Fermi en la oficina

Análisis

Fermi en la oficina

La pregunta “¿dónde está todo el mundo?” la planteó de la nada el físico italo-americano Enrico Fermi en 1950 en una comida con compañeros de trabajo. Herbert York, uno de los presentes, recordaba que todo el mundo supo al momento que Fermi se refería a los extraterrestres. Con las estimaciones más conservadoras de número de estrellas (1 seguido de 22 ceros), estrellas tipo sol (5%) y planetas tipo Tierra orbitando una estrella (1%) en el universo salen unos 100 planetas habitables por cada grano de arena de la Tierra. La pregunta de Fermi es un buen tema para pensar tumbado en la playa (los que todavía estén).

Los que hayan comenzado a trabajar esta semana, seguro que al ver vías fluidas, calles poco transitadas y oficinas vacías también se han hecho la pregunta en una especie de paradoja de Fermi de proximidad. Si les ha pasado, no están solos: le pasa a más gente y a medida que sus compañeros de trabajo se vayan incorporando también se irán haciendo la misma pregunta. El trabajo ha mutado desde el 2019, desde las últimas vacaciones en normalidad. Y nosotros aún más. Lo de Heráclito de que “no te puedes bañar dos veces en el mismo río” aplicado a los entornos de trabajo: “no puedes ir a trabajar dos veces a la misma oficina”. Una prueba la tenemos en las sucursales de CaixaBank, más parecidas a una Apple Store que a una oficina. En un switch de Negroponte financiero, hoy es una entidad bancaria quien te vende móviles, tabletas y ordenadores y Apple quien te ofrece servicios de pago, financiación de compras o pagos simultáneos a proveedores. Eso sí, el Nespresso solo puedes tomártelo en la oficina de CaixaBank.

Luces en oficinas tras una jornada de trabajo

Luces en oficinas tras una jornada de trabajo

Llibert Teixidó

También McDonald’s dio pistas cuando en el 2015 cambió el rojo corporativo de su marca por el verde ecológico de la ensalada. El cambio de imagen coincidió también con un nuevo interiorismo con más elementos naturales que invitaba a pasar más rato en la faisón de los cafés hipsters de mesas largas. En palabras de un directivo: “No somos una cadena de comida rápida, somos restaurantes de servicio rápido: nadie te dirá nunca lo rápido que tienes que comer ni que te vayas una vez hayas terminado”. La otra gran tendencia en los últimos cinco años en McDonald’s y otras cadenas de comida rápida –perdón, servicio rápido– es la automatización y la robotización. No me refiero a brazos mecánicos que fríen, montan bocadillos y emplatan, sino a las pantallas verticales que nos dan la bienvenida y desde donde hacemos nuestro pedido (“¿Quiere el menú grande?”). Y es que la cosa va de pantallas.

Heráclito posmoderno

El trabajo ha mutado desde el 2019, desde las últimas vacaciones en normalidad, pero nosotros aún más, ahora “no podemos ir a trabajar dos veces a la misma oficina”

Durante la pandemia nos vimos forzados a trabajar en casa detrás de una pantalla. De repente, a todas las interrupciones del trabajo, las del espacio digital, sumamos las del espacio físico de casa. La lavadora, el almuerzo, los niños, el perro... Dos de los grandes éxitos de las videoconferencias durante la pandemia fueron: “Guau, guau, perdona, es el perro, ¡pongo en mute!” y “ahora vengo, que me traen un paquete de Amazon”. Hábitos como éste, adquiridos en una situación coyuntural, se han convertido en estructurales en el sentido literal del término y han impactado en el diseño de oficinas.

El diseño de oficinas es un arte arcano que nunca ha dejado de sorprenderme. De los años 1960 a 1980 la norma era la de tratar las oficinas como espacios de privación sensorial: paredes grises, decoración básica y en general la ausencia de cualquier objeto que desviase la atención del papel, la máquina de escribir o la pantalla. Si le ha venido a la cabeza Jack Lemmon en El apartamento de Billy Wilder, es eso.

Los 90 vieron un cambio en el diseño de los espacios de trabajo que parecía contradecir la sabiduría tradicional. Empresas emergentes, de nombres extraños y con fundadores muy jóvenes parecían prestar más atención al minigolf de la entrada que a la cuenta de resultados. Lo que pasó como una frivolidad era en realidad un anzuelo para atraer talento joven: si usted no puede competir con las grandes en salario, compita en ambiente. Esta máxima la ha llevado a Google hasta límites insospechados. Su campus recuerda más a un parque temático que a la sede de la empresa más influyente del mundo: el avión real colgado sobre las escaleras, los colores llamativos, el esqueleto de tiranosaurio Rex fuera... Incluso los carteles de convocatorias se asemejan al de los anuncios de fiestas de cumpleaños de una escuela de primaria.

Óptica

Antes era el despacho de casa el que se parecía al de la oficina; hoy es la oficina la que quiere parecerse a casa

Pero lejos de ser fruto del azar, todo está pensado hasta el mínimo detalle. Volviendo al arte arcano del diseño de oficinas. La primera vez que estuve en las oficinas de Google en Silicon Valley fue en una visita con una delegación de empresarios españoles. Nos atendieron muy bien y en el tour de cortesía nos contaron alguna de las estrategias invisibles de productividad. La circulación en los espacios hacía que para ir al baño, una persona tuviera que pasar por el cogote de un mínimo de compañeros a los que podía ver la pantalla. Más que para hacer de gran hermano –que también– esto era para que todo el mundo estuviera al tanto de lo que los demás hacían y propiciar así el intercambio de conocimiento. La otra estrategia era la de poner pocas sillas en el espacio de almuerzo del microondas: “La gente se está menos rato, y si la gente está de pie cambia de interlocutor más fácilmente y las ideas fluyen”. Es el “exit through the gift shop” de los parques temáticos aplicado a la productividad. Google y otras empresas de su nivel ofrecen además autobuses al trabajo –cuando subes y te conectas al wifi ya computa como trabajo– gimnasios, dentista, lavandería y guardería. Prácticamente puedes –o podías– vivir en el trabajo.

Pero la pandemia cerró los parques de atracciones una buena temporada, y trabajadores de grandes corporaciones y de pequeñas gestorías –para los autónomos no cambió nada– se acostumbraron a trabajar en casa, en un entorno de interrupciones, de perros ladrando y de sofás donde tumbarse con el portátil. Si antes uno de los objetivos era que la oficina no se pareciera a una oficina ahora el reto es que la oficina se parezca a casa; no es la atracción de talento joven, es que el talento joven quiera acudir a la oficina a trabajar.

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