“A China se le ha pasado el arroz”. Y no estamos hablando precisamente de cocina. La frase es de Alicia García Guerrero, economista jefe para Asia Pacífico de Natixis, con base en Taipei.
El dragón chino, la segunda economía mundial (llamada un día no lejano a convertirse en la primera), el líder mundial en exportaciones, el primer centro de fabricación manufacturero del mundo, el país que aspira a rivalizar con Occidente en tecnología, tal vez el mayor caso de éxito económico de la época moderna con un crecimiento vertiginoso en tan solo veinte años... está viviendo uno de los momentos económicos más difíciles de su historia reciente.
Exportaciones, inversiones extranjeras y precios: todos los indicadores están a la baja
Mientras el mundo está luchando contra la inflación, en China viven al revés: el peligro es la deflación, con un IPC que está en cero. Un escenario que recuerda el largo estancamiento que vivió Japón tras el estallido de su burbuja inmobiliaria. La demanda interna está agarrotada. Hay un exceso de capacidad y de inventarios y los empresarios se encuentran con mercancía de más.
Y la demanda externa también flojea. Durante la covid, la economía china se encargó de vender al mundo (llegó a pesar un 20% de las exportaciones), pero ahora el tirón exterior ya está sin fuelle. En junio las exportaciones chinas cayeron un 8,3% en tasa interanual, su mayor contracción en tres años. Pekín admite que es una “situación extremadamente grave”.
En cuanto al sector inmobiliario, que según algunas estimaciones podría representar hasta el 30% del PIB (con sus componentes directos e indirectos), está atrapado en las deudas.
Evergrande, el promotor más endeudado del mundo, ha registrado pérdidas en los últimos dos años superiores a los 70.000 millones. Los precios de las casa nuevas llevan quince meses a la baja, la mayor racha bajista desde que hay registros, en el 2011: otro factor deflacionario para la economía, cuando la vivienda es uno de los mayores vehículos de inversión de las familias chinas.
La desconfianza se extiende. Con un crecimiento del 0,8% en el segundo trimestre comparado con el año anterior, la pregunta es si este ritmo es suficiente para mantener a la población contenta. “Yo acabo de ver grandes almacenes de superlujo llenos, con gente comprando, Teslas, Porsches, Bugattis, Ferraris, etcétera... pero solo en los centros más ricos. La clase media, en cambio, lo pasa mal”, cuenta una empresaria catalana que trabaja con China.
“El verdadero problema es que una generación de chinos nunca ha vivido en su piel una mala coyuntura: solo ha conocido veinte años de crecimiento exponencial”, subraya desde Hong Kong Louis Kuijs, economista para Asia Pacífico de S&P Global Ratings.
“Hay mucha desconfianza, entre otras cosas porque el Estado del bienestar en el país no está todavía suficientemente desarrollado y los ciudadanos no quieren ni gastar en exceso ni tomar iniciativas”, agrega.
La situación es especialmente dura con los más jóvenes. La tasa de paro juvenil está en máximos históricos, más del 20%, con 10 millones de universitarios que cada año salen de las facultades en busca de empleo. Poco dispuestos a revoluciones (la masacre de plaza Tienanmen enseña), tutelados por los ahorros de sus padres, muchos de ellos empiezan a estar cansados (o más bien desanimados) del culto al trabajo obsesivo como la generación anterior.
Emerge el movimiento “tumbarse abajo”, es decir, el rechazo a los horarios laborales draconianos de nueve a nueve seis días a la semana: trabajar menos, disfrutar de la vida y conformarse con lo que uno tiene. El bienestar conseguido estos años está cambiando los hábitos y los valores de una sociedad instalada cada vez más en la clase media, pero que, paradójicamente, ni quiere trabajar en exceso ni quiere consumir.
Gilles Moëc, economista jefe de Axa Investment Managers escribía en una nota reciente que “la situación refleja una incapacidad para desplazar plenamente el motor de la economía hacia el consumo, en lo que sería un paso normal para un país de renta intermedia que busca madurar. Y pedir otro esfuerzo de gasto a los gobiernos locales es probablemente imposible, o al menos peligroso desde el punto de vista de la estabilidad financiera”.
En efecto, los líderes chinos se encuentran con pocas herramientas disponibles. Hay un clamor para que pongan en marcha medidas de estímulos, pero el margen es estrecho. El déficit fiscal apunta a superar el 11% del PIB y China, que tiene una renta per cápita de 12.000 euros, es la economía de este tamaño con más deuda pública, que va camino de alcanzar el 100% de la riqueza nacional. En resumen, que no hay un verdadero plan B en lo que se refiere a la economía.
Las aspiraciones chinas pueden reorientarse hacia el Sur Global y con una influencia más política que económica
El sector empresarial privado chino tampoco pasa por su mejor momento, castigado por el régimen con sucesivas sanciones y multas. La caída en desgracia del carismático Jack Ma (Alibaba) es el reflejo de este cambio.
Esta incertidumbre, inevitablemente acaba afectando a la inversión extranjera, que cayó el año pasado –con restricciones covid– al mínimo en 18 años. En el 2023 el flujo ha repuntado, pero a un ritmo insuficiente. Se anotaron 73.500 millones de dólares en el periodo enero-abril, un 3,3% menos que un año antes, según datos del Ministerio de Comercio. “Hay que tener presente de que China hace tiempo que no es un país de salarios bajos, como ventaja competitiva a la hora de deslocalizar la producción”, subraya Louis Kuijs.
En este contexto, “China se va a convertir de un economic power a un softpower ”, pronostica Alicia García Herrero. “En Pekín son conscientes de que tienen que buscarse otro ecosistema, para tener influencia en el Sur Global. Pero con un liderazgo más basado en la fuerza de la ideología que en el liderazgo económico”. La ambición ya no es liderar el mundo, sino liderar a los países vecinos.
Ni estamos ante un cambio rápido (la economía tiene que seguir un plan), ni tampoco significa que China se quede sin activos o atractivos. La ruta de la seda sigue formalmente en pie. Los avances tecnológicos (desde las renovables, pasando por los coches eléctricos y hasta los semiconductores) continúan formando parte de la estrategia. “China aspira a convertirse en el referente del Sur Global, aunque siempre lo hará mediante acuerdos económicos”, matiza Louis Kujis. “Aun así, China tiene que empezar a escribir el segundo capítulo de su historia económica”, señala.
Una página en blanco, todavía por escribir. “Puede que China llegue a tener un PIB similar al de EE.UU. en el 2035. Pero su potencial se quedará allí. Ni tendrá una divisa de reserva mundial como el dólar, ni será potencia militar”, prevé Alicia Guerrero. En un momento en que la globalización parece suspendida y las barreras comerciales recrudecen, “Pekín tendrá que buscar su espacio, su zona de influencia”, concluye.
En unas declaraciones al Financial Times, Arthur Kroeber, socio de Gavekal Dragonomics, resumía de esta manera el pensamiento de las élites chinas: “Xi Jinping no define el éxito económico en términos de crecimiento del PIB, sino en términos de autosuficiencia tecnológica”. El dragón que quería conquistar el mundo ahora simplemente se conforma con no depender de nadie.