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Los partidos, las empresas y la corrupción

LA VENTANA INDISCRETA

Manel Pérez Adjunto al director

Los hiperliderazgos facilitan que se pidan responsabilidades al más alto nivel, como hace el PP en el caso Koldo. ¿Pero ha aplicado este partido el mismo criterio cuando el era el afectado? Qué hará en la comisión de la operación Catalunya?.

El caso Koldo, una red de corrupción en la contratación con la administración, en especial durante la pandemia, y la implicación de José Luis Ábalos, ministro del Gobierno de Pedro Sánchez entre el 2019 y hasta 2021 y también número dos del PSOE en aquellos días, ha desatado la exigencia de responsabilidades al presidente desde las filas del PP, encabezadas por Alberto Núñez Feijóo. En la guerra sin prisioneros de la política española es muy difícil esperar un debate objetivo o sereno del asunto. Unos resisten por encima de todo; los otros sobreactúan hasta el histrionismo y aplican la amnesia a su propio pasado reciente.

Hace mucho que los liderazgos políticos han desbordado las costuras del control democrático. En parte por la enorme complejidad de la gestión de los magmáticos sistemas burocráticos en que se ha convertido la administración de los asuntos públicos. Pero también por las tendencias de fondo que socavan las prácticas democráticas y sustraen al control ciudadano de las prácticas de los ejecutivos.

Así pues, los hiperliderazgos son en buena medida la otra cara de la moneda de la degradación de las democracias en las sociedades contemporáneas. Los líderes concentran en sus manos todas las decisiones, las claves y los secretos del poder. Por debajo del presidente, de cualquier gobierno, nadie - sea ministro, miembro del comité ejecutivo del partido o de una federación territorial- se siente autorizado a tomar decisiones de relevancia. Se presume que solo el líder tiene toda la información y sobre todo, el derecho de decidir qué hacer.

El sociólogo Robert Michels ya describió hace más de un siglo la “ley de hierro de la oligarquía” en el funcionamiento de la política y de las organizaciones sociales complejas. Lo que ha avanzado desde entonces a caballo de la creciente pasividad ciudadana, alimentada por las actividades contemplativas, sobre todos en las pantallas. Las sociedades tienden a preferir la aparente seguridad de los hiperliderazgos antes que comprender cabalmente los problemas públicos. Lo lamentable es que los partidos políticos hace ya tiempo que se han olvidado del problema y se han adaptado con complacencia.

Rajoy, Núñez Feijóo y Aznar en una protesta en Madrid contra la amnistía

Emilia Gutiérrez

Se podría pensar que este fenómeno se manifiesta solo en el ámbito de la política, dejando al margen la economía, la empresa privada, pero no es así. En las grandes corporaciones, ese liderazgo sin control se replica, cuando no se exacerba. Un repaso atento de las páginas de la información económica en cualquier rincón del planeta, empezando por España, lo pone de manifiesto. De manera más velada.

¿Feijóo será igual de duro con Rajoy y Fernández Díaz en la comisión de la operación Catalunya?

Las grandes corporaciones crean categorías, grados y niveles para repartir responsabilidades formales entre diferentes personas, fusibles que protegen los máximos niveles de la jerarquía. En ese ámbito no existen las responsabilidades políticas, solo las formales: el email, la orden por escrito, la conversación grabada, el acta de la reunión. Se trata simplemente de no dejar rastro, que no se encuentre la pistola humeante. El encargo tiene siempre apellido ejecutor, solo hay que recurrir al organigrama; pero casi nunca se identifica a quién lo concibe.

Volviendo a la política, el sustrato de la concentración de la fuerza y la debilidad en el líder es el terreno de juego que permite lanzarse a la yugular del presidente del Gobierno y pedir su cabeza al primer indicio de corrupción de algún subordinado. Aunque es verdad que la cacería del PP aporta mucho de desmesura y ausencia de proporcionalidad, algo que la derecha siempre aplica cuando no gobierna. Es aún más visible, por ejemplo, en el caso de su esposa, Begoña Gómez, en este caso con histrionismo incluido.

Aunque no se puede negar que el despido político de Ábalos hace tres años ya despertó sospechas nunca despejadas por el presidente. ¿Qué sabía? ¿Dudaba de su honestidad? ¿Podía o debía haber acudido a la justicia? ¿Habrá explicación?

Ahora habría que pasar a ver la sinceridad de los listones morales del PP y de Núñez Feijóo, raudo en pedir explicaciones y responsabilidades a Sánchez, ¿Ha sido igual de robespierrista cuando el asunto se ha planteado en sus filas? ¿Su partido ha aplicado similares estándares? El principal partido de la derecha española ostenta el poco honorable primer puesto en el ránking de la corrupción española, de manera muy y muy destacada, con más casos y mayor número de imputados que cualquier otro.

Veamos algún ejemplo.Y en el territorio más emblemático, Madrid, donde han acabado imputados y encarcelados más alcaldes, diputados y altos cargos autonómicos, incluido un vicepresidente, Francisco Granados, nombrado por Esperanza Aguirre, pese a lo que nunca se sintió forzada y nadie de su partido se lo pidió, a dimitir cuando comenzaron las denuncias contra el primero. Tampoco se escucharon críticas cuando investigaron y detuvieron a quien designó como su sucesor al frente de la comunidad, Ignacio González, a quien antes había querido colocar de presidente de CajaMadrid, luego Bankia.

Los hiperlíderes están expuestos a las críticas; en la empresa, hay muchos fusibles protectores

No parece que la práctica sea la misma en el caso Ábalos y en los de su compañera Aguirre. Y es solo un ejemplo; podrían citarse sinnúmero más. A pesar de ello, siempre hay oportunidades para la enmienda. La siguiente, a partir del próximo miércoles, con ocasión del arranque en el Congreso de la Comisión de investigación sobre la guerra sucia de los Gobiernos de Mariano Rajoy contra el independentismo catalán (quedan aparte otras contra otros rivales políticos). Está acreditada, entre otras cosas con grabaciones, la participación destacada del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz y la cúpula policial de la época. Hay testimonios incluso de que Rajoy recibía información puntual de los progresos en la invención de informaciones falsas y la apertura de causas judiciales de manera ilegal contra las víctimas. Feijóo tiene pues una nueva ocasión de demostrar su compromiso con la regeneración democrática y el descubrimiento de la verdad. Atentos.