Fin de la II Guerra Mundial: júbilo europeo en el día de la victoria
HACE 75 AÑOS
Tras el Día D, los aliados avanzan inexorablemente por el continente hasta liberarlo. Se firma la rendición incondicional alemana ante norteamericanos y soviéticos, lo que provoca una explosión de júbilo en todo el continente
‘Los largos sollozos de los violines del otoño’. Con este verso de Paul Verlaine, el teniente coronel Helmuth Meyer, encargado de escuchar las emisiones de radio inglesas en busca de instrucciones cifradas, da con el primer aviso de los aliados a la Resistencia Francesa, a la que se le advierte así de la inminente invasión del continente. Corre el 1 de junio de 1944.
El ataque contra la Europa continental por los aliados es el acontecimiento más temido en los pensamientos de la alta jefatura nazi. Preocupaba a Hitler hasta el punto de que a finales de 1943 había destinado a Francia a uno de sus más brillantes generales, Edwin Rommel, el zorro del desiert', para supervisar las defensas de la costa atlántica, donde calculaba que se produciría la invasión.
Rommel lleva los seis meses de 1944 obsesionado con establecer líneas de defensa inexpugnables, o que al menos obstaculicen al máximo un desembarco aliado. Temeroso, refuerza sobre todo la zona de Calais, el paso más estrecho del Canal de la Mancha. Pero llega el mes de junio sin invasión y Rommel, agotado, ya solo confía en que el mal tiempo reinante impida cualquier tentativa naval, haciendo caso omiso de los avisos de inteligencia. Confiado, el 4 de junio se va a Alemania a pasar unos días de descanso para coincidir con el cumpleaños de su esposa el 6 siguiente.
Al otro lado del Canal de la Mancha, el general Eisenhower también está muy tenso. Ha dispuesto la invasión para principios de junio, pero la climatología se lo está poniendo difícil. Mantener el secreto de la fecha y lugar de la invasión agudiza su estrés. LLeva semanas simulando su posible entrada por Noruega o por Calais, lugar este último al que someten a continuos bombardeos aéreos.
El punto escogido empero, se halla bastantes kilómetros al sur: las playas de Normandía . 5.000 barcos se encaminan hacia ellas en largos convoyes encabezados por dragaminas que limpian las aguas de minas. El 5 de junio es la fecha escogida, pero las condiciones meteorológicas lo impiden: fuertes vientos obligan a Ike (apodo de Eisenhower) a aplazarla hasta el día siguiente. Si se deja pasar más tiempo, la probabilidad de que la flota sea detectada es muy alta.
La meteorología da tregua a los aliados, tras anunciarse unas pocas horas de buen tiempo durante el día 6, una de las fechas en que concurren los dos requisitos necesarios para la operación: luna tardía, que facilitará el camuflaje de los paracaidistas en territorio normando y marea baja, que permitirá avistar durante el desembarco los obstáculos y minas colocados por Rommel en el acceso a las playas. Eisenhower se decide al fin: ‘Estoy completamente seguro de que debemos dar la orden. No me gusta, pero es así…’ La suerte estaba echada, era el anuncio del principio del fin. El 6 de junio sería el día D.
A partir de la medianoche, los aviones surcan el Canal lanzando 18.000 paracaidistas. Son la avanzadilla. Su misión es apoderarse de puntos de paso estratégicos que deberán obstaculizar el acceso a las tropas alemanas, destruir los puentes y eliminar baterías para evitar los bombardeos contra sus compañeros que llegarán por vía marítima. Hacia las seis de la mañana 160.000 soldados desembarcan en cinco playas y un acantilado, Pointe du Hoc, en el que los alemanes han ubicado baterías de cañones.
El desembarco se salda con una gran masacre, Rommel había cubierto muy bien su expediente. El acceso por mar es complejo y los nidos de ametralladoras hacen estragos.
