Muy cerca de finalizar 2024 corresponde aproximarnos a qué nos ha aportado el año y a cómo se nos presenta un 2025 cuya economía seguirá a remolque de la política, a la espera de lo que acontezca con el inicio de la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos o, cerca nuestro, de cómo evolucione el galimatías en que se han sumido los partidos españoles.
Mirando atrás, en este 2024 hemos superado aquellos malos augurios que predominaban hace un año. Así, de manera generalizada, las economías han seguido creciendo, aunque de manera desequilibrada, pues mientras muchos salarios siguen resultando insuficientes, las grandes corporaciones han disfrutado de lo lindo, como bien muestra la evolución de los índices bursátiles y sus históricos dividendos. En ese aceptable tono global destaca el caso español, cuya economía ha sido considerada por The Economist como la mejor entre las más desarrolladas del mundo. Un reconocimiento paradigmático que evidencia cómo nuestro tejido productivo es francamente mejor de lo que tendemos a considerar. Aún así, arrastramos déficits preocupantes, desde los bajos salarios y la mejorable productividad a un nivel de pobreza infantil inaceptable en una sociedad decente.
Gobernantes “duros” y un dinero que no rinde cuentas no lo pondrán fácil a las democracias
Sin embargo, pese a la bondad de las grandes cifras, en Occidente permanecen arraigados unos males de fondo que suponen el mayor riesgo potencial para los próximos años; así, el enfado de unas clases medias que siguen sintiéndose maltratadas por un ascensor social que sólo funciona de bajada y que hunde a más y más ciudadanos en una exclusión social difícilmente reversible. Y, con ello, el auge de los radicalismos políticos que, aún prometiendo lo imposible, venden algo de futuro a muchos desesperanzados.
Un magma global en el que alegremente hacen y deshacen personajes como Elon Musk. El magnate, hacedor de la victoria de Donald Trump, es la muestra indiscutible de la sumisión de la política al dinero, hasta el punto de que quien debería ser objeto de una estricta regulación se convierte en el primer regulador. Pero resultándole poco ser el más rico del mundo pretende, además, utilizar su inmenso poder para implantar su modelo de sociedad ultraliberal, no sólo en Estados Unidos sino que, también, en todo el mundo occidental. Así, ya ha anunciado que verterá centenares de millones de dólares para financiar a partidos de extrema derecha en Reino Unido y Alemania, a los que también apoyará desde sus redes sociales, especialistas en distorsionar la realidad en beneficio propio.
En el fondo, nada distinto de las recurrentes injerencias de Rusia para deteriorar las democracias occidentales. La diferencia radica en las formas pues mientras Putin procura disimular, Musk saca pecho de su delirio. Además, no están aislados, sus aprendices abundan cada vez más. En resumen, nos espera un 2025 en que gobernantes “duros” y un dinero que no rinde cuentas a nadie no lo van a poner nada fácil a las democracias liberales. En cualquier caso, muy feliz año nuevo.