Con Nada, su primera novela, Carmen Laforet, recibe el preciado premio Nadal 1944.
Por sorpresa, el jurado se rinde ante la joven escritora de tan solo 23 años que, con inusitado talento, traza una precisa radiografía de la tristeza vital en la tenebrosa posguerra española.
Las páginas de Nada cambian su vida para siempre conduciéndola irremisiblemente a un destino que no sabría encarar. Porque a partir de entonces, ‘nada’ volvería a ser lo mismo.
Todo empezó seis años antes, cuando Carmen tomó las riendas de su vida con tan solo 17 años. Primogénita de cinco hermanos, era el ojito derecho de su padre, brillante arquitecto de talante liberal que le inculcaría el amor por el deporte (sería muy amiga de la célebre tenista Lilí Álvarez)y por las letras. Pero tan apacible existencia se truncaría al morir su madre mientras vivían en Gran Canaria. El desconsolado viudo contraería de nuevo matrimonio y la joven no se avendría con su madrastra, de modo que, decidida, abandonaría Canarias y se trasladaría al piso de sus abuelos en su Barcelona natal en busca de la perdida felicidad.
Carmen se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras. Pero pronto se sume en el desencanto. Corre 1939, la Guerra Civil acaba de concluir y la ciudad languidece en la dura y oscura posguerra. La joven estudiante, acuciada por un amor no correspondido, decide abandonar la ciudad sin finalizar sus estudios y toma rumbo a Madrid, donde inicia la carrera de Derecho. A los veintiún años abandonará los estudios sin licenciarse en ninguna de las dos carreras.
Es entonces cuando Carmen empieza a escribir y así, casi sin darse cuenta, inicia una singladura que la conducirá al estrellato.
En solo ocho meses escribe su primera novela, Nada. Carmen recrea su llegada a Barcelona pocos años atrás. Inspirándose en sus vivencias, plasma en ella sus sentimientos más íntimos, vehiculando en sus páginas el conflicto interno al que se ve abocada Andrea, su protagonista, al enfrentarse a la dura sociedad de posguerra, donde primaban la violencia física y verbal, la miseria y, por encima de todo, la incertidumbre.
Haciendo gala de una osadía inusitada, Carmen decide en el último momento presentar su manuscrito a la convocatoria de un premio de reciente creación, el Nadal . La obra llega por los pelos, debidamente franqueada con todos los sellos de urgencia justo antes de finalizar el plazo de entrega de originales.
Contra todo pronóstico la joven escritora desconocida, Carmen Laforet, se hace con el galardón. El frescor de su escritura, innovadora y precisa, entusiasma al jurado de la editorial Destino, que, en la primera edición de su galardón la prefiere a la obra de autores veteranos como el periodista César González Ruano, que monta en cólera al saber que aquella ‘jovencita’ le había ‘robado’ el premio. Su ira se acrecentará además cuando la editorial ventile su fracaso, violando un pacto según el cual había acordado que, caso de no erigirse como vencedor, su participación no se haría pública.
Pero Nada no tiene parangón. Pronto cosecha las mejores críticas literarias del momento, y escritores de la talla de Azorín o el futuro Nobel Juan Ramón Jiménez (con una cita suya arranca el libro), se deshacen en elogios. Convertida en un best seller, la novela arrasa en las librerías, con tres ediciones en el mismo año de su publicación, 1945. Tres años después, la RAE concede a Carmen el premio Fastenraht. Así, Laforet se erige precozmente como una escritora consagrada.
Sin saberlo la autora había iniciado una ruta sin retorno. Nada marcaba el principio del fin.
(La Vanguardia publica la crítica de la novela, firmada por Juan Ramón Masoliver, el 1 de junio de ese año ).
En 1946, embarazada de dos meses, contrae matrimonio con el editor, periodista y crítico literario Manuel Cerezales, con el que tendrá cinco hijos, pretendiendo hacer jaque a un destino que la condenó a una dura adolescencia. Pero la unión fracasa y la pareja se separa. Obsesionado por su privacidad, Cerezales le obliga a firmar ante notario un documento en el que le exige que no escriba nada que se halle relacionado con sus 24 años de vida conyugal.
Y es que aunque Carmen siempre defendió que su novela no era autobiográfica nadie le creyó y él menos que nadie, que le insistió durante toda su relación en que evitara la autobiografía. Nada había provocado un terremoto sin límites entre sus allegados, que se identificaron sin dificultad en el crudo retrato familiar que protagonizaba la obra.
La autora, dominada por la angustia, siguió escribiendo pero el espejismo del rotundo éxito alcanzado por su primera novela no la abandonó nunca. Melancólica y depresiva, insegura y triste, ella misma se autodiagnosticó con una palabra: grafofobia.
Abandonada a la Nada, su vida a partir de entonces y hasta el día de su muerte fue triste y solitaria. Ni siquiera la relación epistolar mantenida con el también escritor Ramón J. Sender, autor de Réquiem por un campesino español, que le profesaba un amor sincero y entregado, logró que encontrara la paz.
Acusada de vivir durante cuarenta años de las rentas de su obra novel, la autora de Nada, sobrenombre por el que sería conocida hasta el fin de sus días, falleció en Madrid el 28 de febrero de 2004, contaba 82 años.