La situación degenera en un caos, el retraso en tomar la playa provoca el retraso del flujo de tropas programado, se acumulan las naves y los soldados quedan en condiciones muy expuestas. Al final de la jornada solo han logrado conquistar dos puntos aislados. Se tardan tres días en cumplir los objetivos asignados para el día D. El lugar se bautiza como ‘la sangrienta Omaha’.
Pese a ello la enorme asignación de fuerzas aliadas al desembarco en Normandía –más de un millón de hombres- inclina la balanza. Lenta pero inexorablemente. La reacción alemana tampoco es lo rápida que debiera, muy al contrario en el seno del alto mando alemán reina el caos. Rommel no tiene el mando absoluto y no congenia con Von Runsdedt, el otro mariscal. A ello se suma la excesiva dependencia operativa respecto a Hitler, empeñado en mantener las riendas en la toma de decisiones. Todo ello ralentiza su percepción de la relevancia del asalto a Normandía y erróneamente se continúa manteniendo el grueso del ejército en Calais.
Los aliados aprovechan para levantar dos puertos artificiales en las playas normandas que permiten ir desembarcando tropas que se hacen con el control de Francia ayudadas por la activa Resistencia clandestina gala. En menos de tres meses toman París. En la operación participan soldados españoles, antiguos republicanos huidos tras la guerra civil que se han alistado a sus filas. El 25 de agosto de 1944 la guarnición alemana se rinde . De Gaulle se instala ese mismo día en la ciudad como presidente del gobierno provisional.
Eisenhower por su parte, nombrado comandante supremo por el Estado Mayor Conjunto con la orden de ‘alcanzar el corazón de Alemania’, fracasa en sus intentos. Incapaz de invadir Holanda y de cruzar el Rin por el sur de su cuenca, los aliados quedan estancados en la línea defensiva del territorio alemán por el oeste, sucesora de la Línea Sigfrido de la Primera Guerra Mundial. Asimismo, en el norte de Italia, la Werhmacht mantiene sus posiciones en la Línea Gótica.
Los alemanes tienen todavía fuerzas para intentar una última gran contraofensiva. Hitler elige las belgas Árdenas, y en concreto sus densos bosques. La operación iniciada en secreto y en pleno invierno, sorprende a los aliados. Tiene lugar así la batalla de Las Árdenas, que se inicia el 16 de diciembre de 1944. Es la última oportunidad de Hitler.
El efecto sorpresa deja sitiada a toda la 101ª División Aerotransportada americana, una de las participantes en el Día D, en Bastogne (Bélgica). El general George S. Patton tiene entonces una idea genial: adelantándose a las órdenes de Eik, hace girar tres divisiones de su III Ejército para iniciar una inesperada ofensiva que cambia el curso de la batalla saldándose con otra victoria aliada.
A principios de abril de 1945, los aliados se abren camino al fin por Italia y Alemania Occidental. Los soviéticos por su parte, ya han invadido Alemania por el este y se lanzan sobre Berlín a finales de mes. El 25 de abril ambos ejércitos invasores confluyen en el Elba. Ese mismo día Mussolini es asesinado por partisanos mientras intentaba huir.
Hitler se ve abocado al final. El ataque ruso sobre Berlín es imparable: 196 divisiones y 2'5 millones de soldados es más de lo que el maltrecho ejército nazi es capaz de resistir a estas alturas de la guerra.
El arrogante líber nazi decide marcar el camino que deberán seguir sus más altos generales: el suicidio. Tras casarse con su amante Eva Braun, ambos se quitan la vida el 30 de abril de 1945. Poco después hace lo propio su fiel ministro de propaganda Joseph Goebbels, arrastrando con él a su esposa y sus seis hijos. Su fracaso en llegar a un acuerdo con los rusos le condena. Una semana después, el marino Karl Dönitz, último presidente de la Alemania nazi, acepta rendirse a los americanos. El 7 de mayo se firma la rendición, lo que provoca el júbilo en todos los países aliados. Menos de un año después del día D, se ha llegado al más esperado todavía Día V, el día de la Victoria.