Victoria Kent una mujer avanzada a su época
TAL DÍA COMO HOY
La niña feúcha y estudiosa que se negaba a ir a la escuela conseguiría con el tiempo portentosos logros como abogada y política de prestigio. Pero serían sus iniciativas humanitarias las que la harían famosa en la sociedad de su tiempo. 'La Kent' es un hito de nuestra historia contemporánea.
'Anda, y que te ondulen con la permanén, y pa' suavizarte que te den col-crém. Se lo pués' pedir a Victoria Kent, que lo que es a mí, no ha nacido quién.' Así rezaba el chotis interpretado por Celia Gámez en ‘Las Leandras’. Corría 1931 y Victoria Kent había conseguido hacerse popular entre las capas más modestas de la sociedad gracias a sus iniciativas humanitarias.
Ella misma provenía de orígenes humildes. Victoria era hija de un sastre malagueño y su madre se dedicaba como la inmensa mayoría de las mujeres de la época a las labores del hogar. La pequeña Victoria era ya de niña voluntariosa y tan tenaz que impondría a sus progenitores sus determinaciones. Así se negó a temprana edad a asistir a la escuela, por lo que fue su madre quien la enseñaría a leer y escribir. Más adelante asistiría a la Escuela Normal de Maestros y en 1916 daría el gran salto. Sus padres, en un alarde de progresismo, le permiten trasladarse a Madrid (debemos considerar que en aquella época la mujer sólo salía de casa para convertirse en monja o en abnegada esposa). Allí la intrépida Victoria estudia bachillerato, alojada en la recién creada Residencia de Señoritas, equivalente a la masculina Residencia de Estudiantes, cuyos gastos sufraga dando clases particulares. En 1920 entra en la Facultad de Derecho, donde cursa la carrera de manera no oficial. En 1924 se licencia y un año después solicita su ingreso en el Colegio de Abogados de Madrid, convirtiéndose así en la primera mujer que ejerce la abogacía en España. Ese mismo año ya defenderá un caso, pero será en 1930 cuando adquiera prestigio al obtener la absolución en un caso de gran relevancia, defendiendo al abogado republicano Álvaro de Albornoz acusado de ser el instigador de la rebelión de Jaca. Su comparecencia como letrada ante el Tribunal Supremo de Guerra y Marina la convierte en pionera en la historia del Derecho Español contemporáneo al ser la primera mujer en hacerlo.
En 1931 se afilia al Partido Radical Socialista y se presenta como candidata a las Cortes por Madrid. Es elegida diputada de las Cortes Constituyentes junto a Clara Campoamor
Sus intervenciones parlamentarias son escasas pero su postura frente al voto femenino la convierten en un personaje memorable. Enfrentándose a Clara Campoamor, Victoria -que jamás se definiría como feminista- se manifiesta en contra de la aprobación del voto para las mujeres, postura que defiende en un famoso discurso. Lo argumenta por la incapacidad de la mujer de la época para emitir un voto político: sometida a la determinación de su esposo y las indicaciones de su confesor la mujer carece de criterio propio. Victoria defiende que la mujer no podrá ejercer su derecho al voto hasta que no cuente con una formación previa. Campoamor saldría victoriosa pero Victoria demostraría que no sólo era una gran abogada sino que sabía defender sus ideas con convicción.
El prestigio de Victoria impresiona al presidente Alcalá Zamora que la telefonea y le proponer un cargo tan relevante como complejo: Victoria es nombrada directora general de Prisiones.Este cargo la colmaría de felicidad y años después afirmaría: 'Fue la tarea más importante de mi vida’
Su mandato hace historia. Movida por sus ideales humanitarios, Victoria emprende una ingente tarea, decidida a continuar la labor de su predecesora Concepción Arenal, con un claro objetivo: pugnar por una reforma penitenciaria revolucionaria. Obcecada por mejorar la vida de los presos, Victoria defiende con tesón la reinserción social de los mismos. Sus decretos alcanzan perfiles inéditos en España y Europa, adelantándose veinte años a los países nórdicos. Entre otros destacan la eliminación de cadenas y grilletes, el derecho a leer la prensa, libertad de asistencia a los actos religiosos, permisos de salida, incremento de la ración alimentaria o la creación de talleres de trabajo. Pero algunas de sus reformas no son aceptadas por los poderes fácticos del momento y se ve obligada a dimitir de su cargo tan solo tres meses después de su nombramiento. La iglesia, la banca y los militares no pueden aceptar el derecho a las visitas conyugales, que consideran mera prostitución, ni tampoco la sustitución de las monjas por funcionarios debidamente formados. La presión llega hasta Azaña y éste disuade a Kent de continuar en el cargo.
El alzamiento del 18 de julio la lleva a la sierra de Madrid, donde la valiente y arrojada Victoria no duda en acudir a aprovisionar a los combatientes
Tras la guerra, habiendo prestado apoyo a la causa republicana se ve obligada a exiliarse en París. Allí desde su puesto como 1ª Secretaria de la Embajada en París se hace cargo de la búsqueda de alojamiento para los niños republicanos condenados al exilio.
Obligada después a ocultarse en un piso en París y acosada por la Gestapo y el espionaje fascista, escribe su único libro en 1947. Lo titula Cuatro años en París y en él narra en boca de Plácido su alter ego, sus más íntimos padeceres.
De allí viaja a México donde imparte clases de Derecho Penal y funda y dirige la Escuela de Capacitación para el personal de prisiones. En 1950 la ONU descubre su talento y Victoria entra a formar parte de la Sección de Defensa Social. En Nueva York, a los 62 años conoce a Louise Crane, una millonaria americana con la que traba una estrecha e íntima amistad, y cuyo respaldo financiero le permite fundar la histórica revista Iberia por la Libertad, junto a Salvador Madariaga. Editada en inglés y castellano, la publicación pretende actuar como un órgano de información en el exilio. Victoria estará al frente de la misma hasta la muerte de Franco en 1975.
Vuelve a España el 11 de octubre de 1977 tras 38 años en el exilio, haciendo de sus palabras un hecho: ‘Yo no tengo otra pasión que España, pero no regresaré a ella mientras no exista una auténtica libertad de opinión y de asociación’
Fallece en Nueva York a los noventa años.