Francisco González (Chantada, Lugo, 1944) empezó a despedirse ayer del BBVA, banco que gobierna desde octubre de 1999, cuando fue nombrado copresidente junto a Emilio Ybarra al minuto siguiente de la fusión de Argentaria y el BBV. Economista, corredor de comercio y empresario de éxito –hizo fortuna con la venta de su agencia de valores, FG Inversiones Bursátiles, en los 90–, González llegó a la cúpula de Argentaria en mayo de 1996, dos meses después de la victoria del PP, recomendado por el entonces todopoderoso vicepresidente económico, Rodrigo Rato.
Tras una breve etapa en solitario en Argentaria, la fusión catapultó a González, que tras el escándalo de las cuentas secretas del antiguo BBV en Jersey y Puerto Rico –donde la antigua cúpula del banco vasco tenía planes de pensiones ocultos al fisco– se hizo con el poder absoluto en el nuevo BBVA. La primera década del nuevo siglo fue de una fuerte expansión, tanto en España como en el exterior. González se apoyó en el hoy presidente de Bankia, José Ignacio Goirigolzarri, un ejecutivo de banca de toda la vida, que abandonó la entidad poco después.
De gesto serio y duro a veces en las formas, se negó a arriesgar ni un euro en Bankia o en el capital de la Sareb
En diciembre del 2007, el BBVA cambió los estatutos para alargar la edad obligatoria de jubilación del presidente de los 60 a los 65 años. Y lo mismo hizo en el 2011, en mitad de la crisis, cuando se extendió el límite para ser consejero hasta los 75. González siempre explicó que contaba con la confianza del consejo y de los accionistas y que no podía irse en mitad de la gran recesión.
El BBVA aguantó bien la crisis y los diez últimos años de gestión de González sirvieron para plasmar grandes apuestas. La primera, intentando emular la diversificación geográfica de su rival siempre presente–el Santander– reúne aciertos y algunas sombras. En México ha conseguido un negocio magnífico. Pero Turquía, China y, en menor medida, Estados Unidos, no han proporcionado los retornos esperados. En España, el banco aprovechó la liquidación de las cajas de ahorros para crecer, sobre todo en Catalunya, donde absorbió Unnim y Catalunya Banc. Su segundo gran reto, la digitalización constituye su gran haber. En el debe, la espina es el valor del banco que deciden los mercados. El BBVA cotiza a 0,8 veces su valor en libros y su capitalización es de apenas 37.000 millones.
La digestión del ladrillo, la propia crisis, la presión regulatoria y el entorno de bajísimos tipos de interés han impedido que González acabe sus tiempos de banquero como hubiera deseado. Se irá, eso sí, con la conciencia tranquila. De gesto serio y palabras a veces duras, González no cedió a presiones fuertes, como cuando el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero le “invitó” a entrar en Bankia –le pidieron que pusiera 250 millones–, en la venta de sus acciones previa a la salida a bolsa o en la constitución de la Sareb, donde le “tocaban” 800 millones. Se negó y aguantó el chaparrón. González estaba entrenado. A mediados de la década pasada ya había resistido el intento de descabalgarle del banco a través de Sacyr, que llegó a controlar un 3% del BBVA en una operación orquestada –según diversas fuentes– por Miguel Sebastián, por aquel entonces director de la oficina económica del presidente del Gobierno. Antes y después de ese momento, González siempre dijo lo que pensaba. Seguro que seguirá haciéndolo desde enero.