Podría estar todo patas arriba, con la deuda disparada y las primas de riesgo en la estratosfera. Pero reina la paz en los mercados europeos de deuda. Cuando el pasado mes de junio, Christine Lagarde hizo pública en Amsterdam la hoja de ruta del Banco Central Europeo (BCE) con el fin del programa de compra de bonos ese mismo mes y el anuncio de la primera subida de tipos de interés en once años, los mercados hicieron temblar de nuevo los cimientos de la eurozona.
En especial, por Italia. Enseguida, el bono italiano a 10 años escaló hasta el 4,3% y la prima de riesgo de este país se disparó a los 250 puntos. En el caso de España, el aumento de la rentabilidad de la deuda y la prima de riesgo fueron más moderados, pero también significativos.
Saltaron las alarmas y en la Eurotower reaccionaron con rapidez. Pocos días después, el BCE celebró por sorpresa una reunión extraordinaria en Frankfurt en la que salió al paso de la crisis recién incoada. En un comunicado, la institución explicó que el consejo de gobierno había decidido “aplicar la flexibilidad en la reinversión de los reembolsos que venzan en la cartera del PEPP [el programa de compra de bonos por la crisis de la pandemia] con vistas a preservar el funcionamiento del mecanismo de transmisión de la política monetaria”.
Estabilidad total
La salida de Draghi del Gobierno de Italia y la llegada de Meloni no ha alterado a la deuda
Todo el mundo entendió que el BCE no permitiría una nueva crisis de la deuda. Y el aviso caló. Al instante, las primas de riesgo recularon y se han mantenido bajo control en los meses siguientes a pesar del cuadro macroeconómico que se cierne sobre la eurozona –inflación rampante, crisis energética, recesión al acecho– y de la subida de los tipos de interés desde el 0% al 2% en los tres últimos meses. Ni la caída del Gobierno de Mario Draghi ni la llegada al poder de Giorgia Meloni han cambiado las cosas.
El BCE de Christine Lagarde ha logrado lo que parecía imposible. Su particular whatever it takes –la frase de Draghi, su predecesor, que salvó al euro en el 2012– ha sido la dialéctica de Lagarde y un arma, el Instrumento de Protección de la Transmisión (TPI, por sus siglas en inglés), que ni siquiera se ha utilizado. El TPI debería permitir la actuación del BCE en el mercado de bonos en determinadas circunstancias de tensión injustificada sobre la deuda soberana de un país. Creado el pasado julio y con limitaciones para evitar que sea una forma de financiación indirecta a los miembros del euro, está por estrenar.
Pero ya funciona. “Es el botón nuclear del BCE, con efectos disuasorios sobre los especuladores ante la mera posibilidad de que Lagarde lo presione”, explican fuentes del entorno del banco central. Junto con el efecto disuasorio del TPI, el BCE introdujo en junio una modificación para dotarse de mayor flexibilidad en la reinversión de los vencimientos del PEPP, el programa de compras de emergencia pandémica. Y con todo esto ha bastado.
El resultado salta a la vista. En los últimos seis meses, el bono alemán a diez años ha aumentado su yield (rentabilidad) 130 puntos (1,3%) hasta el 2,3%, mientras el italiano ha subido 150 puntos (1,5%) hasta el 4,4% y el español ha hecho lo propio con unos 140 puntos hasta el 3,4%. Todas las rentabilidades son más elevadas, como corresponde a un entorno en el que los tipos están subiendo mucho, pero es llamativo que los diferenciales naden en una balsa de aceite: 110 puntos, la prima de riesgo española, y casi 220 puntos, la italiana. Más o menos como estaban...
La actual bonanza obedece en parte a que el crecimiento de Italia y España, apoyado en el aumento de la recaudación fiscal por la inflación, es muy superior al mayor coste de la deuda. Eso hace que, al menos por ahora, ni un país ni otro hayan sufrido el alza de tipos. ¿Esta todo hecho? Ni mucho menos. Las buenas artes del BCE tienen que pasar todavía pruebas importantes.
En octubre, la tasa de inflación interanual en Italia y Alemania –tercera y primera economía del euro– se catapultaron hasta el 12,8% y 11,6%, respectivamente. En paralelo, sus economías se desaceleran a pasos agigantados. Se habla de una recesión técnica, quizás de dos o tres trimestres, pero nadie sabe con certeza cómo será el 2023.
En Frankfurt, mientras tanto, recuerdan que priorizan la estabilidad de los precios sobre todo lo demás. “Tenemos que hacer lo que tenemos que hacer”, machacó el 28 de octubre Lagarde tras anunciar la tercera subida de tipos en tres meses y avisar de más alzas. La situación exigirá pronto la mejor versión de Lagarde y del BCE. Vienen muchas curvas.