“Somos conscientes de que nuestra fama no durará para siempre”
Entrevista
Amaia Romero y Alfred García, cantantes
Amaia se disculpa porque tiene mocos. Así se explica y así lo transcribimos. Alfred la mira y le gusta lo que ve. Se ha enamorado de ella tal como es: natural, dulce, muy humilde y un prodigio musical. Tienen 19 y 20 años y son la pareja que el próximo 12 de mayo estará en Lisboa representando a España en el festival de Eurovisión 2018. Se conocieron en la Academia de Operación Triunfo (OT)y, como sus compañeros –educados, disciplinados, formados y abiertos de mente– representan a una selección de jóvenes que desmiente el cliché de esa generación de ninis enganchados a internet. Siguen siendo modestos mientras viven una fama impensable antes de arrancar la última edición de un concurso más vivo que nunca y que esta noche los lleva a todos al Palau Sant Jordi.
¿Cómo se sienten cuando les paran por la calle para pedirles fotos?
Amaia Romero: Yo lo resumiría en que es muy impactante pero también muy guay. Poco a poco nos vamos acostumbrando. Aunque en realidad de la fama no hablamos. Ni de OT, porque no nos sale. Recordamos algunas anécdotas pero nada más.
Alfred García: Que todo esto me ocurra con ella es muy bonito; tenernos el uno al otro. En la Academia me mentalicé con una frase de Albert Espinosa: los problemas existen entre lo que esperas que pase y lo que ocurre al final. La cuestión es fluir; por más piedras que el río lleve, el agua continúa fluyendo.
¿Temen que la fama les pueda cambiar?
AG: No lo sé, tengo veinte años pero creo que mis valores no los voy a perder nunca. Tengo una familia al lado para recordarme quién soy si algún día se me olvida.
AR: Puedo decir lo mismo, mis padres y mi familia en general me recuerdan que hoy estamos aquí pero mañana quizá no, y no pasaría nada. Somos conscientes de que esto no durará para siempre.
¿Son capaces de recordar cómo eran un par de meses antes de entrar en la Academia?
AG: Yo venía de un momento muy difícil, acaba de morir un ser querido. Algún casting ya habíamos comenzado a hacer y esperábamos la respuesta. Estaba en Menorca buscándome a mí mismo. Y me he encontrado; entrar en la Academia ha sido una de las mejores terapias que he hecho en mi vida.
AR: Yo estaba en Peñíscola y no quería pensar mucho sobre la respuesta a esos castings. No he cambiado mucho como persona pero creo que sí soy más madura. Hablo mejor, creo; termino las frases… a veces (risas).
¿Cómo imaginan los momentos antes de cantar en Eurovisión? ¿Cómo se relaja uno ante algo histórico?
AR: Tampoco existe un ejercicio para hacer quince minutos antes de salir; hemos preferido comenzar desde ahora, normalizarlo todo y mentalizarnos de que vamos a cantar tres minutos y no merece la pena estar supernerviosos dos meses por tres minutos que vamos a disfrutar.
AG: Con normalidad. No somos Conchita Wurtz ni tenemos que defender algo muy difícil. Es simplemente estar, el uno con el otro, mirándonos a los ojos y cantar sintiendo lo que sentimos.
Cuando se siente algo más allá de la admiración, ¿es distinto cantar mirando al otro a los ojos?
AG: Lo que siento es cómo mi estado anímico cambia, una conexión que va más allá de lo físico. Algo espiritual. Al cantar con ella siento algo que no he sentido nunca antes.
AR: Con ese algo, se te olvida todo. Hasta de que estoy cantando.
¿Y cómo es trabajar con tu pareja?
AG: Por las mañanas me doy cuenta; si uno se ha levantado con el pie izquierdo, mejor no hablo. Con decirnos buenos días o no decírnoslo, lo sabemos. Estamos un rato callados hasta la hora de comer (risas).
¿Qué sería un éxito y qué un fracaso en Eurovisión?
AR: Esto no tiene nada que ver con la puntuación. Si nos quedamos contentos con el trabajo que hayamos hecho, si hemos cumplido con todo lo que tenemos que hacer, para nosotros será un éxito.
AG: Sabemos que hay gente con mucho nivel, como Italia. Pero esto va como va; yo he visto artistas que me encantaron y quedaron de los últimos.
Recordemos aquella actuación que se dio en llamar el “ama- iazo”. No sé si desde dentro de la Academia…
AR: ¿Cuál? No lo sabía…
Shake it out. La pregunta era precisamente si les llegaba el impacto real de lo que pasaba fuera.
