Ni somos tan buenos ni son tan malos

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Ni somos tan buenos ni son tan malos

Desde pequeños hemos interiorizado que el mundo se divide entre buenos y malos. En los cuentos infantiles ya aparecen la caperucita y el lobo. Los dibujos animados narran las disputas de los pitufos con Gargamel. Los manga plasman grandes peleas entre Goku y Célula. Y en las películas de superhéroes siempre aparece un Batman enfrentándose a un Joker. Todos estos estereotipos nos pintan una realidad reducida a un modelo binario, de blanco y negro, donde la escala de grises queda conscientemente arrinconada, para que no interfiera en la construcción de un relato de fácil digestión.

Esta simplificación conceptual está relacionada con un sesgo cognitivo muy característico de la condición humana, que es la necesidad de establecer bandos diferenciados para poder autoubicarnos en el bueno y demonizar a los que están enfrente. Desde un partido de fútbol amistoso hasta las grandes guerras internacionales, sentimos una especie de pulsión incontrolable que nos empuja a posicionarnos. Aunque no sepamos casi nada de los equipos que juegan o de la historia de los conflictos bélicos, lo importante es tener la tranquilidad moral de estar en el lado apropiado.

The left hand side of women,One side of both hands the other two men

Tendemos a establecer bandos diferenciados para ubicarnos

Yagi Studio / Getty

En el entorno profesional también encontramos manifestaciones evidentes del fenómeno en cuestión. Incluso dentro de una misma organización aparece esta necesidad de dividir constantemente para reafirmar la propia virtud. Puede ser entre directivos y trabajadores, entre departamento tal y departamento cual, entre turno de mañana y de tarde, entre la sede central y las delegaciones... Da igual. Cualquier oportunidad de separación es bienvenida para los que precisan un antagonista al que señalar.

Si bien es cierto que identificar rivales puede tener un efecto positivo a la hora de incentivar la motivación y traccionar la mejora continua, la recomendación es que se busquen siempre fuera de la empresa. Porque fomentar la confrontación interna provoca otro tipo de consecuencias, mucho menos deseables para cualquier organización, como el cultivo de un ambiente laboral insano que acabe repeliendo el talento. De hecho, según un estudio dirigido por Donald Sull, profesor de MIT Sloan, la existencia de una cultura tóxica fue el principal motivo que provocó la “gran renuncia” en el 2021, cuando más de 24 millones de trabajadores estadounidenses renunciaron a su empleo.

En todas las organizaciones hay personas que se dedican a romper estereotipos y desdibujar fronteras

Afortunadamente, en todas las empresas existen personas que de forma sigilosa se van dedicando a desdibujar fronteras y acortar todo tipo de distancias. Son personas que no comulgan con divisiones falaces, porque saben que hoy estás aquí y mañana allí. No aceptan los estereotipos distorsionados, porque son conscientes de que ni nosotros somos tan buenos ni ellos son tan malos. Personas que, con sus acciones diarias, van construyendo espacios de colaboración, aportando visión global y mejorando el bienestar colectivo. Personas que, sin saberlo ni pretenderlo, se acaban convirtiendo en el verdadero cuajo de las organizaciones.

La realidad no se puede explicar a través de la dualidad ética de los pitufos y Gargamel, pero sí que se asemeja a la complejidad que reproducen series como Juego de Tronos, donde las virtudes y las perversidades no aparecen monopolizadas por ningún grupo, ya que se asocian directamente a la naturaleza individual. Bajo esta premisa, lo más relevante nunca será el colectivo del que formo parte, sino poder responder con franqueza a la pregunta: “¿Yo sumo o divido?”.

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