Larga vida al emperador Naruhito
Los Reyes asisten en el palacio imperial de Tokio a la milenaria ceremonia de entronización
El mundo se reunió ayer en Tokio. Rodeado de reyes, príncipes , presidentes, jefes de gobierno y altos dignatarios, en representación de 183 países. Naruhito de Japón se autoproclamó emperador, en una ceremonia que duró a penas media hora y en la que se escenificaron ritos milenarios que enlazan la modernidad con la tradición. Los tres gritos de Tenno Keika Banzai (¡Larga vida al emperador!) lanzados por el primer ministro Shinzo Abe y las 21 salvas de cañón, disparadas desde los jardines del palacio imperial, convirtieron a Naruhito de Japón en el 126.º ocupante del trono del Crisantemo, un cargo que ya ostentaba desde el pasado 1 de mayo tras la abdicación de Akihito pero que ayer se convirtió en un compromiso casi sagrado. La entronización del nuevo emperador lo fue en el sentido lieral: Naruhito se sentó en el trono y desde allí se comprometió a trabajar por “la felicidad del pueblo japonés y la paz en el mundo”.
La intensa lluvia y el frío restaron vistosidad a la ceremonia, ya de por sí fría, dado que mientras Naruhito y Masako se situaban en un salón del palacio cuyos ventanales daban a un patio central (todo muy zen), reyes, príncipes e invitados notables seguían la ceremonia desde los miradores de los palacetes situados en el lado opuesto del patio.
Letizia llevó las flores al palacio imperial: un vestido multicolor y otro fucsia y blanco, con las joyas de la Corona
Felipe y Letizia ocuparon un lugar de honor en la ceremonia, junto a sus homólogos de Bélgica, Holanda y el rey de Suecia, aunque por antigüedad en el cargo les tocó sentarse entre el rey de Samoa, Va’aletoa Sualauvi II, y el emir de Qatar, Tamim bin Hamad al Thani. Los Reyes, que llegaron el lunes a Tokio, se han alojado en la nueva ala del hotel Okura, donde también lo han hecho los reyes Guillermo y Máxima de Holanda, el rey Carlos Gustavo de Suecia y su hija, la princesa heredera Victoria. Las tres parejas salieron ayer juntas del hotel en dirección al palacio imperial, no sin antes intercambiar saludos cordiales. Victoria hizo la preceptiva reverencia a Letizia y a Máxima, quienes charlaron en castellano. Allí en el hall del hotel, mientras esperaban para salir, se pudo observar cómo la reina Letizia había hecho una libre interpretación del traje de ceremonia. Mientras Máxima y Victoria optaron por sobrios vestidos monocolor y tocados de tul, Letizia puso color y se atrevió con un vestido de estampado floral en llamativos tonos verdes, rosa y amarillos, más la banda naranja y roja, el fajín verde y, en la cabeza, una diadema de rafia color rosa. El vestido, despliegue de color, era un diseño de la cordobesa Matilde Cano. Para completar el conjunto, la Reina lució, por primera vez, el espectacular collar de chatones de brillantes de la reina Victoria Eugenia y unos pendientes de brillantes y esmeraldas que la reina Sofía llevó en 1990 en la entronización del emperador Akihito. Los caballeros invitados vistieron de frac con condecoraciones y al cuello del rey Felipe prendía el Toisón de Oro.
En el palacio imperial, los Reyes se reunieron con el gran duque Enrique de Luxemburgo, Alberto de Mónaco, el príncipe Carlos de Inglaterra, Haakon de Noruega, Mulay Rachid de Marruecos y Hussein de Jordania, además de los representantes de las monarquías del Golfo y los pequeños países de Asia, África y Oceanía.
La ceremonia de entronización comenzó de un modo muy teatral cuando se descorrieron las cortinas colgadas de un dosel que escondían el Takamikura, el trono milenario desde donde Naruhito se ha autoproclamado emperador vestido con un traje ceremonial de varias capas, la superior de color naranja oscuro. A su lado, bajo un dosel más reducido y sentada en el trono más pequeño se encontraba la emperatriz Masako, vestida con un kimono de doce capas. En un breve discurso, Naruhito recordó a su antecesor, el emperador Akihito y se comprometió a seguir su ejemplo y actuar con “responsabilidad y sabiduría en favor del bienestar del pueblo japonés y la prosperidad de la humanidad”.
La ceremonia concluyó y los invitados regresaron a sus hoteles para volver al palacio imperial por la noche para asistir a una cena en la que las reinas y las princesas lucieron sus mejores joyas. Letizia, espectacular con un vestido fucia con flores blancas bordadas de Carolina Herrera, lució la tiara de la flor de lis y los pendientes de chatones a juego. A Masako, de blanco y con tiara, se la vio sonreír por primera vez en todo el día.