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Los últimos de Guantánamo

La estrategia antiterrorista de EE.UU.

El Pentágono proclama que en sus cárceles no se tortura y se respeta el islam

“No entiendo por qué insisten tanto en preguntar por las torturas. ¿Hay algún motivo que explique tanto interés de los periodistas españoles por este tema? Sus colegas de otros países no preguntan por eso”. Así se lamentaba este martes pasado el capitán Frederick, uno de los oficiales que ejercen de guía turístico a los periodistas que visitaban la cárcel de Guantánamo, la instalación militar que ordenó crear el presidente George W. Bush después del 11-S para encerrar a sospechosos de terrorismo y que Barack Obama pretende cerrar antes de que termine su mandato.

El sábado hubo una “excitación general” entre los presos de Guantánamo cuando nueve detenidos yemeníes fueron transferidos a Arabia Saudí, según explicó un hombre civil que se identifica como Kazi, un musulmán contratado por el ejército estadounidense, que ejerce como “asesor cultural” para el trato con los prisioneros. “La mayoría celebra que otros se vayan porque alimenta sus esperanzas de que algún día ellos también saldrán y ahora algunos lo ven más cerca”. Aún quedan ochenta detenidos en la ominosa cárcel de Guantánamo, tal como la describe ahora Obama. Nada más llegar a la Casa Blanca, el 44º presidente de Estados Unidos firmó un decreto que además de ordenar el cierre de la cárcel de Guantánamo, prohibía las prisiones secretas y la tortura en los interrogatorios. El Congreso frenó sus ímpetus pero ahora insiste en su determinación porque mantener abierta esa cárcel –dice– “es contrario a nuestros valores, socava nuestra posición en el mundo y se ve como una mancha en nuestro estado de derecho”.

A pesar de ello, el Departamento de Defensa sigue empeñado en mostrar al mundo las instalaciones de un centro de detención cuya existencia ha sido condenada por la ONU, la Unión Europea, la Organización de Estados Americanos y, por supuesto, todas las organizaciones no gubernamentales dedicadas a la defensa de los derechos humanos. Buena parte de los 779 prisioneros que desde el 2002 ha pasado por la cárcel fueron arbitrariamente detenidos, sin cargos que les acusaran. Y ha habido numerosos testimonios de funcionarios estadounidenses, de miembros de la Cruz Roja y antiguos presos que han relatado el repertorio de torturas que se aplicaron en los interrogatorios.

Eso es cosa del pasado, aseguran los mandos militares de la base. “Necesitamos cambiar la imagen de Guantánamo. Queremos que el mundo sepa que aquí se respetan los derechos humanos, que los detenidos son tratados con respeto y dignidad de acuerdo con los valores de la Constitución de Estados Unidos”, insistía el martes el Coronel David E. Heath, comandante jefe del centro de detención ante el enésimo grupo de periodistas que ha sido invitado esta semana a visitar la cárcel.

“Los militares intentarán demostrar que Guantánamo es un lugar maravilloso, pero es un lugar horrible y no hay manera de ocultarlo”, advertía antes del viaje Carlos Warner, un abogado de Ohio que durante ocho años ha asumido la defensa de varios detenidos.

Efectivamente, los militares se vuelcan en atenciones a la docena de periodistas que una o dos veces al mes visitan la base. Cuando se le plantea al comandante que el problema de la cárcel de Guantánamo no es su imagen sino su existencia, contesta sistemáticamente como funcionario disciplinado recordando el viejo adagio militar según el cual la más grande hazaña es obedecer. “Nuestra misión –señala el comandante Heath– es custodiar a los detenidos con profesionalidad, de manera humana, segura y transparente. La existencia de la cárcel, el traslado de los presos y algunas medidas de seguridad no son de nuestra competencia, corresponde a la autoridad política y al Congreso decidirlo”.

Vista de las alambradas y la valla que rodean el recinto de la prisión estadounidense de Guatánamo, en Cuba

El objetivo de las visitas es en primer lugar intentar convencer al mundo de que Guantánamo no es lo que era (antes de Obama). Y, en segundo lugar, enfatizar el profundo respeto hacia la fe musulmana de los detenidos para subrayar algo que tiene obsesionado al presidente y que no para de repetir: “Estados Unidos está en guerra con los terroristas pero no con el islam”. Buena parte de la visita está dedicada a mostrar todas las facilidades para que los detenidos puedan rezar cinco veces al día y cumplir con el Ramadán y llevar una vida confortable dentro de las circunstancias.

