‘Cuando Audrey paseaba por el estudio, la gente cuidaba su vocabulario. No es que sea una mojigata, pero posee una clase especial, un estilo personal, una forma de ser que impregnaba todo lo que hacía’. Así se refería a la actriz el director Billy Wilder tras dirigirla en Sabrina , una de las dos películas en las que ella trabajaría a sus órdenes.
Y así era Audrey Hepburn, una joven de belleza angelical dotada de un físico cuasi etéreo, a la que rodeada un halo de natural elegancia y distinción. Ella fue única, logró triunfar en un momento en que las rotundas curvas de sus contemporáneas –con Marilyn como máximo exponente de dicha premisa– se alzaban como patrón de belleza. La joven y candorosa Audrey Kathleen Ruston, su verdadero apellido, supo hacer de su físico a contracorriente una baza triunfadora. Su estilizada figura la construyó en sus inicios como bailarina de danza clásica, (estudió en Londres con la que fuere profesora de Vaslav Nijinski) y se fusionó exitosamente con los conocimientos adquiridos en sus estudios de arte dramático. Audrey poseía un rostro de gran belleza: sus rasgos angulosos y su dulce mirada la rodeaban de un aura de inusitada pureza. Descendiente de un inglés y de su segunda esposa, una baronesa holandesa, sin duda su origen le aportó ese genuino aire aristocrático.
Inició su andadura profesional trabajando como modelo publicitaria . Posteriormente, participó en algunos shows televisivos y en un film para aprender idiomas, Holandés en siete lecciones, e incluso en revistas musicales como Sauce piquante. Tras trabajar como extra en algunas películas, le dieron un pequeño papel en Oro en barras, junto a Alec Guinness. Su singular belleza hizo que le siguieran ofreciendo papeles, y así actuaría en Risa en el paraíso y Americanos en Montecarlo, de Charles Boyer. Esta última supondría su pasaporte a la fama: durante el rodaje acometido en París en 1951, el azar quiso que la célebre novelista Colette se presentase en los estudios cinematográficos y reparase en Audrey. Su rostro infantil, enmarcado en un grácil cuerpo de mujer, le llamó poderosamente la atención y, determinada, decidió que ella protagonizaría en escena su comedia musical Gigi . Era el pistoletazo de salida de una imparable carrera hacia el estrellato.
La trayectoria de la actriz se halla indefectiblemente marcada por el azar: así el ya mencionado William Wyler descubrió a la actriz cuando asistió a la representación de la obra en Broadway y decidió asignarle a su vez el papel principal de Vacaciones en Roma (1953).Su interpretación en esta comedia rosa en la que interpretaba a una osada princesa europea, que transita por la ciudad eterna de incógnito y es capaz de trotar en una vespa junto a un periodista norteamericano, la alzó al trono de las incomparables. El mundo del periodismo de celebridades y exclusivas es retratado por Wyler con singular maestría. Curiosamente en el film hacen un cameo dos periodistas españoles en la escena culminante del film: uno de ellos es Julio Moriones, corresponsal de La Vanguardia en Roma desde 1951 hasta 1977 . El filme fue muy aplaudido por la crítica y la consagró definitivamente al ganar el Oscar a la mejor actriz protagonista, además de la Medalla de Oro de la revista Picturegoer y el Premio de la Crítica de Nueva York.
Un año después, bajo la batuta del gran Wyler, interpreta a la mencionada Sabrina, una moderna cenicienta. La película confirma el fenómeno. Ha nacido un nuevo tipo de fémina, la denominada ‘mujer gacela’, denominación que hace referencia a la esbeltez extrema de la joven y lo inusitado de la misma entre la desbordante sensualidad de sus coetáneas. Audrey transmite un mensaje que por alternativo la hace única: su amor, lejos de ser lujurioso y patentemente sexual, es casto y puro, cuasi virginal.
En 1957 hechiza al público con su papel en Una cara con ángel junto a Fred Astaire. Se convierte en una de las actrices mejor pagadas de la época pese a no batir récords de taquilla. El novelista Truman Capote escribe su memorable novela Desayuno con diamantes inspirándose en la actriz, que la llevará al cine cuatro años después, interpretando a la protagonista, Holly Golightly. Su papel en este film la alza como símbolo de su generación, como la más perfecta representante del glamour.
En 1963 se convierte en pareja de un maduro Cary Grant (curiosamente casi todos sus partenaires cumplían este requisito) a las órdenes de Stanley Donen, en el film Charada , una de las comedias de intriga más brillantes de esa década. Un año después rueda My Fair Lady , film cuyo rodaje alcanza cifras desorbitadas y de polémica factura, dado que la elección de la actriz es puesta en tela de juicio por su incapacidad para cantar, dato curioso al tratarse de una comedia musical. El fichaje de Audrey, una vez comprobado el resultado final, jamás volvería a ser puesto en tela de juicio. Su Eliza es incomparable.
En 1967 protagoniza Dos en la carretera y Sola en la oscuridad , en la que se transforma en una invidente, demostrando una vez más las magníficas cualidades interpretativas que la alzarían a la cúspide del cine americano.
Finalizados los rodajes de ambas, se divorcia del también actor Mel Ferrer tras 15 años de matrimonio y se casa de nuevo con Andrea Dotti, un psiquiatra romano con el que tiene a su hijo Luca, retirándose durante varios años.
El cine padece su orfandad hasta que inusitadamente vuelve a las pantallas en 1976 con Robin y Marian junto a Sean Connery, una película de romanticismo otoñal entre estas dos maduras estrellas, cuyos exteriores se ruedan en Navarra. Always es su último papel cinematográfico de enjundia, una película en la que Steven Spielberg la pone en la piel de un ángel, ¡cómo no!
Desde 1989 se dedica ya solo a su papel como embajadora de UNICEF . Su prematura muerte, a los sesenta y tres años, la comunica un portavoz de Naciones Unidas.
Ya fuera como princesa aventurera, cenicienta entre rascacielos, noble rusa, novicia, exquisita prostituta de lujo, presunta lesbiana o madura consorte de Robin de los Bosques, Audrey fue y será siempre única.