Los últimos años, y de forma cada vez más intensa, la inmigración se ha convertido en campo de batalla. Esta semana hemos tenido episodios en la UE (Alemania, Italia y Austria han detenido la tramitación de asilo a ciudadanos sirios) y en España, donde el Gobierno ha decidido dejar la oposición del PP de lado y tramitar una reforma de la ley de Extranjería. Ello debería permitir la redistribución de menores no acompañados que se acumulan en las Canarias y, quizás, la cesión de competencias sobre inmigración a la Generalitat (¿y al resto de comunidades autónomas?). A lo anterior se suma la percepción, en ciertos ámbitos políticos y sociales catalanes, de que la inmigración es excesiva, y refleja la voluntad del Gobierno central de derivar parte de los flujos hacia aquí. Como siempre en este delicado ámbito, un batiburrillo donde se mezclan realidades, medias verdades, fake news, palmarias incomprensiones o simple ignorancia. Para clarificar el debate, vayamos con los datos.
Primero, peso de la inmigración. En España, según el Censo de 2023, más del 17% de la población es inmigrante (ha nacido en el extranjero), con Baleares en un extremo (más del 26%) y el País Vasco (12%) en el otro, mientras la Comunidad de Madrid y Catalunya están a la par (un 22%).
En Catalunya los inmigrantes absorben el 82% del empleo creado en 2016-2023
Segundo, aportación al stock de empleo. Alrededor del 21% de los ocupados en España son inmigrantes, registros que oscilan entre el 12% en el País Vasco, el 26% en Catalunya y 27% en Madrid y el 34% de las Illes Balears.
Tercero, estelar contribución de la inmigración al crecimiento de la nueva ocupación. Entre 2016 y 2023, en España fueron absorbidos por inmigrantes el 58% de los puestos de trabajo creados (1,5 millones del total de 2,6 millones), con cifras más elevadas en Madrid (66%) o el País Vasco (54%), aunque alejadas del estratosférico 82% catalán (380.000 nuevos empleos para inmigrantes de los cerca del medio millón generados).
Finalmente, razones de esos elevados registros. En Catalunya, una demografía que ha deprimido a niveles insólitos los jóvenes de 16 a 39 años, a la que se suma un sesgo hacia servicios personales privados (comercio, hostelería y restauración, transportes, servicios recreativos y doméstico), ramas en las que los inmigrantes llegan a absorber más de un tercio de su empleo.
Cierto que aquí presentamos una concentración de inmigrantes superior a la media, y que también es mayor su aporte a nuestra ocupación y, en particular, a su aumento desde 2016. Pero ello no es evitable: es el reflejo de la falta de efectivos menores de 40 años en el mercado de trabajo y de una fuerte dinámica en sectores intensivos en mano de obra. Es lo que tiene el que nuestros gobernantes asistieran impávidos a la drástica reducción de la natalidad. Con ello decidieron, entre todos lo hicimos sin saberlo, necesitar mucha inmigración. No vayamos a quejarnos ahora.