Esta es la segunda vez que un corresponsal de La Vanguardia entra en el recinto. La anterior fue en el 2010, cuando había 181 detenidos; es decir, 101 más que ahora, pero, paradójicamente, las restricciones informativas han aumentado considerablemente. La visita dura menos, apenas 30 horas, sólo se muestra uno de los tres campos donde permanecen recluidos los detenidos y no entero. En las fotografías las personas no pueden ser identificadas y no está permitido retratar nada que tenga que ver con la seguridad, Y al final del viaje, se revisa todo el material gráfico y se borra lo que no conviene. Forma parte de las condiciones de la visita.

Este año han pasado acontecimientos importantes relacionados con Guantánamo. Obama ha presentado un plan para cerrar la prisión y Estados Unidos ha restablecido las relaciones diplomáticas con Cuba. Ninguno de los dos acontecimientos ha supuesto ningún cambio para los presos que no han sido transferidos ni tampoco para los militares. “Nosotros seguimos trabajando como hemos hecho siempre”, dice el almirante Peter J. Clarke, como si Guantánamo estuviera en un mundo a parte.

A medida que se ha reducido el número de presos, los detenidos se han concentrado en tres campos, el 5, el 6 y el 7. Son instalaciones construidas “con los mismos criterios que las prisiones de máxima seguridad de Estados Unidos”. Los periodistas sólo tienen acceso al 6, donde están los presos que se mueven sin grilletes, comparten una zona común y pueden acceder a un patio al aire libre que ahora tampoco se enseña. Las horas de patio van en función del comportamiento. Los presos obedientes pueden tener hasta ocho horas y los que menos tienen dos. Eso en el campo 6, porque en el campo 5 están los que no se portan bien . Ahí no hay espacio para la vida en común, pero peor lo tendrán los 15 detenidos que siguen en el campo 7, una cárcel secreta para los detenidos considerados “de alto valor”, entre ellos sospechosos de estar implicados en la organización de los atentados del 11-S como Abd al Aziz Ali, Jalid Sheij Mohamed, Mohamed al Qahtani, Ramzi bin al Shibh, Mustafa Ahmed al Hausaui y Ualid bin Atash, entre otros.

Al campo 7 no va nadie más que los abogados en automóviles con las lunas tintadas. Ni siquiera el asesor cultural Kazi tiene acceso, y se limita a “instruir a los guardias sobre las normas del islam”. Los 15 del campo 7 forman parte de los 54 presos que Estados Unidos no quiere transferir a otros países y que Obama quiere trasladar a cárceles de máxima seguridad de Estados Unidos pese a las resistencias del Congreso.

La de Guantánamo es, sin lugar a dudas, la cárcel más visitada del mundo y la mayoría de los periodistas invitados son extranjeros. Ningún otro país suele hacer eso, pero según cómo se explique podría parecer que enseñan una ejemplar casa de colonias y tampoco es eso. Vienen a explicar que no les falta de nada. Comen tres veces al día y se tienen en cuenta sugerencias para el menú. Pero si se declaran en huelga de hambre los alimentan a la fuerza por una sonda nasogástrica. (El capitán médico aseguró que son “menos de cinco”). Reciben prensa en lengua árabe, pueden ver la televisión, incluido el canal Al Yazira. Tienen a su disposición una biblioteca con 25.000 libros y 10.000 DVD y videojuegos. Algunos se han convertido en verdaderos artistas de la pintura, que realizan con material que les suministra el ejército. Y, por supuesto, no les falta nada que consideren necesario para cumplir con sus obligaciones religiosas.

El argumento de Obama que más convence a los republicanos para cerrar Guantánamo no es la ética ni la moral sino el precio que cuesta mantener abierta esta cárcel: 445 millones de dólares cada año. Un promedio de 5 millones de dólares por detenido.

El anuncio del cierre de la prisión ha sido acogido por los detenidos con sentimientos cruzados. “Antes que ir a una prisión de Estados Unidos prefieren ser transferidos a otro país, muchos tienen miedo –señala el abogado Werner–, pero desde el punto de vista jurídico es mejor que los trasladen a territorio nacional, y, en cualquier caso, el trato recibido por estos hombres nada tiene que ver con el sistema legal de una sociedad democrática. Han sido tratados terriblemente y la historia recordará Guantánamo como un fracaso de Estados Unidos”.