales, y que ahora dieron paso a la Ilustración y, años después, a la Revolución Francesa, recuerda el historiador.
Respecto a esos acontecimientos, clave para entender el mundo actual, Barriendos destaca, una vez más, su correlación con la climatología. “No es casualidad –recuerda- que en los meses anteriores a la toma de la Bastilla hubiera unas heladas sin precedentes por su duración que arruinaron las cosechas en toda Francia y ante las que un Estado arruinado no tuvo otra respuesta que mantener la presión fiscal”. Eso, lógicamente, no quiere decir que esa ola de frío fuera la única razón para el fin del Antiguo Régimen, pero sí que pudo haber sido un interruptor, tal como él lo define, que desencadenó transformaciones larvadas durante siglos.
Aunque se puede debatir si el impacto del clima determinó al cien por cien aquellos siglos de evolución humana, lo que es indiscutible es que ejerció una influencia en mayor o menor grado. Y esa es la principal lección que se puede extraer de la Pequeña edad del Hielo para esta y las generaciones futuras. Blom opina que “como sucedió entonces, un cambio en las condiciones naturales forzará la adaptación de aspectos tan dispares como la economía o la política, pero también en aspectos puramente individuales, como el ocio, el trabajo o el consumo”. En resumen, “la cuestión no es si queremos o no cambiar, sino si sufrimos este cambio o, por el contrario, lo moldeamos”.
“Cuando el clima cambia, todo cambia”, afirma el historiador Philipp Blom en relación con la crisis actual
En opinión de Marc Oliva, desde el siglo XIX estamos saliendo del período más frío de los últimos 12.000 años en Europa, y, por tanto, “parte de las consecuencias que observamos son la respuesta de los ecosistemas a un proceso de calentamiento natural. Otra cosa, por supuesto, es la aceleración de este cambio provocado por la actividad humana”. En este sentido, y sin negar la gravedad de la situación actual, Barriendos cree que de la misma manera que entonces, “la humanidad saldrá adelante, aunque, eso sí, con cambios extraordinariamente profundos”. Habrá futuro, pero será irreconocible.