victoria’s secret
Una mujer con toga hoy ya no es noticia e incluso puede optar a la Casa Blanca, pero en 1925 era lo nunca visto. La primera española en poder subir ante el estrado en calidad de abogado lo hizo ese año. Se llamaba Victoria Kent, hija de un comerciante de origen irlandés, aunque la T del apellido parece que la añadió ella. Se estrenó defendiendo a otro abogado acusado de homicidio por imprudencia al atropellar a un hombre con su vehículo. La capacidad dialéctica de Victoria resultaba tal que no tardaría en dar el salto a la política y con el advenimiento de la República se convertiría en directora general de Prisiones, otro nombramiento sin precedentes para una mujer española. En las Cortes republicanas protagonizaría un debate épico con Clara Campoamor sobre si cabía dar el voto a las mujeres, a lo que en aquel momento la izquierdista Kent se opuso.
La paradoja se explica porque ella creía que la mujer primero tenía que formarse y ser educada en el republicanismo, ya que si no su voto sería siempre conservador, ese era su “secreto”.
En toda España no se miraba a otro sitio sino hacia el sur, a pocos kilómetros allende el estrecho, al otro lado de la bahía malagueña, patria natal de Victoria, el ejército español desembarcaba en la bahía de Alhucemas, nuestra Normandía particular avant la lettre. Trece mil soldados eran la solución masiva para acabar con la sangría a la que nos sometían los rebeldes de Abd el-Krim. El propio dictador Miguel Primo de Rivera se puso al frente del desembarco, una imagen de lo más simbólica, pretendiendo con su foto tranquilizar a la población.
Imágenes propias de un año en el que surgía un movimiento artístico, el surrealismo, que se politizaba a raíz de lo presenciado en la guerra del Rif.
El surrealismo con la revolución fue la máxima que impuso André Breton, al que siguieron artistas de la talla de Buñuel, Miró, Dalí, Marx Ernst o Tristan Tzara.
Hoy cuando el término surrealista es un adjetivo banalizado, quizás nos choque saber de su compromiso político que desveló el lado rojo del subconsciente.