Las economías de Egipto, Jordania y Líbano se ahogan bajo los escombros de Gaza y no podrán sobrevivir sin ayuda exterior. El FMI y las monarquías del Golfo entienden el riesgo que corre todo Oriente Medio si se hunden. Los créditos fluyen hacia Amán y El Cairo, pero no hacia Beirut. Líbano parece más allá de todo rescate posible. Es el eslabón más débil de la cadena que ha de sostener el equilibrio en la región y nadie parece capaz de ayudarle.
El mes pasado, el FMI pactó un crédito de 1.200 millones de dólares con Jordania y está a punto de cerrar otro de 10.000 millones con Egipto. Las ayudas van condicionadas a los habituales ajustes financieros, es decir, austeridad, devaluación de la moneda y liberalización: menos subvenciones públicas y más oportunidades al sector privado.
Los apoyos estaba previsto que llegaran también a Líbano. En abril del 2022 se pactó un crédito, pero no hay presidente desde octubre de ese mismo año, y este vacío de poder impide al Parlamento aprobar las reformas que exige el FMI.
Los números son alarmantes en los tres países, que viven, básicamente, del turismo, las remesas y los servicios. El turismo, por ejemplo, supone el 24,6% de PIB de Líbano, el 14,6% de Jordania y el 12% de Egipto. El año pasado fue de récord, pero desde el 7 de octubre los vuelos a sus aeropuertos internacionales han caído en picado. Un 79% en Líbano, un 49% en Jordania y un 26% en Egipto.
Los tres países viven básicamente del turismo, las remesas y los servicios
El problema de estos países no son solo los turistas. La guerra de Ucrania encareció los cereales y, de rebote, el coste de los alimentos se ha disparado. En Egipto han subido un 70%, y en Líbano, un 350%. Es un alza insostenible para la gran mayoría de las familias, especialmente porque el desempleo es elevado, y los salarios, bajos.
Los emigrantes, sobre todo los libaneses y los egipcios, han dejado de enviar tantas remesas como antes de la guerra en Gaza. Las libras egipcia y libanesa están en caída libre. En Líbano, vale tan poco que la economía se ha dolarizado. Casi todo se paga en dólares. También los sueldos. En Egipto, ha perdido un 50% de su valor oficial frente al dólar. El cambio era de 15 libras por un dólar en el 2022 y hoy es de 31 a uno. En el mercado negro, sin embargo, un dólar se compra con 70 libras.
El FMI pide a Egipto que devalúe la libra, que la deje fluctuar libremente. La economía sería más competitiva, empezando por el turismo, pero los militares saldrían perjudicados. Ellos controlan el grueso de la economía. Sus empresas perderían mucho valor. Parece claro que harán todo lo que esté en su mano para incumplir las promesas de reforma. Sin embargo, el FMI, consciente del riesgo que corre Oriente Próximo, tolera a Egipto lo que a ningún otro país.
El mariscal Abdul Fatah al Sisi gasta como si no hubiera guerra ni un mañana. Desde que llegó al poder en el 2013, la deuda se ha multiplicado por cuatro. Solo la nueva capital que levanta junto a El Cairo se ha comido 60.000 millones de dólares, un 15% del PIB. Servir la deuda le cuesta otro 8% del PIB y un 60% del presupuesto. El resto se va casi todo en los salarios de los seis millones de funcionarios.
Al Sisi mantiene los proyectos faraónicos, incluido un plan para duplicar el número de turistas. De los 15 millones anuales de hoy quiere pasar a 30 dentro de solo cuatro años.
También quiere ampliar el canal de Suez para que absorba el 15% del comercio mundial, tres puntos más que hoy. Durante el primer mes de combates en Gaza, el tráfico mercante cayó un 30%, y los ingresos, un 40%. No está previsto que se recupere mientras la coalición internacional que lidera EE.UU. no acorrale a los hutíes que amenazan a los navíos en el mar Rojo.
Egipto es el primer deudor del mundo y el segundo del FMI, detrás de Argentina. Debe unos 100.000 millones de dólares. Es demasiado dinero para dejarlo caer. Lo piensa el propio FMI y también las monarquías del Golfo, que apuntalan a la dictadura militar con petrodólares.
El boicot a las marcas occidentales como Starbucks y McDonald’s se ha extendido
Jordania, el más propalestino de los países árabes, también se beneficia de esos mismos petrodólares. Le ayudan a superar el lastre que supone el boicot a las marcas occidentales, muy común desde el 7 de octubre. McDonald’s y Starbucks, por ejemplo, lo sufren a diario. Sus empleados han visto cómo se reducía su jornada y su sueldo, si es que no han perdido el empleo.
Los inversores internacionales ven muchos más riesgos que oportunidades. Si no fuera por Arabia Saudí, Jordania lo tendría mal para salir adelante. Las inversiones saudíes superan los 12.000 millones de dólares y se concentran en la agricultura y las farmacéuticas.
Líbano no tiene tanta suerte. El sector inmobiliario ha sido, tradicionalmente, el que más inversiones exteriores captaba, pero ahora no es suficiente. No con una guerra en el sur del país, sobre todo ahora que Israel parece decidido a crear una zona de seguridad de varios kilómetros de profundidad a lo largo de la frontera. Es una franja de territorio que Hizbulah no entregará así como así. La guerra parece cantada y, por lo tanto, la recuperación económica que vaticinaba el Banco Mundial se ha esfumado. El PIB seguirá menguando, como hace desde el 2018.
La deuda libanesa supera el 180% del PIB y no hay forma de devolverla. No, al menos, mientras no haya un gobierno y un Parlamento efectivos. Si el país sigue en pie es gracias a las remesas, que suponen el 37,8% de la riqueza. Sin la diáspora, mucho más numerosa que la población local, Líbano no subsistiría.
La guerra en Gaza entra en su quinto mes, y Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, anticipa que si se alarga mucho arrastrará a las economías de Oriente Próximo y más allá. Las cadenas de producción se resienten en Europa, aunque el sobrecoste del transporte marítimo por la amenaza hutí en el mar Rojo solo añadirá, de momento, un 0,1% a la inflación global, según Goldam Sachs. Además, la energía está previsto que baje este año y el próximo, lo que ayudará a reducir la inflación.
Todo puede cambiar, sin embargo, de la noche a la mañana. Basta, por ejemplo, con que Arabia Saudí reduzca aún más la producción de petróleo. Un crudo más caro será una mala noticia para Joe Biden de cara a la reelección, pero aún será peor para las debilitadas economías de Oriente Próximo.