En la víspera, se nos confesaba Cameron Norrie, tenista zurdo:
–Sí, supongo que ser zurdo, como yo, tiene sus ventajas en la pista. Normalmente, el tenista juega contra un diestro. La variación es un gran factor. Tenemos ventaja, tanto yo como Mannarino, que no recibimos tanto al revés.
Norrie, que acaba cediendo ante el empuje de Tomás Etcheverry, no cita a Facundo Díaz, otro zurdo, aunque el dato es importante, pues el argentino, y sus características de tenista jugón, elástico y muy dinámico, tortura a Stéfanos Tsitsipás, le tortura en el primer set, el tiempo que el griego tarda en templarse, asimilar las servidumbres del rival y, al fin, rebajarlo.
(¡Nadal es zurdo!).
En este Pedralbes no están Alcaraz ni Nadal, qué mal acostumbrados estamos, no hay españoles en una jornada de viernes en el Godó, lo nunca visto desde 1989, desde los tiempos de Arrese, Emilio Sánchez Vicario y Bruguera, pero al público le da igual.
Hace semanas que se agotaron las entradas para el torneo, los pases de todos los días, luce un sol delicioso en la ciudad y el gentío se agolpa en las gradas.
Ocho mil almas han contemplado a Casper Ruud, eterno outsider , tres finales del Grand Slam ha perdido, también perdía el otro domingo, en la final de Montecarlo, precisamente ante Tsitsipás, y el noruego nos cuenta que se siente dichoso por haberle devuelto una a Arnaldi (6-4 y 6-3).
–Necesitaba esta revancha. El año pasado, me había ganado en Madrid –nos dice el noruego.
–¿Y qué ha cambiado?
–En realidad, el año pasado no le conocía. Nunca nos habíamos enfrentado. Nunca me había fijado en él (entonces, Arnaldi a duras penas entraba en el top 100). Entonces, Arnaldi salía de la qualy , imagínese.
–¿Y...?
–No fui capaz de comprender su juego, jamás interpreté los rallies, me tumbó.
–¿Y ahora?
–Ahora ya le he entendido. Y creo que estoy en un momento más sólido de tenis. Me veo mejor que entonces.
El público degusta el tenis sólido de Ruud, tenis académico, sin aristas ni highlights, tenis eficiente que avanza firme, y luego contempla las cuitas de Tsitsipás, qué tormento pasa el griego en su combate con un zurdo: 2h32m necesita antes de tumbar a Facundo Díaz, por 4-6, 6-3 y 7-6 (8).
–¡Ha sido un thriller! Y no vivía un thriller como este, en tierra, desde mi duelo con Wawrinka en Roland Garros, en el 2019 –dice al fin el griego.
Facu apenas asoma en el top 50 (es el 53.º hoy), pero su juego es una engañifa y su tenis, un enredo para el rival.
Pinta bien esta hornada de tenistas argentinos, los Báez, Etcheverry o Cerúndolo, incluso Trungelliti, también este Facundo Díaz. Lucen como la nueva scuola italiana (la de Sinner, Sonego, Arnaldi y Musetti), los argentinos van a tener su peso en el circuito, y Tsitsipás, ansioso en los prolegómenos, se enreda.
Ha sido un thriller, no vivía algo así en tierra desde mi duelo con Wawrinka en Roland Garros, en el 2019"
El cronista recuerda aquella tarde del 2021, aquella final en Pedralbes, aquel Nadal-Tsitsipás. El manacorí sufría. No le corría la pelota, no lucía su mejor versión, y Tsitsipás parecía haberle tomado la medida.
Ya...
Aquel era aquel Nadal. Y aun trabado, aun habiendo cedido el segundo set, seguía siendo Nadal. Y toda su Nadalidad acabaría desparramándose sobre el griego, que perdería la final y, lloroso, contemplaría cómo el manacorí, otra vez, alzaba la corona en Pedralbes.
Ahora ya no está Nadal, eterno zurdo, no jugará más en Barcelona, pero el zurdo argentino juguetea con el viento, el sol y Tsitsipás, que se reposa para igualar el partido, gana la segunda manga e incluso se coloca por encima en la tercera, 3-2, tras romper el servicio de Facu.
¿Y qué? Eso no basta.
Al instante, el argentino le devuelve la rotura, y ahí presiona al griego, que necesita una marcha más y no la encuentra.
Se perfila el sol en la pista, la divide, una mitad soleada y la otra, en penumbra, y bajo el juego de luces torea el argentino, no tiene nada que perder este zurdo jugón que ahora se defiende desde la línea de fondo: le devuelve dos voleas milagrosas al griego, y el griego, agobiado, estrella la tercera en la red.
Y luego, estrella otra.
Y en la grada, se escucha:
–Huy huy huy huy huy.
Acaso habrá oído algo Tsitsipás, que ahí se activa. Mejora el saque y salva el servicio, y van 1h53m de partido y esto ya parece demasiado para Facu , que toma riesgos, sube a la red, se atasca, se precipita y pierde el servicio.
Así es como se imponen los más grandes: sumando los puntos decisivos. Tsitsipás tiene vía libre. Se va a 5-4 y sirve para ganar, y entonces es él quien se atasca, así se perfila una tragedia griega. Cuando sirve, manda la bola contra un recogepelotas. Luego, sufre una doble falta. Tiene el primer match ball en contra.
Algo le vocea Apóstolos, su padre y su entrenador.
Se lo vocea en griego, ni papa de lo que le dice, y su hijo renace, fuerza el tie break aunque no le basta, sufre más, se ve 2-5 abajo, todo el partido pendiendo de un hilo, y entonces se rehace y encadena cuatro puntos, se pone 6-5, ahora es match ball para él, ¡qué agonía! Y no le basta aún. Nos sumergimos en un océano de bolas de partido por bando, y en el combate mental se crispa Facu .
Le condena una doble falta.
Vuela al fin Tsitsipás. A las 2h32m se tumba bocarriba sobre la arcilla.
–He tenido que bucear en mí, y llegar hasta aquí ha sido increíble –le dice a Tommy Robredo, que le entrevista en castellano.
(Algo tendrá que ver Paula Badosa, la pareja de Tsitsipás).
Y ya, si nada lo tuerce hoy, el Godó se perfila hacia una final idéntica a la de Montecarlo, la del otro domingo, hacia un Tsitsipás-Ruud.
Tomás Etcheverry: “¿Mis iconos? Federer, Nadal y Djokovic”
De súbito, renace la escuela argentina, adormecida como ha estado en los últimos años, tras el adiós de Juan Martín del Potro. Se alumbran Sebastián Báez, Facundo Díaz, Francisco Cerúndolo y Tomás Etcheverry, y los cincuentones recuperamos los tiempos de Nalbandián, Coria y Gaudio, buena época aquella para los argentinos (y no lo obviemos: en el 2004, Gaudio superaba a Coria en la final de Roland Garros...). Cuando Etcheverry, que acaba de superar a Cameron Norrie en los cuartos de final (7-6 (4) y 7-6 (1), irrumpe en la sala de prensa del RCTB, le preguntamos por aquellos días, pero entonces el hombre, gigantón y afilado, se confiesa: “Yo, de chiquito, admiraba a Del Potro, aunque mis ídolos, realmente, eran Federer, Nadal y Djokovic”, dice, y así entronca con la mayoría de jugadores del presente, aquellos que han pasado años aplastados por el Big Three. Síndrome de Estocolmo, lo llaman.