Innovación azul

Innovación azul
Xavier Ferràs Profesor de Esade

Hay cuatro tipos de innovación básicos, representados por cuatro colores. Nuestra estructura empresarial es muy buena en innovación roja (de bajo retorno y baja complejidad). Es innovación incremental. Simple mejora continua. Se trata de competir en mercados saturados (océanos rojos de la sangre de los rivales). Sobrevivir haciendo más con menos. Es innovación necesaria, pero insuficiente en el medio plazo. Según el añorado Clayton Christensen, substituir un producto por una nueva versión renovada o automatizar una línea productiva no genera crecimiento económico agregado. Japón estaría en estagnación , en parte, por un modelo de innovación roja orientada al incrementalismo.

El segundo tipo es la innovación dorada (de retornos rápidos y elevados y baja complejidad). Una innovación muy interesante para el sistema financiero. Innovación guiada por las oportunidades de mercado, que parte de ideas ingeniosas, a menudo simples, sencillas de experimentar y fácilmente escalables. Airbnb, Tripadvisor, Uber, Youtube, Whatsapp, Ikea o McDonalds entrarían en esta categoría. Innovación en modelos de negocio, hoy complementada por la digitalización y el e-commerce . Zona start-up , dominio del capital riesgo en busca de su unicornio, repleta de nómadas digitales y vibrantes emprendedores.

La Covid-19 nos ha dejado algunas lecciones: ¿debemos sentarnos a esperar que un fondo de capital riesgo o un emprendedor encuentre espontáneamente una vacuna? Obviamente no: hay otros tipos de innovación estratégica y transformadora que, por su nivel de riesgo y complejidad, debe ser acelerada por las administraciones en aras de la seguridad y la prosperidad colectiva. Para ello necesitamos impulsar las fronteras del conocimiento humano. Aquí aparece un tercer tipo de innovación, la innovación blanca, la nacida en laboratorio, la dirigida por la ciencia: una innovación altruista, de alta complejidad que no espera un retorno económico inmediato, pero que es imprescindible para el progreso humano a largo plazo. Necesitamos investigación en bioquímica, física teórica, matemáticas fundamentales o ciencia de los materiales, entre otras. Debemos entender las leyes de la naturaleza para resolver problemas de ingeniería, medioambiente o médicos. La innovación blanca no es cosa de post-its ni el resultado de generosas inversiones de empresarios filantrópicos: es la consecuencia de largas y pacientes inversiones públicas en investigación.

Desequilibrio

Toda empresa europea es insignificante ante los gigantes tecnológicos dominantes de la economía mundial chinos y estadounidenses

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Luis Tato

La ciencia crea también la base imprescindible para un cuarto tipo de innovación, la innovación azul, la más interesante y estratégica, económica y socialmente, aquella que genera realmente crecimiento y empleo de calidad. Innovación de alta complejidad, que da lugar a productos, servicios e industrias enteras con elevados retornos económicos y sociales. Es la innovación que se origina por la introducción en el mercado de nuevas tecnologías, sin demanda previa, creando océanos azules libres de competidores, sirviendo a nuevos e inéditos grupos de usuarios.

Internet, las comunicaciones móviles, las energías limpias, la inteligencia artificial, la biotecnología o los semiconductores son tecnologías creadoras de grandes campos de riqueza en innovación azul. Ese tipo de innovación es el que genera prosperidad, empleo, crecimiento económico y ventajas competitivas sostenibles.

Somos muy buenos en innovación roja: nuestras empresas están imbuidas en la cultura de la excelencia, y nuestros empresarios son extremadamente eficientes. Disponemos de incipientes y reconocidos clústeres de innovación dorada: estamos creando un importante referente emprendedor, y somos capaces de atraer inversiones crecientes en capital riesgo. Despuntamos en innovación blanca: nuestras universidades y centros de investigación generan extraordinarios científicos. Pero el campo de batalla está en la innovación azul. En la disrupción tecnológica acelerada, y en la agregación de recursos de investigación orientada en sectores estratégicos. Las empresas que compiten en el dominio tecnológico no han sufrido la pandemia. Apple se ha revalorizado un 126% en los últimos 12 meses. Microsoft, un 55%. Amazon, un 78%. Google, un 29%. Taiwan Semiconductors, un 93,9%. Tesla, un estratosférico 651%. Nvidia (empresa fabricante de chips electrónicos), un 208%.

Cambio de paradigma

Hemos llegado a un punto de no retorno: la tecnología es el driver definitivo de la economía tras la Covid-19. Será el activo fundamental en la valoración y el futuro de las empresas

Hemos llegado a un punto de no retorno: la tecnología es el driver definitivo de la economía tras la Covid-19. Será el activo fundamental en la valoración y el futuro de las empresas. En este escenario, Europa es un continente enano ante los dinosaurios americanos o chinos. Apple vale ya el doble que todo el Ibex, y más que el CAC francés entero. Microsoft, un valor financiero similar al PIB español. Amazon supera el valor de todo el DAX alemán (Daimler, Allianz, Bayer, Basf, Deutsche Bank, Siemens, y Volkswagen…). Alibaba sobrepasa el PIB belga. Hay prisas en Europa. Toda empresa europea es insignificante ante los gigantes tecnológicos dominantes. Francia o Alemania son minúsculas en el nuevo escenario de competición industrial entre EE.UU. y China. El plan de reconstrucción Next Generation UE es una excelente noticia, pero no es un ejercicio de generosidad, sino de supervivencia. Ningún país europeo tiene potencia ni mercado para afrontar las inversiones masivas en innovación azul de EE.UU. o China. Europa debe construir océanos azules propios en 5G, inteligencia artificial, renovables, semiconductores y ciberseguridad al nivel de China o EE.UU. En cinco años, Europa debería ser un continente azul y cohesionado, recuperando ocho décadas de somnolencia e ingenuidad.

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