Verdugo: funcionario público dependiente del Ministerio de Justicia en España durante los siglos XIX y XX. Oficio que se transmitía de un verdugo a otro, sin ningún tipo de escuela ni formación. Trabajo que, en general, se heredaba de padres a hijos o entre familias. ‘Hombre que mata a otros legalmente, en nombre de la ley’, ‘ejecutor de sentencias’ (autodefiniciones reproducidas en el documental Mis queridos verdugos, dirigido por Martín Patino en 1973).
Son las tres y media de la tarde. Federico Muñoz, funcionario, verdugo de la Audiencia de Barcelona, está en una taberna de la calle Eduardo Tubau del barcelonés barrio de Sant Andreu, de la que es cliente habitual, cuando un individuo entra en el bar. José Gonzalez Carrera, el camarero, acude presto a atender al recién llegado, que le pide un botellín de vermut. La elección le extraña al barman, porque no es la bebida que se suele tomar a esa hora. Momentos después, dicho individuo se levanta y, sin mediar palabra, descarga tres tiros sobre Federico Muñoz. El verdugo muere en el acto. La autopsia realizada por los médicos militares informará de que las balas, del calibre nueve, habían sido disparadas a corta distancia, impactando una en la oreja izquierda, otra en la parte inferior de la región malar y la tercera, a quemarropa en el lado izquierdo cuando la víctima se había desplomado sobre su mesa. El tiro de gracia. Una ejecución en toda regla.
Los hijos del verdugo acuden al juzgado, a la policía y finalmente a la Audiencia rogando la devolución de las ropas y objetos que llevaba su padre en la fatídica fecha, a fin de conservarlas como recuerdo.
Las diligencias policiales concluyen con la detención de tres presuntos culpables, entre los que se encuentran José Gonzalez Carrera, implicado en varios atracos, que responde al alias ‘El Camarero’, y Genís Urrea, conocido anarquista. Ambos pasan a disposición del auditor de guerra el 28 de febrero, dieciocho días después de la ‘ejecución’.
No es hasta 1941 cuando ‘La Vanguardia’ facilita datos relacionados con la autoría del crimen. Ese día, bajo el título ‘Identificación del asesino del que fue verdugo de esta Audiencia’, nuestras páginas informan de la localización de Genís Urrea Piñol. En el mismo se informa de que el presunto asesino, tras cometer el crimen, huyó a Francia para escapar de la acción de la justicia y no regresó a España hasta pasado el 18 de julio de 1936 cuando, ya en el país, ingresó como agente de policía en la Generalitat. Había sido indultado por el crimen el 26 de abril de ese mismo año.
La noticia concluye informando de que el presunto criminal se halla procesado por el delito de ‘auxilio a la rebelión’. Esto es, por ser un militante anarquista.
80 años después, el ajusticiamiento del verdugo Federico Muñoz continúa siendo un misterio, aun cuando todo parece apuntar a que el funcionario fue asesinado por miembros de la FAI en represalia por la ejecución que había cometido en la persona del anarquista Andrés Aranda, condenado por haber matado a un sujeto en el transcurso de un atraco. Federico Muñoz había ajusticiado a Aranda poco menos de dos meses antes, el 21 de diciembre de 1934, en el ‘patio de los lavaderos’ de la cárcel Modelo exactamente a las tres y media de la tarde, firmando sin saberlo, su sentencia de muerte.
Federico Muñoz Contreras, ejercía como verdugo, funcionariado público dependiente del Ministerio de Justicia, desde 1924, cuando pasó a ser titular de la Audiencia de Barcelona en sustitución de Rogelio Pérez, zapatero al que su pluriempleo como remendón no le salvó de ser víctima de una represalia anarquista en 1924. Habían pasado ocho años desde la última ejecución realizada en la misma prisión.
El nuevo verdugo tenía 44 años cuando ajustició con el garrote vil a su primer ‘cliente’, José Didón, un pastor de cincuenta años, el agosto de 1926.
En 1932 su carrera ve interrumpida durante dos años, hasta que se restablece la pena de muerte para casos de terrorismo.
Se desconoce la cifra total de los reos que ejecutó, pero ostenta el ‘honor’ de ser uno de los pocos ‘elegidos’ que no tuvo reparos en ejercer como funcionario público del régimen franquista en el duro oficio de ‘matar legalmente’ .
Ironías del destino, su ejecutor, Genís Urrea, fue uno de los últimos fusilados en el Camp de la Bota barcelonés. El anarquista fue ajusticiado junto a cuatro de sus compañeros dos meses antes del famoso Congreso Eucarístico, el viernes 14 de marzo de 1952, diecisiete años después de haber asesinado a Federico Muñoz Contreras.
La historia de los 'ejecutores de sentencias' en España es granada, así que nos permitimos señalar la biografía de un verdugo 'insigne': Antonio López Sierra, 'agarrotador' de 17 reos entre los que se encontraban una mujer, Pilar Prades, 'la envenenadora de Valencia', a la que se negó a ejecutar hasta el último minuto a la espera del indulto que nunca llegó. Así como la de Garabo, 'bon vivant' asesino de cuatro personas, a cuya ejecución Antonio acudió bebido alegando sentirse atemorizado por haber recibido amenazas de muerte y la más significativa: la del anarquista Salvador Puig Antich en 1974.
Aquel día Antonio tuvo que asumir su tarea de nuevo bajo el influjo del alcohol y, dominado por el sentimiento de culpa, no acertó a encajar el garrote, lo que alargó angustiosamente la muerte del joven.
El nicho del verdugo en el cementerio de Carabanchel se convertiría en un peregrinaje morboso para policías, curiosos y nostálgicos de la pena de muerte franquista, hecho que obligaría a sus hijos a incinerar sus restos en el décimo aniversario de su muerte.
El garrote vil murió con Franco. Las últimas ejecuciones sucedieron el 27 de septiembre de 1975 y la pena capital se abolió por ley aprobada en el Congreso el 27 de noviembre de 1995, sesenta años después del ajusticiamiento del que fuere verdugo de la Audiencia de Barcelona.