Hubo una época en la que el Deutsche Bank era un banco respetable. Nacido antes de que existiera un estado alemán, su denominación ya constituía una manifestación de compromiso con el país. Se comprometió a fondo con la industrialización de Alemania. Prestaba a largo plazo a los industriales facilitándoles, estimulándoles y a veces empujándoles a crecer. Alemania vive todavía de la potente industria del acero, la maquinaria, el automóvil y la química que las finanzas alemanas ayudaron a construir.
Pero en los años 90, la creación de un mercado financiero europeo y la sustitución del marco por el euro convencieron a la dirección del Deutsche Bank que era hora de imitar a los anglosajones, que retribuían mejor a sus accionistas y a sus directivos. Hacía falta romper vínculos con la industria y operar a corto, buscando operaciones más arriesgadas pero más lucrativas.
Es razonable que los fondos acreedores participen del sacrificio del rescate de Celsa
Desgraciadamente, el banco ha querido ir más allá que nadie. En primer lugar, asumiendo demasiado riesgo. El líder de la mutación, Josef Ackermann, prometió a los inversores un rendimiento del 25%. Eso solo es posible reduciendo el capital al mínimo en relación al pasivo, de manera que cuando estalló la crisis financiera del 2007 el capital del banco era solo el 1,47% de su balance. Entre otras cosas, el banco se había expuesto a fondo en la financiación de hipotecas subprime . No solamente eso. Una colección notable de litigios y una decena de multas millonarias sobre todo en EE.UU. por comportamientos delictivos (lavado de dinero, transacciones con países objeto de sanciones, evasión fiscal y pago de sobornos) ponen de manifiesto que el beneficio se buscó también a base de violar la ley.
Desdichadamente, ahora nos ha tocado recibir a nosotros. Como es sabido, el Deutsche Bank, en compañía de otras entidades financieras como CVC, Goldman Sachs o JP Morgan, adquirieron deuda de Celsa a los bancos que habían financiado la expansión de esta compañía siderúrgica. Lo adquirieron aproximadamente al 50% de su valor porque había riesgo de que la compañía fuera incapaz de pagar. Era, pues, una operación especulativa en el buen sentido de la palabra: los compradores asumían un riesgo cierto a cambio de la posibilidad de obtener una retribución extraordinaria. Nada que objetar.
Ahora bien, el carácter estratégico de Celsa y el carácter excepcional de la crisis de la covid han llevado los poderes públicos españoles a asumir el rescate de Celsa mediante una inyección de 550 millones del contribuyente para financiar el plan industrial de una compañía que ha perdido dinero durante la pandemia pero que es viable. Como es habitual, ponen como condición que los acreedores también participen del sacrificio. Es razonable porque el riesgo que asumieron, que era de mercado, deja de serlo gracias a la intervención de dinero público. Y es justo porque se dedicará el dinero público a salvar empleos y actividad industrial y no a retribuir a los acreedores.