“Hasta aquí puedo leer”. Mayra Gómez Kemp era una maestra del entretenimiento. Sabía como nadie conducir la atención del espectador, generar el suspense necesario con esa picardía tan suya. Y, sobre todo, crear un clima de bienestar y alegría gracias a una empatía tan natural como su risa, esa risa que se le escapaba por todo el cuerpo y que nos contagiaba felicidad. Cierto que eran otros tiempos, con una TVE que todos mirábamos y cuyo éxito casi estaba garantizado. Pero hubo fórmulas magistrales. Y el Un, dos, tres, estuvo, sin duda, en el podio de las propuestas más acertadas y más seguidas de esa televisión sin competencia.
Mayra fue para esos niños que crecimos con el Un, dos, tres, más que un rostro conocido. Era casi como una madre en esos tiempos de infancia en que los más pequeños confundíamos en Catalunya a Jordi Pujol con Josep Lluís Núñez. Ella, que no tuvo hijos, sí tuvo a muchos niños y niñas devotos que esperaban con impaciencia que llegara el viernes por la noche. Y no solo para disfrutar de un fin de semana casi siempre con deberes, sino para ver el Un, dos, tres que ideó el también llorado Chicho Ibáñez Serrador y que Mayra supo interpretar a la perfección, ejecutando con maestría una presentación que heredó de otro histórico, Kiko Ledgard.
La palabra de Mayra iba a misa. Nosotros, los niños, no dudábamos de ella. Y cuando decía, “hasta aquí puedo leer”, cualquier cosa podía suceder. Desde que la pista de la última etapa del programa con la pareja finalista, la subasta, ocultara el coche, el apartamento en Torrevieja o la siempre temida Ruperta, esa calabaza que luego se transformó en la bota Botilde o el Chollo con el Antichollo.
Mayra formaba parte de la familia. Ocupaba un lugar de privilegio en los comedores. Conectaba con abuelos, padres y, evidentemente, con los más pequeños de la casa, que esa noche de viernes teníamos permiso para ir a dormir más tarde de lo habitual.
Mayra formaba parte de la familia. Ocupaba un lugar de privilegio en los comedores"
Ella fue de las afortunadas que sintió desde siempre el cariño de su público. Desde sus inicios en España, también en el Un, dos, tres, aunque como actriz, hasta el final de sus días. Porque Mayra fue de esas personas públicas reconocidas, queridas, que tanta simpatía despiertan.
Dedicó sus últimos años, alejada de los focos, a luchar primero contra un cáncer de lengua y después contra otro de garganta. Mostrando una gran resiliencia, tuvo que aprender a comer y hablar de nuevo. Y lo hizo. También tuvo que enfrentarse hace tres años a la muerte de su pareja, Alberto Berco, con quien compartía vida desde 1973.
Sola, ese mal que sufren tantos mayores, resbaló en casa hace unos escasos diez días. Estuvo hasta veinte horas esperando ayuda. La caída la llevó al hospital pero fue dada de alta poco después. Todos creímos que el accidente no fue más que un susto. Poco podíamos pensar que la querida presentadora, actriz y cantante nos dejaría tan pronto, y menos tras superar lo peor.
Hace tan solo unos meses, vencidos los cánceres y pasado lo más duro del duelo, ofreció la que quería que fuera su última entrevista en el programa El Faro de la Cadena Ser. “Quiero que la gente se acuerde de la Mayra que vio, la que tenía una dicción casi perfecta, la que se veía joven y guapa”, pidió. Sí, Mayra. Así te recordamos y te recordaremos siempre.