Un Forqué, un Goya, un Ojo Crítico y un Sant Jordi por Ane; un Feroz, un premio Festival de Málaga y otro de Hong Kong por 20.000 millones de abejas; un Ondas por La otra mirada, otro Feroz por la serie Intimidad y ahora, acaba de estrenar Nina, que obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Málaga. Y todo esto en el plazo de dos años y medio. Patricia López Arnaiz (Vitoria, 1981) se convierte en una vengadora de sí misma en Nina (de Andrea Jaurrieta), un ‘western’ que no ocurre en la áspera Arizona sino en el húmedo y boscoso Euskadi.
Con 15 años fue seducida por un afamado escritor (Darío Grandinetti), padrastro de su novio. La destrozó. El pueblo miró hacia otro lado y ella marchó a Madrid para echar tierra sobre la vergüenza. Treinta años más tarde regresa con muy poco que decir, un par de mudas en la mochila, una herida que aún sangra y una escopeta con varios cartuchos. “Nina no es una asesina sino una mujer que se enfrenta a una decisión, a mover el dedo sobre el gatillo y matar a alguien. Rodando sentía la tensión y la adrenalina como si fuese real”.
El guion nos plantea también la posibilidad #MeToo en la literatura: “He leído hace poco El consentimiento, de Vanessa Springora, su experiencia en primera persona, con 13 años tuvo una relación con un escritor de 50, y plantea la violencia sexual en muchos ámbitos cuando la víctima admira al abusador”.
Patricia creció en Vitoria y vivió luego en lugares tan dispares como Bilbao, Granada o Génova. Hace un tiempo escogió instalarse en la montaña de su tierra natal. “Mi relación con la naturaleza siempre ha existido: mi padre es pescador y los fines de semana íbamos al río, mi madre llevaba tarteras, comíamos truchas… Siempre me he sentido muy bien en la naturaleza y sentía el deseo de vivir en un pueblito pequeño. Es verdad que me gusta estar cerca de Vitoria porque hay algo del origen y de mi gente, de los sitios familiares y volver a los orígenes, como cuando ves una peli antigua o notas un olor de infancia, es reconfortante. De jovencita era muy satélite y desarraigada, pero con la edad, noto el sentimiento de regreso, de familia, de los sitios que conoces”.
La actriz, que estudió Publicidad y Relaciones Públicas antes de dedicarse a la interpretación, no tiene redes sociales y no habla de su intimidad: “Cuando empecé me daba miedo perder el anonimato, así que me he relacionado con ello siempre como con un temor. Luego lo vas integrando en tu rutina, te vas relajando y a veces acabo entrevistas y pienso ¿para qué he contado yo todo eso? Como si fuese más interesante que lo que le pase a cualquier otro. Cuando haces entrevistas es muy difícil ser consciente de que lo que estás diciendo va a trascender y lo va a leer o escuchar muchísima gente. Eso lo tienes que imaginar porque realmente la conversación se está dando con una persona, casi un diálogo. Y muchas veces haces varias entrevistas seguidas y vas perdiendo la noción de la conversación. '¡Pa qué contar tanto!' Me digo a veces. En fin, noto que todavía hay muchas cosas de la profesión que tengo que descubrir”.
Al menos, concede confesarnos que es bastante feliz: “Unas veces más, otras menos, pero si voy a lo que más me importa ahora mismo, muy contenta; todo está bien”.