Diversos estudios contradicen la creencia popular y mediática de que la desinformación tiene un peso fundamental en nuestras decisiones políticas. De hecho, el impacto real de las noticias falsas y los mensajes extremistas parece estar limitado a una pequeña fracción de la población.
Un estudio publicado en la revista Science sobre las elecciones estadounidenses de 2016, reveló que sólo un 1% de los usuarios estaba expuesto al 80% de falsas noticias. En cuanto a su difusión, sólo el 0,1% de los usuarios eran responsables de compartir el 80%. La exposición y difusión de la desinformación están altamente concentradas entre aquellos que ya están fuertemente polarizados y la buscan activamente, generalmente son votantes conservadores según el estudio.
Los datos sorprenden porque la percepción que tenemos es muy distinta. Dos factores explicarían esa desinformación sobre la desinformación: la propia naturaleza de las redes sociales y el rol de los medios de comunicación de masas.
Los algoritmos de recomendación difunden y amplían el contenido más llamativo, el que más nos engancha, tanto si nos gusta como si nos repugna. Así mensajes extremos o teorías conspirativas son destacados, mientras que voces más moderadas pasan desapercibidas. Estos días hemos visto votantes de Trump culpando a la Administración Biden de haber provocado los huracanes que azotaron “Florida, Alabama, Georgia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Tennessee y Virginia, la mayoría estados republicanos. ¿Casualidad? ¡No lo creo!”, decía una simpatizante MAGA. La gran mayoría de votantes republicanos, a quienes su nivel intelectual impediría decir algo así, son invisibles para el algoritmo.
La desinformación llega también a nuestra percepción de su impacto real
La otra es que radios y televisiones amplían este mensaje y lo hacen llegar a todo el mundo. De manera consciente –hace falta audiencia para los canales de información 24h–, e inconsciente –nosotros somos fiables y no las redes sociales, vean qué morralla circula–. Los medios de comunicación de masas ponen –ponemos– en el centro del debate mensajes que de otra manera sólo circularían por los márgenes. El círculo se cierra con tertulianos, expertos y todólogos que añaden desinformación sobre la desinformación en base a muchas percepciones y pocos datos.
La conjunción de desinformación y desinformación sobre la desinformación puede ser letal. Lo vimos con el asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021, que fue de todo menos espontáneo. Cuatro extremistas de ese 1% no hubieran podido organizar el asalto si previamente Trump no los hubiera convocado. Y si antes no hubiera difundido la mentira del robo electoral por tierra, mar y Twitter, que medios como la Fox aumentaban y otros como la CNN desmentían. El resultado es el buscado: la falsa noticia se amplía pasando de los márgenes al centro del debate.
Tenía razón el controvertido cantante Marilyn Manson cuando decía que “los tiempos no se han vuelto más violentos, se han vuelto más televisados”. Más televisados, más retuiteados y más tiktokeados .