Llegados a estas últimas horas del 2023, es momento de balances de lo actuado y de otear lo que apunta el 2024. En lo económico, ha sido un buen año malo: crecimiento escasamente superior al 2% por el agotamiento de las fuerzas pospandemia, alzas de tipos de interés e inflación. Ello se ha traducido en máximos históricos en empleo y tasas de paro a la baja, aunque con el consumo manteniendo su avance con dificultad; en esta inercia cabe ubicar el 2024, que apunta a una continuidad que la reducción de tipos de interés debería impulsar.
En lo social, tampoco hay novedades: una parte no menor del país bajo el límite de pobreza (más del 20% de las familias) mientras el Gobierno, con sus medidas anticrisis, y las oenegés intentan aliviar la situación de amplios colectivos que tienen severas dificultades para llegar a final de mes.
El 2024 apunta a continuidad en lo más próximo y a potenciales cambios en lo lejano
Más allá de nuestras cuitas, hay que destacar el marasmo de la UE, donde parece que afrontamos tiempos particularmente duros: importante auge de una extrema derecha nada favorable al proyecto europeo, y posiciones antitéticas de los principales países en prácticamente todas las grandes políticas (Green Pact, inmigración, defensa, intervención del Estado o relaciones exteriores, como ha mostrado la guerra en Gaza). En esta situación, la propuesta de la Comisión ha sido la de patada a seguir: ampliación del club a los Balcanes, Ucrania, Moldavia y Georgia. Veremos en qué queda todo.
En la frontera este se estabilizan también la ligera ventaja de Rusia y el creciente cansancio de las opiniones públicas europeas y, en particular, de las de los EE.UU. al apoyo sin fisuras a Ucrania. Mientras en la oeste, y si Trump termina presentándose y llevándose el gato al agua, el panorama puede modificarse mucho, tanto para Ucrania como para la Unión Europea.
Finalmente, dos ámbitos adicionales determinantes de nuestro futuro. El primero, el de la no declarada y larvada guerra chino-norteamericana: esperemos que la sangre no llegue al río, aunque la tensión no aflojará. El segundo, el del cambio climático, que en este 2023 ha adquirido carta de naturaleza para la ciudadanía: olas de calor, inundaciones, sequías, incendios… Una dramática situación que la conferencia sobre el clima pretendía abordar y, como ha mostrado su comunicado final, no ha supuesto ningún avance real. Y no por falta de deseo de cambio: su imposibilidad deriva de un mundo extraordinariamente desigual en la generación de CO2: según la Agencia Internacional de la Energía, el 57% de la población mundial contribuye aproximadamente con un 20% a las emisiones, con cerca de 1,6 toneladas de CO₂/habitante/año, frente a las 15 toneladas per cápita de EE.UU., las casi nueve de la OCDE o las siete de China.
En suma, el nuevo año apunta a continuidad en lo más próximo aunque a potenciales, y radicales, cambios en lo más lejano. Buena suerte para todos.