AR: No. Quizá se intuía algo pero… preferíamos no pensar en qué estaba pensando fuera sino centrarnos en la canción que nos tocaba esa semana. También nos lo aconsejaron: “Pensad lo menos posible en qué estará pasando fuera porque no sirve de nada”.
Con 15 años Alfred produjo un disco, Beginning. ¿Queda alguna copia? ¿Se oye muy distinto a entonces?
Está guardado en mi ordenador, no sé si dentro de unos años y si todo va bien lo reeditaremos (risas). Me oigo muy diferente; fue en el 2012 y mezclaba canciones navideñas hechas en hip-hop y rnb. Me lo produje con mi primo Emilio, dos meses sin parar.
Amaia ha sido protagonista de algunas frases memorables: afirmó que se “tocaría el cho…” tras recibir el consejo de que cantase “como si estuviese cachonda”. O aquello de tener papilas gustativas en el mismo rincón de su anatomía. Al ver hoy los vídeos, ¿le da vergüenza o se ríe?
AR: Igual si los veo delante de mis padres me da un poco de vergüenza, pero tampoco me arrepiento. Yo estaba hablando con mis amigos, la sensación era de que no había cámaras. Pero insisto, tampoco me importa mucho. Al revés, de hecho, me parece bien.
No son dados al postureo, me parece.
AR: Bueno, en verano cuando estoy morena y guapa sí me hago fotos y soy un poco posturetas (risas). ¡Y no viene mal!
“No nos damos cuenta de que a veces todos somos un poco machistas”, decía Amaia en una entrevista radiofónica no hace mucho. Muchas personas de su edad no saben verlo.
AG: El principal problema está en la educación. Se deberían impartir más clases de ética y sobre la igualdad, sobre figuras históricas que han defendido el feminismo. Una sociedad civilizada e igualitaria empieza por la educación, desde casa y desde la escuela. Los niños no tienen que tener miedo de ser como son.
Amaia, ¿podría darnos algún ejemplo de qué no debe consentir una chica de su edad?
AR: Que tu pareja te diga que tienes que vestir de un modo determinado es superobvio que no se puede consentir. Otras cosas cuestan más de ver. Cuando nos dicen que las mujeres nos maquillamos por obligación… “No te maquilles”, te dicen creyendo que estás en una contradicción. Pero no lo es: me maquillo porque me veo más guapa pero también soy consciente de que existe una presión social.
AG: Pero también los hombres usamos antiojeras o perfume. La naturalidad es lo mejor, ¿no?
AR: ¿Y estar depiladas? Si un hombre tiene pelos no pasa nada. “No te depiles”. Bien, pero es muy difícil no hacerlo.
AG: Así es; si nos gustan las mujeres debemos saber que tienen pelos. Bienvenidos al mundo real.
AR: Las mujeres tenemos pelos, nos tiramos pedos, hacemos caca y sudamos. Como los hombres. Como el ser humano.
Celebro que dos personas tan jóvenes piensen de este modo. ¿Qué valores les gustaría transmitir a sus seguidores?
AG: Queda mucho por trabajar aún. El machismo sigue quitando muchas vidas en este país, desgraciadamente, pero las pequeñas cosas también marcan la diferencia. ¿Por qué cuando algo es muy guay decimos ‘es la polla’ y cuando no, ‘es un coñazo’? El lenguaje debería cambiar. Y volvemos a la educación. Quiero decir que en este país no sólo se ha invertido muy poco sino que se han hecho muchos recortes en educación.
¿Vivirán finalmente en Barcelona o es demasiado pronto aún para saberlo?
Dejaremos que la vida fluya.
Pareja de músicos de formación
Mientras Amaia Romero (Pamplona, 1999) se pone el abrigo sobre las piernas –está saliendo de un ligero catarro– Alfred García (El Prat de Llobregat, 1997) enumera las muchas firmas que adornan su guitarra: Jamie Cullum, Pablo López, Macy Gray, David Bisbal, Levya, los Javis, India Martínez, Maldita Nerea … Quizá un día no muy lejano algunos de esos artistas se sientan honrados de figurar en ella. Alfred se ríe de la observación, que juzga impensable. Amaia pertenece a una familia de músicos, toca el piano y la guitarra, conoce el conservatorio tan bien como el salón de su casa. Alfred estudia Comunicación Audiovisual y el nivel superior de jazz, amén de dominar la guitarra y ser diestro en el trombón, la batería y el teclado. Pareja en la vida y en el trabajo, ambos han alcanzado la fama cuántica: dentro de la Academia del programa de televisión Operación Triunfo no sabían muy bien qué ocurría fuera, pues su único barómetro eran los fans que aplaudían en cada gala. Al salir se encontraron con que tenían más solicitudes de entrevista que un ministro.