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La fuga de la hija de Stalin

Monika Zgustova recrea la vida de la hija del dictador que huyó de la URSS y probó en Nueva York el miedo a la libertad

La narrativa escrita en Catalunya tiene en Monika Zgustova (Praga, 1957) a una autora que ejemplifica la literatura europea contemporánea: fugitiva a los 16 años de la Praga invadida por los carros de combate soviéticos, ha vivido en Nueva York, Londres y París antes de establecerse en los años 80 en Catalunya. “Aquí –dice– me sentí por fin comprendida. Todos sabían qué era vivir bajo una dictadura”. Su escritura también es viaje de lenguas: escribe en checo y ella misma se traduce al castellano y al catalán. Publica Las rosas de Stalin (Galaxia Gutenberg), la biografía novelada de Svetlana Alliluyeva, la hija de Stalin que desertó a EE.UU.

Monika Zgustova relata primero su propio exilio. “Cuando los soviéticos aplastaron la Primavera de Praga de 1968, mi padre, profesor de lingüística, supo que ya no podría regresar a la universidad. Decidió exiliarse, sabiendo que nunca más podría volver a ver a sus padres. Nos apuntó a un viaje organizado por la única agencia, estatal, a la India. La huida era arriesgada, porque India estaba bajo influencia soviética y había un acuerdo para devolver a los prófugos. En Nueva Delhi pedimos asilo político a la embajada norteamericana, apelando a que mi padre tenía contrato en la Universidad de Cornell. Fueron días de angustia hasta que las autoridades de la aduana estamparon el sello en nuestros papeles. En Nueva York lo pasamos muy mal los primeros años. Habíamos pasado del comunismo al capitalismo salvaje”.

Svetlana (1926-2011) con su padre, Stalin (1878-1953), a quien en sus memorias llama “papaíto”

El sentimiento de extrañeza le sirvió a la autora para imaginar lo que debió sentir Svetlana. Coincidieron, además, en la vía de fuga: la embajada norteamericana en India. La deserción de la hija de Stalin era una oportunidad demasiado atractiva como para que la CIA no la aprovechara para ridiculizar a los soviéticos. Y se emplearon a fondo. “Adonde quiera que vaya –decía–, siempre seré una prisionera política del nombre de mi padre”. Allá donde vaya será siempre la hija de Stalin.

¿Qué sucedió en la mente de Svetlana Iósifovna Stálina, nacida en 1926, para pasarse al enemigo?. Lo cuenta Monika Zgustova. “A los 16 años se enamora de un cineasta mucho mayor que ella, Alekséi Kapler, de 40 años, sustituto de la figura paternal. Stalin ordena que en sus citas siempre esté presente un agente de la KGB. Kapler quiere estar a solas con su novia y un día le da con la puerta en las narices al agente. La reacción de Stalin es fulminante : diez años en un gulag. Stalin nunca pudo reponerse de la muerte de su primera mujer y es entonces cuando se vuelve más sanguinario, con purgas y fusilamientos masivos. Svetlana había sido criada por niñeras desde la muerte de su madre,cuando ella tenía seis años. Leyendo revistas internacionales, a las que como miembro de la casta tenía derecho, descubrió que hablaban del suicidio de su madre, un disparo en el corazón, como algo sabido. Su niñera le contó la verdad y vio a su padre con una luz diferente”.

Svetlana creía que huía del infierno para ir al cielo y se encontró en un torbellino. De Nueva Delhi fue a Suiza, donde el influyente George F. Kennan le aconseja que se quedara en Europa, porque creía que no se adaptaría a la dureza de la cultura americana, pero Svetlana tenía una visión idealizada de Estados Unidos. Les veía sonrientes en contraste con la seriedad de la URSS y ella quería reír y ser bien tratada. En Nueva York no encontró el cielo. “Fue víctima de la propaganda americana y también de sí misma. Pasar de la falta de libertad a la libertad total no es sencillo. Ella no se acostumbró. En 1970 recibió la invitación de la viuda de Frank Lloyd Wright para ir a su casa de Arizona. Era una comuna sectaria donde como en todas las sectas no había libertad y ella necesitaba limitar su libertad, que alguien le cortara las alas. Se casó con el viudo de la hija de su anfitriona”. La libertad le atrae y le aterra. Se desencanta y regresa a la URSS. Allí sus dos hijos rusos le repudian, avergonzados. La KGB, para denigrarla había confiscado un diario y falseado pasajes para mostrara la como una desquiciada y maniática sexual. “La vejez –dice Zgustova– le da por fin tranquilidad. La edad es por sí misma un límite a la libertad, viajar, entablar relaciones amorosas. Se hace católica y se retira con su hija Olga. Murió feliz en una residencia”.