Probablemente, Isak Andic sea el hombre más listo que haya conocido en mi vida que no perdió al niño que llevamos dentro. Esa voz que buscan los actores y actrices cuando tienen que ponerse en la piel de otro y precisan del impulso de la niñez. Isak supo mantener esa voz audaz y creativa, la que anuncia: vamos a divertirnos, vamos a hacerlo.
Si Tommy Hilfiger empezó vendiendo jeans rotos en el maletero de su coche, Andic, emigrante turco que llegó siendo niño a la Barcelona de los años 60 -su familia escapaba del caos político y en la ciudad condal contaba con la acogida de la comunidad israelita- hizo de los mercadillos hippies su primer ensayo. Antiguas compañeras suyas lo recuerdan como un estudiante tímido que asistía a las clases de hebreo del profesor Salama. En 1971 viajó a Londres para conocer a fondo la industria y el comercio del blue jean. Se formó veloz en los negocios, aplicándose disciplina férrea y un poso de fantasía con tanto ahínco que en los años 80 pasó de vender abrigos afganos teñidos de colores en un sótano de Balmes a firmar su sueño colosal.
“Si a Newton se le cayó la manzana sobre la cabeza, a mi hermano y a mí se nos cayó un mango”, me contó cuando lo conocí, aun periodista debutante, él tendría treinta y tantos, con un carácter tan cercano como misterioso, exitoso, bon vivant. Conectamos como sucede entre quienes achinan los ojos al sonreír, y me relató con optimismo y ambición su desafío. Ya había abierto su primera tienda en el paseo de Gràcia y todavía no rehuía a los periodistas: recuerdo a Elisenda Nadal riendo cómplice al teléfono con él, en la redacción de La Vanguardia Mujer.
No sé si terminaban los ochenta o empezaban los noventa, pero aquel día quedó suspendido en mi memoria. Un Porsche blanco aparcaba en la calle Mallorca 283, frente al Colegio de Abogados -donde trabajaba como jefa de prensa- y de él emergía un Andic resplandeciente que me lanzaba las llaves, al estilo Melrose Avenue, para que condujera el descapotable hasta el restaurante Niechel. Yo no tenía carné -al igual que hoy- pero muerta de vergüenza lo callé hasta diez años más tarde. Quería agradecerme con ese almuerzo una entrevista que le había hecho para la revista Sportswear International, donde colaboré fugazmente en aquellos años tan ebrios de moda y que le valió varias franquicias internacionales.
En los primeros años del despegue de Mango, quedábamos a comer y a hablar de moda, alguna vez en su despacho de Plegamans, junto a Carme Chacón. También paseamos por el paseo de Gràcia de noche, compartiendo confidencias: “en una relación con una mujer, ante todo necesito sentirme cómodo”, me confesó, entre aforismos de Leonardo da Vinci. Tiempo más tarde publiqué un libro, Hombres material sensible, y ocultando su apellido, comentaba aquella frase junto a mi respuesta: ¿deseas una mujer sofá?. Enseguida recibí su llamada desde su barco, varado a la orilla de Maldivas, eufórico de risa porque alguien le había regalado el libro, y se había reconocido entre líneas :“y además has escrito bien mi nombre, porque últimamente todo el mundo lo escribe mal”.
Desde aquel piso de Bruc atiborrado de perchas, una aspiración en miniatura de Séptima Avenida neoyorquina, hasta la primera gran campaña en 1992 con Claudia Schiffer, Mango se convirtió en un gigante. Andic había ideado una logística ganadora desde las supernaves donde se monitorizaba la distribución global de las prendas que se diseñaban en Barcelona, se fabricaban en Turquía, China o India –un total de 2.400- y llegaban a la Quinta Avenida pero también a cualquier rincón del mundo deseoso de un soplo de belleza.
La galaxia Mango sumó colaboraciones con jóvenes talentos. En los 2000 se acercó a las editoras de revistas, y en más de una ocasión nos invitó a Barcelona en su avión privado. Cuando empezó a salir en la lista de los más ricos, espació sus salidas cada vez más. La fortuna de Andic superaba la suma de todos los burgueses catalanes más ricos, círculo en el que fue bienvenido y respetado a pesar de no compartir denominación de origen.
Mango no quería alistarse como fast fashion sino como actor global en la democratización de la moda, y él hizo un esfuerzo por contarlo, porque a pesar de su simpatía, era un hombre reservado.
Su empresa hoy es un ejemplo en trazabilidad y transparencia, y eso era un orgullo para un defensor de los derechos humanos como él. Mango también posee el vigor creativo de aproximarse a los adolescentes, impulsa campañas visuales de gran calidad y logra alizanzas como la de Victoria Beckham que agotó existencias. Andic fue visionario y además poseía un don: entraba en la tienda y sabía qué pieza se agotaría. Siempre acertaba.
Andic amaba el mar y la familia, pero sobre todo gozaba de la libertad con todas sus letras. Este verano, me llamó desde la islas Fiji para posponer una entrevista que me había prometido. Su equipo de comunicación ya había organizado todos los detalles y teníamos fecha para la sesión de fotos. “Dejemos la entrevista para dentro de un año, me cuesta mucho, me perturba la idea”. Le respondí que servidora ya no planeaba nada a un año vista, y entonces quedamos para hablar en otoño. Hace una semana me repitió gentil lo de siempre: “si alguien puede hacer esta entrevista eres tú". Aunque esta vez, añadió: “Pero esta entrevista no se hará, porque quiero que me dejen en paz, quedarme como fundador. Hacédsela a Toni Ruiz o a Justi, la diseñadora”. Eso sí, me pidió que le hiciera llegar un encargo al fotógrafo Bruce Weber: “me gustaría invitarlo a cenar a casa”. Depués hablamos de paraísos y destinos. Del mar como metáfora de su viaje que responde intensamente a aquel decir de Borges: “la muerte es una vida vivida”. Andic salta a la eternidad, ebrio de moda y de mar.