Klaus Barbie es uno de los ejemplos más sorprendentes, aunque ni mucho menos el único, de cómo criminales nazis con miles de muertes a sus espaldas consiguieron eludir la actuación de la justicia durante décadas. El llamado carnicero de Lyon , por haber sido el jefe de la Gestapo en la ciudad francesa, pasó varios años de la posguerra en Alemania protegido por el espionaje occidental y luego, cuando las reclamaciones francesas de extradición se hicieron insistentes, se evaporó en una de las rutas de escape hacia Latinoamérica.
Acabaría instalándose con su familia en Bolivia con el nombre de Klaus Altmann. Contó con la protección de varios dictadores bolivianos, con los que mantuvo una estrecha relación al dedicarse al tráfico de armas. No fue juzgado hasta 1987.
Tras ser condenado a cadena perpetua por crímenes contra la Humanidad, responsable de más de 4000 asesinatos y del envío a campos de concentración de 7500 personas, se declaró inocente : ‘Yo tengo la conciencia tranquila’.