Lo woke y el rearme

Lo woke y el rearme
Jordi Alberich
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La victoria de Trump ha alentado un discurso dominante entre nuestros conservadores que habla de una doble prioridad: invertir mucho más en defensa y erradicar la amenaza de lo woke. A esta última expresión, vinculada con el universo progresista, se le atribuye tender a rehacer la historia, despreciar la herencia cultural, rechazar el sentido tradicional del trabajo y exacerbar los derechos individuales. Todo ello se considera que puede acabar por dinamitar las bases del buen orden social y el crecimiento económico.

Sin duda, algunas exageraciones de lo woke se acercan al delirio y se entiende que puedan indignar a buena parte de la sociedad. Pero resulta incomprensible que se dé tanta trascendencia a una dinámica de recorrido limitado y que, en cualquier caso, no es el origen del caos de nuestros días, sino que es una más de las consecuencias del seguir sin afrontar el verdadero problema que atenaza a tantos millones de ciudadanos.

Se perciben paralelismos con los años previos a las grandes tragedias de la primera mitad del siglo XX

Sin ir más lejos, esta semana se presentaba un informe que señala cómo el precio del alquiler de una habitación en nuestras grandes ciudades supera ya los 600 euros mensuales y cómo en Barcelona la oferta de habitaciones en alquiler supera a la de pisos completos. Se hace difícil hallar una muestra más cercana y concluyente del porqué un número creciente de personas abrazan la sinrazón del radicalismo político.

El origen de los males se sitúa en un mundo que fue desvaneciéndose para dar paso a una globalización imperfecta al servicio del dinero sin fronteras; una dinámica que venía de lejos y que acabó por explosionar con toda contundencia con la crisis financiera de 2008. Desde entonces, ni los efectos dramáticos de dicha crisis ni la experiencia de la pandemia han servido para abordar los males de fondo, más allá de ajustes técnicos y programas sociales que pueden acabar por desaparecer a medida que los Trump de turno, que van emergiendo por todas partes, alcancen el poder. Por su parte, el mayor gasto en defensa que deben asumir los países miembros de la OTAN, entre ellos España, resulta del todo indispensable. Pero junto a este rearme, que acapara tanto el debate público, también deberíamos orientarnos a otro del que apenas se habla y que resultará aún más determinante: el rearme moral de una Europa que no puede asumir como algo natural e irremediable el arraigo de la fractura social.

Ahora, en que se perciben paralelismos entre nuestros días y los años previos a las grandes tragedias de primera mitad del siglo XX, podemos retornar a aquella época para entender qué nos pasa. En 1940, cuando la barbarie se apoderaba de nuestro continente, Charles Chaplin, en su enardecida proclama final de la película El Gran Dictador , apelaba a un mundo “que garantice a los hombres un trabajo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad”. Seguramente, hoy hablaría en los mismos términos. Y si, entonces, Europa hizo realidad el sueño de Chaplin, nada impide que lo haga nuevamente.

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