La explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana, el 15 de febrero de 1898, siendo Cuba española, provocó la guerra con Estados Unidos. Hoy se sabe que fue un accidente, pero si bien el informe oficial no designaba un culpable, la prensa amarilla, con Hearst al frente, no dudó en señalar a España. Un mes después, el presidente McKinley, al grito de “¡recordad el Maine y al infierno con España!”, nos declaraba la guerra. La Armada yanqui pulverizó a la española, y en agosto, la Corona pedía un alto el fuego.
Cuatro meses después, firmaba su rendición en el tratado de París: cedió a EE.UU. Cuba, Filipinas, Puerto Rico y Guam. A Alemania le vendió las islas Palaos, las Carolinas y las Marianas. El imperio español se disolvía, y Washington desplegaba su intervencionismo para erigirse en la gran potencia del siglo XX.