Un rescate de siete billones

Un rescate de siete billones

Los planes de choque o rescate puestos en marcha por los principales países desarrollados, incluyendo medidas fiscales y de crédito, más los programas de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo (BCE), suman ya más de siete billones de euros. Equivalen a casi seis veces el PIB (la producción anual) de la economía española. O cerca de dos tercios de la del conjunto de la eurozona. El 40% de la de EE.UU., la primera economía mundial. Y esa cifra no incluye las medidas que aplica China, ni Japón ni tampoco ninguna economía asiática. La acción pública mundial contra la coronomía no tiene precedentes en la historia del capitalismo en tiempos de paz.

La mayoría de ese dinero se aplica en forma de avales de Estado a créditos bancarios y compras de deuda pública y privada de los bancos centrales; el resto medidas fiscales, que son las que más notarán los ciudadanos y las empresas en estos tiempos de parón económico súbito, aún son las menos.

De momento, esas medidas han servido para estabilizar las bolsas, han corregido la caída libre de los últimos días, y con ellas el sector financiero, pillado de nuevo in fraganti jugando al dominó especulativo y al encadenado de deudas. La liquidez masiva ha servido para calmar el pánico. El mensaje viene a ser, tranquilos, no hace falta que lo vendan todo, aquí están los bancos centrales para garantizar que siempre habrá un comprador para sus activos, sean acciones, bonos empresariales o títulos de deuda pública.

En el pasado, los salvamentos han evitado el desastre pero al precio de engordar la bestia financiera

Con estas políticas, las compras masivas de deuda, los grande bancos centrales, en primer lugar la Reserva Federal y el BCE, se han convertido en la última década en los grandes propietarios del capitalismo mundial. Sus balances rebosan de bonos del Estado, acciones y obligaciones de empresas. La suma de las grandes corporaciones privadas no alcanza ni de lejos la dimensión de esas carteras sobrevenidas. La crisis del virus supondrá una nueva vuelta de tuerca en el desarrollo de ese modelo.

Por eso, en parte, los bancos centrales quieren que los gobiernos hagan más y dejen de vivir acomodadamente, confiados a la varita mágica de los apuntes contables que fabrican dinero. Gran parte de su problema es que lo que inyectan para salvar la economía acaba alimentado aún más la bestia financiera.

Para evitar que las finanzas se incendien, lo que siempre parece que puede pasar cuando la bolsa cae bruscamente o un extraño fondo de inversión quebrado en un mar de deudas pone en aprietos a alguna institución importante de Wall Street, los banqueros centrales, cual bomberos, acuden raudos a inyectar dinero y apagar el fuego. Y la paradoja es que el cosmos financiero emerge del siniestro más grande, fuerte y hambriento que antes, con las acciones por las nubes y los fondos de capital imponiendo su paso, mientras que la economía ajena a esa esfera, la que antes se llamaba productiva, languidece.

El capitalismo no había puesto nunca en marcha acciones de esta dimensión en tiempos de paz

¿Qué garantía hay esta vez de que las astronómicas cantidades de dinero destinadas a salvar la economía, y que mayoritariamente se convertirán en deuda pública sobre los hombros de todos los contribuyentes, no acabarán teniendo idéntica conclusión?

El gigantesco plan de la Administración de Donald Trump incluye el helicóptero monetario, la mayoría de todos los hogares estadounidenses recibirán dinero en efectivo, método que según sus prescriptores evitará que el dinero se espirite en el laberinto financiero. Es una forma indirecta de aplicar medidas de Estado del bienestar a la europea, en principio de forma coyuntural.

Como ya ocurrió en la crisis financiera del 2008, EE.UU. ha optado por aplicar el programa de rescate económico más voluminoso e incisivo. La justicia de las medidas es discutible, aunque también es cierto que hace una década la primera economía del mundo recuperó el crecimiento antes y con mucho más vigor que la eurozona.

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